DE MAYOR QUIERO SER FELIZ



Durante todo este mes de diciembre he estado como ausente y puede que, por eso, haya gustado más parafraseando al gran Neruda. Ausente no totalmente porque las musas se me agolpaban en forma de titulares a los que no lograba darles forma porque la situación desborda. Golfos, mangantes, incompetentes, vividores, manipuladores, negacionistas del cambio climático, gente desahuciada, guerras interminables, estados que van de víctimas pero que son verdugos al símil del lobo con piel de cordero, refugiados que no llegan porque se ahogan en la travesía, el machismo que mata, niños empobrecidos que no tienen que llevarse a la boca, estupideces navideñas en forma de obesos muñecos de rojo y blanco y guirnaldas, de luces que quieren ahuyentar el fantasma de la necedad del consumismo, inundaciones por doquier con desgracias humanas, muertos en carretera por conducción ebria, imprudencia, despiste etc. Un mes casi como este de diciembre da para mucho pensar y escribir pero he preferido marcar una enorme distancia emocional y centrarme en mis propias tareas para poder sacar el cuello del agua en el que nos metieron los golfos estafadores. Aun así en la distancia ha crecido en mí una visión más amplia como si estuviera observando una pintura mural y cada día que ha pasado me decía hoy me pongo a relatar, a expresar, a compartir y algo me frenaba. Quizá una baja vibración con el Universo, con el sentido de la Fuerza o quizá un sentido del silencio que, en ocasiones, no sabemos respetarnos a nosotros mismos. Pero hoy, incluso, he logrado poner un título a este artículo producto de una meditación hace un tiempo.
En cierta ocasión, hace unos meses yo me preguntaba si fuera niño y me preguntasen qué quieres ser de mayor hubiera contestado DE MAYOR QUIERO SER FELIZ.
Los mayores tenemos aún el impulso de preguntar a nuestros menores qué quieren ser identificando SER CON HACER pero nada más lejos de la realidad a menos que se haga lo que se es realmente. Pero mucho me temo, con datos constatados, que no es así. Si no pregúntense si son felices con lo que hacen y si saben quienes son en realidad, si han manifestado su verdadero ser con aquello para lo que vinieron al mundo. Porque si queremos un camino de cambio tendremos que comenzar por desandar otros caminos, por desaprender lo aprendido y plantearnos seriamente si queremos ser o tener.

Y esa pregunta, anidada en mi interior, obtuvo una respuesta tan simple como la vida misma. Ser feliz. Pero esta respuesta requiere de profundos reconocimientos, de saltos al vacío, de decisiones valientes y arriesgadas aunque prudentes, de una enorme fe personal, de esperanza en definitiva. En realidad cuando obtuve la respuesta era mi niño interno, ese que nunca se va de uno y ni debemos dejarlo ir, que con simpleza contestó mostrando que el camino es lo que uno hace o deja de hacer y que aquello que sea para bien sintonizará con la vida y que la esperanza es la única arma que no nos pueden arrebatar y que manteniéndola será como el arcoiris después de la tormenta.

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