ECOLOGÍA ESPIRITUAL



Previamente al desarrollo de estas líneas sería conveniente recordar que espiritualidad no es sinónimo de práctica religiosa alguna y que, en consecuencia, es un sentir profundamente laico respetuoso en la diversidad y, por tanto, ecuménico en su raíz etimológica. La espiritualidad nos ubica en la naturaleza de luz del ser humano muy lejos de intereses mezquinos, de apariencias fatuas y engañosas, de golpes de pecho innecesarios pero contradictorios con la esencia del ser humano. Aclarado esto les diré que alguien que dice ser ateo o sin dios puede ser alguien profundamente espiritual si vive en el espacio de la solidaridad, en la justicia, la igualdad, si respeta y cuida su entorno en el plano ambiental que es hacia donde nos dirigimos aquí.
Nuestros ancestros no eran ecologistas porque no tenían la necesidad de reivindicar algo que vivían cotidianamente. Leían las señales del cielo a través de las nubes, el viento y sus direcciones, las estrellas, el vuelo de las aves, sabían de la Tierra porque ella les enseñaba y aprendían y así podían interpretar el lenguaje del agua, las propiedades de las plantas. Lejos de presentar una vida bucólica su conocimiento del espacio natural, de su medio, era profundamente sabio porque seguían el espíritu de la adaptación al mismo y conocían del sacrificio. Hoy quizá podamos aún saber de vestigios de esos ancestros en tribus en lugares distantes de Latinoamérica, África, Asia, Oceanía quedando en Europa un resíduo de aquel conocimiento en quienes saben de sus raíces, de quienes aún entienden que a una madre no se le maltrata cuando es generosa y la Tierra lo es. Y ese vestigio de personas mayores, sencillas y sabias, parece que prendió una llama en la conciencia de gente con estudios y sensibilidad que comenzaron a llamarse ecologistas, ambientalistas, conservacionistas etc. Proteger y conservar el medio podría ser la idea matriz ante el desmadre de las revoluciones industriales y su constante agresión a dicho entorno, cuya forma de encauzar dicha energía ha adoptado ha sido muy diversa en tanto que hay quien plantea el ecologismo desde una perspectiva mecanicista y quienes ahondan en un análisis incardinado en la lucha de clases como parte de la expoliación y sobreexplotación de recursos limitados favoreciendo la desigualdad y la pobreza generalizada entre naciones dado el carácter depredador del sistema capitalista ya fehacientemente demostrado y que va a acabar con cualquier esperanza de vida en este planeta para lo cual ya hay quienes se preparan para el asalto a Marte por ejemplo. ¡Pobre planeta!
Con independencia de las lecturas (que son importantes en su diagnóstico y forma de tratar el problema ciertamente) voy a pararme en ese sentido reverencial, sagrado, de conexión con la Tierra como un ser vivo que sufre y padece, que se rebela con sus tempestades, terremotos, lluvias torrenciales descontroladas etc. Ese sentir de comunión con el entorno de los pueblos indígenas americanos en todo el continente, o de otros pobladores en los otros continentes como ya expresé antes cuyos ritos se canalizaban a través del chamán como ese interlocutor o mediador (medium) entre lo divino y lo humano, que era capaz de invocar la lluvia en sequía, de curar con plantas, de enseñar a las generaciones el saber de lo que la Tierra enseñaba. Lejos de aquel chamán podremos quedarnos con ese sentir de búsqueda de espacios para la soledad en el ámbito rural porque qué son esas escapadas, o la práctica del senderismo, sino la necesidad de interiorización, de paz interna. Buscamos porque no tenemos. Lo que se tenía no había que buscarlo simplemente mantenerlo pero llegó el hombre blanco, depredador, moderno, agresivo, competitivo, y asesinó la Tierra y sus moradores animales, plantas o seres humanos. Daba igual y sigue dando igual el ser vivo del que se trate.
La ecología necesita humanizar simplemente su discurso también en su conjunto pero no olvidar al espíritu de la Tierra donde abrazar a un árbol era algo más que un ritual vacío, donde sembrar era algo más que necesidad biológica de comer, donde pastar con el ganado era algo más que trueque con otras mercancías. La cosificación del medio ambiente también puede inundarnos haciendo posible que nos separemos de nuestra propia naturaleza porque somos tierra y a ella volvemos en forma de ceniza o cuerpo inerte enterrado hasta que esa tierra nos absorba. Dentro de la conciencia ecologista, integral, existe este análisis totalmente compatible con la ciencia sea cual sea su disciplina porque el sentir profundo de amor no entiende más que de unidad en este caso entre la Madre Tierra y el peregrino que va de paso. Estamos en ella pero no nos pertenece ni nosotros a ella. Y para sanarla hace falta algo más que contenedores de reciclaje...

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