NO VER, NO OÍR, NO DECIR
Esta manifestación de los tres monos sabios de la leyenda japonesa tiene una manifestación perversa en una realidad cotidiana y ya asimilada, esa otra perspectiva, por el pueblo llano de la época.
Dicha manifestación no es otra que no querer ver la injusticia, no oír lo que no me conviene y no decir la verdad de lo que acontezca. Y todo, en definitiva, para servir a mi ego, a mis intereses oscuros. O sea para servir al interés de quien practique esta forma de vida muy al uso en corruptópolis pero con la anuencia, por supuesto, de un público palmero que toca al son de la música, que jalea esa forma de vida.
Ningún sinvergüenza regiría un país sin un público cómplice y complaciente. No habría corruptos sin corruptores pero tampoco sin una base social que prefiere mantenerse en la ignorancia de no querer ver, no querer oír, no querer decir como si esta actitud les eximiera, en momento alguno, de responsabilidades. Y lo que quieren ignorar -en muchos casos- es que con sus ausencias, falta de compromiso, silencios, están dando carta blanca justamente a quienes, por otro lado, se atreven a criticar o juzgar hipócritamente en algún bar al uso, o en la tienda de la ropa de la esquina de la calle, o en la peluquería.
El personal, ese pueblo de aristas cortantes y complicidades nauseabundas, se atreve luego a criticar al honrado, a la persona honesta, a quien es diferente por su orientación sexual o su visión de las cosas. Son la gente que cree saberlo todo pero que no saben un pimiento, que te miran a la cara con altivez pero que de su mirada solamente se ven a sí mismas porque no son capaces de ver más allá de sus narices.
La gente que se instala en el fango, en el hedor más abyecto, al final termina percibiendo fragancia de marca porque se creen sus propias mentiras que es lo peor para un mentiroso porque la eleva a categoría de verdad. No nos extrañemos, por tanto, de hasta qué punto está podrida esta sociedad a niveles tanto individuales como colectivos cuando existe una crisis auténtica de valores humanos , de civilización, donde lo que, al parecer, faltaría sería una catarsis de proporciones universal para que nos enterásemos de qué va la vida si es que llegamos para entonces...
Una cosa es la tolerancia y el respeto a la diferencia y otra muy diferente es que yo tenga que aprobar las actitudes de ignorantes de la gente porque prefiere mirar hacia otro lado tapándose la nariz y cerrando los ojos y oídos. Esa gente me merece un respeto mínimo en según qué casos pero no me estiraría mucho. Si alguien para evitar analizar su propia responsabilidad habla desde la generalidad sin concreción alguna, tirando balones fuera, culpando a los demás de sus propios errores y miedos, da que pensar del nivel de conciencia hasta aterrizar en una mínima categoría de educación por conocimiento cuando estamos por debajo de la media de la OCDE (que no sé para qué sirve...) en nivel educativo. Y ya es decir la cuestión... Así no es de extrañar, pues, lo que acontece en este cortijo de personajes corruptos, sin distinción de sexo, que tomaron la cosa pública como un asunto de negocio privado y le regalaron a la banca nada más y menos que 56 mil millones de euros de los que apenas se ha recuperado el 6%. Luego que me retrase yo en un pago o no abone que ya me embargan hasta la ropa interior. Con esto quiero dejar que este que escribe no es un ignorante de su realidad, la que circunda a la sociedad y quienes la componen. Y eso sucede porque hay, repito otra vez, palmeros que se suman a la fiesta (de la democracia le llaman) jaleando pisando con tacones, y poniendo una música a ver si nos gusta. El estribillo de la victimización, de la arrogancia y la prepotencia aún latentes, la de vamos por el buen camino... Pero de las mentiras que cotidianamente se van descubriendo y las que aún quedan por salir, del mapa tan completo de procesos judiciales en curso y otros en fase de investigación, que casi en sumarios de papel podrían dar la vuelta varias veces al país. Pero no pasa nada, tenemos que estar contentos y seguir callando, hacer como el mono perverso que no debe decir, ni oír ni ver pero tampoco oler el tufo de podredumbre moral que hay en esta sociedad cuyo mal están en la médula de la misma.
Así que no es de extrañar que ante tanta falta de autoridad moral y ética no haya un patrón de referencia en el que nuestros menores se miren, en el que nuestros semejantes se reflejen y extiendan esa coherencia. Esto que, bajo otros parámetros, está extendiéndose como una gangrena por múltiples y diversos países no es más que un anuncio de lo que puede estar por venir a menos que la gangrena se extirpe a tiempo... No es de extrañar los comportamientos en los colegios en materia de acoso escolar, en las empresas con los fraudes a distintos niveles o en las familias donde hay que guardar apariencias de ser bien avenida aunque nada más lejos de la realidad.
La sabiduría de la naturaleza encierra respuestas simples y una de ellas es que cuando un árbol tiene raíces podridas el árbol ya está muerto. Yo, por ello, y mientras pueda procuraré regar el mío con buenas aguas...
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