LA VIDA ES UN TANGO
A la vida debemos bailarle, cantarle, reirle tanto como llorarle cuando hace falta pero, ante todo, amarla profundamente. Esa vida a la que nos aferramos en ocasiones es efímera, superficial, que pasa de puntillas y no arraiga en nuestros corazones porque, en realidad, es la que hemos generado. Creamos vida pero la pregunta es de qué tipo, qué calibre existencial tiene, si fluye o se encuentra estancada, si tiene color o solo grises, si tiene fragancia o es inodora, si tiene sabor o es insípida porque le falta la sal y la pimienta propia de una vida que asume riesgos.
Cuando asomamos a este mundo comienza un trajín impropio de alguien que
nadaba plácidamente hasta minutos antes en medio acuoso, buceando en las
profundidades de una existencia tan misteriosa como incierta y a la que, en
ocasiones, no queremos ni asomarnos sencillamente porque no nos acompaña una
música acorde con el momento. Todo momento en nuestra vida se acompaña de
vibraciones que, al ser ondas, energía, producen su propia música que debemos
traducir adecuada y oportunamente. Cuando nos asomamos a través de la rendija
materna el impacto debe ser brutal cuando hay seres que no quieren salir, que
se resisten acudir a esa fiesta como invitado estrella pero de la que no
confiamos un ápice. Una fiesta cargada de incertidumbre tanta como potencial
sabiduría que nadie nos canaliza. Nos visten por colores según el sexo, nos hablan
como si fuéramos algo imbéciles, todas las miradas se centran en el renacuajo
venido al mundo convulso que toca vivir. No traemos ningún manual (ya le vale a
quien nos invitó a venir) de supervivencia pero mucho menos de saber ser
quienes somos, de reconocernos en esos compases que comienzan a sonar y sobre
el que tenemos que ir construyendo nuestra propia canción de la vida, nuestra
sinfonía, nuestro baile. Un baile cargado de sensualidad porque no hay un solo
sentido que quede descolgado del movimiento, nacido en los arrabales y no en
las rancias academias de gente que dicen saber aunque, si me preguntas, no puedo
decirte bien sobre qué y apurándome mucho casi acierto si te digo que,
ciertamente, de armonía más bien no. De esa que nos pone de acuerdo a la gente,
que nos abraza los cuerpos, que nos achucha y nos quiere, que nos mima, que nos
desea y nos invita a que correspondamos con la misma pasión porque sabes que a
cada paso que das tiene que ser medido con el de tu complementario para no
romper el movimiento sincronizado. Esa pasión la transmitimos con la mirada, el
aliento, el latido del corazón, con la pierna que se entrecruza con otra sin tropezar
(menudo papelón si hay caída) cargada de estética. Nadie nos enseña que la vida
es un tango que solamente podemos bailar con la mejor compañía para disfrutarla. ¿Bailamos?
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