DESERTAR LA PAZ



La PAZ (en mayúscula) no es la ausencia de guerras sino el estado de armonía personal capaz de transformar las vibraciones del mundo. La paz no comienza fuera sino dentro, las guerras también. El mundo que conocemos, que hemos heredado y que heredarán nuestras venideras generaciones, se ha ido construyendo sobre el conflicto permanente como forma de vida. Conflicto basado en la opresión, el dominio explotador, el engaño, la expansión del poder del más fuerte sobre el débil, el vasallaje y la humillación, sobre la mezquindad de los intereses mercantiles en juego porque no hay guerra si no media un negocio. Esto es el "catecismo" de cualquier conflicto pero, paralelamente, la paz tiene su ruta que comienza con una educación basada en la empatía, tolerancia, comprensión, respeto, diálogo, asertividad pero, también, en la firmeza, disciplina en el aprendizaje, cooperación, solidaridad. El problema entonces dónde nace, cómo se hace y desarrolla esa paz que tanto echamos de menos cuando los gobernantes de un país (da igual el que sea) deciden avanzar en el conflicto y no en la solución del mismo, deciden armarse ofensivamente pero no culturalmente, cuando prefieren llorar muertes que evitarlas porque los muertos no van a ser ellos. Esta sociedad, sin ir más lejos, quiere paz porque la gente de abajo se entiende desde la paz, no concibe ir de viaje a otro país con un revólver o un machete para conocer otra cultura o simplemente conocer otros paisajes. Claro está que no te dejarían si lo intentaras, date cuenta que las armas son exclusivas de un ejército y los mercenarios, de los fabricantes y traficantes comisionistas. Son un negocio que de vez en cuando, al entrar en crisis productiva, hay que reflotar. La paz no interesa, hay que abandonarla a su suerte. Mientras tanto la gente de abajo asistimos al espectáculo mediático donde se van estableciendo los marcos mentales a través de sus mensajes belicosos "estamos en guerra" pero que no cunda el pánico. Es bueno que sepas que siempre estamos en guerra porque, en realidad, es el estado natural de este sistema. El lenguaje que utilizamos, consciente o inconscientemente, invita a reflexionar cuando queremos describir situaciones hasta, incluso, deportivas. Guerra fratricida para hablar de equipos de una misma provincia que se enfrentan, guerra de resultados cuando se dan dos versiones distintas en una huelga, guerra comercial cuando dos potencias se disputan áreas comerciales de influencia (Occidente-Oriente/Norte-Sur), guerra al coronavirus para combatirlo con medidas de confinamiento, mascarillas etc. Cuando los sindicatos se alzan contra la mezquindad de la patronal entonces los medios están ahí para decirte que están en pie de guerra. Cualquier alusión a una situación de conflicto se establece como un escenario bélico y esto cala, se configura en el tiempo como una estalactita.
Nuestras actitudes en la vida, desde la infancia, la vamos moldeando en función del uso de la razón de la fuerza y no de la fuerza de la razón, de lenguaje apocalíptico, desesperanzador, que no deja lugar al razonamiento pacífico como el único camino posible y sin atajos para la verdadera convivencia. Este estado de cosas se introduce en las aulas, las familias, los centros de trabajo, la superficies comerciales o el autobús de línea porque no construimos sobre roca sino sobre arenas movedizas, preferimos poner flores a los muertos que regalarlas en vida, apostamos por la cultura del héroe individual que colectivo. Somos unos verdaderos imbéciles. 
La paz, el sentimiento profundo de paz, no significa debilidad sino fortaleza, convicción, ir contracorriente a sabiendas que es la única opción para la verdadera convivencia y supervivencia como especie. Si en un clima bélico decides apostar por la paz te tachan de antipatriota, desertor de los tuyos pero, en realidad, la cuestión es al revés. Son quienes apuestan por el conflicto como solución quienes han fracasado, quienes traicionan ese sentir profundo de la gente, quienes han desertado -definitivamente- de la paz. Desertar la paz, abandonarla, es mucho más fácil que mantenerla. Huir de una guerra no es desertar de nada porque esa guerra ni tú la comenzaste ni tienes por qué estar en ella. Entrar en guerra sí es desertar de algo concreto, es hacerlo de la paz porque nunca estuvo en los planes de quienes rigen el destino de tal o cual país. Y si estuviera en los planes afectaría, desde ya, a la educación, a la inversión en armamento, a la destrucción del mismo, a la desaparición de los ejércitos y sus mercenarios. Es fácil decir que hay enemigos, es fácil crearlos además, lo que no es fácil es mantener la paz que, por cierto, se quiere construir sobre la ausencia de conflicto. Le llaman paz tensa. No importa lo que pienses o sientas, ya lo hacen por ti y deciden por ti. Entonces a uno le queda pensar y sentir que la paz hay que mantenerla en uno y con la gente que te rodea de manera decidida, pasional si se quiere. Mantenerla y cultivarla además en lo cotidiano. ¿Qué hago yo para estar en paz conmigo mismo? Es la primera y gran pregunta que debemos respondernos siempre. A mí me gusta sonreír, tomarme las cosas sin dramatismo, hacer lo que debo, amar a quien debo como se merece, meditar, pasear, oír música que me transmita un día alegría, otro silencio, otro que me transporte fuera... Aquello que me da placer me da paz, simplemente. Y, de esta forma, al final la cosa se simplifica complaciéndonos más, queriéndonos más, diciéndonos cosas agradables, cariñosas, demostrándonos que somos llama que enciende y no arena que asfixia, que somos viento que empuja aunque, también, seamos olas que rompemos pero la mar se torna calma después de la tempestad. Lo que me da placer, lo que me hace vibrar en armonía me da paz y me hace continuar en el camino. Sí, deserté de la guerra hace tiempo. Otra gente lo hace de la paz constantemente.

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