PREJUICIOS




El prejuicio, en su etimología, es un juicio apriorístico, anticipatorio, condicionado por el desconocimiento o ignorancia de personas, situaciones etc. Es el motor de la ignorancia porque, de lo contrario, su práctica sería casi nula y en una sociedad como en la actual, en pleno S. XXI, solamente hay que leer prensa digital o ver algún informativo para comprender cuántos prejuicios existen por razones de color de raza, orientación sexual, profesión u ocupación, procedencia geográfica, creencia etc. 
Una sociedad de prejuicios o estereotipos como la que vivimos (de apariencias) demuestra el poco grado de evolución espiritual del ser humano y la gran necedad de la que está cargada muchas veces disfrazada de moralidad supuestamente religiosa que se atreve a condenar a gays, lesbianas, transexuales, anticonceptivos, mujeres oficiando pero en su hipocresía se olvidaron del  mandamiento del amor. 
El prejuicio interesa a unos pocos para agitar el enfrentamiento desde posiciones sectarias que únicamente dividen, separan, enfrentan incluso hasta la muerte en manos de quienes, además, debieran darte protección y más seguridad. Paradojas de la vida. El prejuicio interesa para mantener el status quo de un poder que basa su criterio justo ahí, en criminalizar lo diferente. Y si alguien está libre de pecado que tire la primera piedra porque a ver quién no ha sentido un cierto rechazo interior hacia personas diferentes en lo físico por ejemplo, o por la procedencia de tal o cual país o, incluso, provincia dentro de mi propio país.
Quienes alientan de forma calculada el prejuicio como forma de comportamiento sabe muy bien lo que hace o es un necio de proporciones descomunales y no sabría decir qué es peor, pero quien se deja manipular enfrentándose al árabe (pobre), al negro (pobre), al rumano (pobre) etc., no se da cuenta que en realidad se está enfrentando contra la pobreza como si ella fuera la causa y no el efecto de algo más profundo porque generalmente a un deportista de élite, empresario o turista que se deje el dinero le damos la bienvenida. A quien maltratamos e insultamos con gritos de ¡fuera! no son a gente de dinero de otro color, religión, aspecto físico, procedencia sino al pobre que viene o va a buscarse la vida porque en su lugar de origen no hay oportunidades o simplemente porque una guerra los ha desplazado y desarraigados con el dolor que ello produce además de la pérdida humana. Pero eso parece no importar mucho en cabezas huecas, simplistas, ignorantes en definitiva.
El prejuicio es una lacra real que solo se puede vencer con una mente abierta, dosis de cultura y, por tanto, de pensamiento, de comprensión y aceptación a la diferencia. El que alguien sea musulmán no me debe producir rechazo sino quien quiera imponerme su creencia al igual que si fuera al revés, algo que por aquí sabemos de largo lo que es imponer creencias y aún hoy padecemos las secuelas de ese virus ignorante. Debemos vencer cualquier prejuicio simplemente a través del conocimiento de uno mismo adentrándonos en nuestro interior para saber qué miedos son los que nos atizan hacia ello, qué patrón cultural es el que seguimos. Por qué y para qué de la situación son dos interrogantes básicas. Y está demostrado que al fomentar la división, la separación, el sectarismo, existe ese prejuicio del otro lado también hacia uno y justo ahí es donde venció la ignorancia, en quien cayó en la trampa de seguir el juego.

Queda mucho por hacer porque el legado que les vamos dejando a nuestros jóvenes es, a día de hoy, 
de desconocimiento, de escasa evolución, de un escaso saber sobre el ser humano en sí mismo. Sin prejuicios respiraríamos mejor y tranquilos.

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