CUANDO ALGO MUERE ALGO NACE

La sabiduría ancestral nos legó un aforismo extraído de las leyes de la naturaleza en la que lo viejo da paso a lo nuevo, lo que muere a lo que nace, porque la vida es un continuo cambio sobre el que aprendemos o repetimos las lecciones con mayor dolor por nuestro ego dolido y herido. 
En el cambio está la evolución y en la evolución el cambio, y los cambios traen muertes de lo viejo para que nazca lo nuevo a diario. Cada día reproducimos en nuestra existencia, consciente o inconscientemente, esa ley de la naturaleza donde la muerte de una hoja de árbol sirve para alimentar el suelo que acoge al mismo árbol y otros más. Pero el ser humano, lejos de comprender esta lección, se aferra a viejos patrones con sus apegos. Muere una forma de vida, unos hábitos, una relación sentimental, un trabajo, una amistad, una situación y todo da paso a algo diferente, distinto. El cómo abordar las pérdidas está en cada cual, en su capacidad de adaptación, en su habilidad o inteligencia emocional, en el aprendizaje, en su esperanza de vivir como factor fundamental para que lo nuevo aparezca con mayor brío.Así es la vida.

Y he aquí que nos asaltan los temores más recónditos adquiridos a través del tiempo: el temor a la pérdida, al vacío, al fracaso, al éxito también, a la caída, a la soledad, a la incertidumbre, a lo nuevo y desconocido en definitiva. Este temor visceral nos trae más inseguridad que proyectamos en forma de enfados inútiles hacia fuera como cortinas de humo para no decir que tenemos miedo a vivir. Simplemente, en el fondo, es miedo a vivir de forma diferente a lo que habíamos conocido y voltear las viejas costumbres, los viejos esquemas caducos y decadentes que te hacen conservador. El miedo es producto de la ignorancia de nosotros mismos y, por supuesto, desconfianza en nuestra sabiduría interna que nos guía.
Suceden en la vida acontecimientos que se disfrazan de fortuitos, ocurren circunstancias, que nos ponen ante esa tesitura de saber escoger el camino adecuado, el correcto, haciendo posible que la razón y la emoción vayan de la mano sin pelearse, en equilibrio. Sucede que te puedes quedar sin nada, al descubierto, en un vacío de lo que antes conocías. Perdiste el trabajo que hacías pero que, en realidad, no te hacía feliz, perdiste ese amor que no te correspondía, perdiste la voz de tus hijas que rechazaron tu forma de ver y sentir las cosas y que fueron incapaces de perdonar, perdiste esas supuestas amistades que, en realidad, se valieron de ti, perdiste todo lo material excepto un techo donde cobijarte y encontraste que existías, te encontraste a ti mismo con tus capacidades, con todo el potencial para -en primer lugar- erradicar tus miedos, luego para todo lo demás. Y entonces renació -como un arcoiris- la esperanza en tu vida y ella dio lugar a la creación de alguien distinto al de antes, de alguien nuevo que le dio la bienvenida a la vida y la vida le dio la enhorabuena concediéndole lo que antaño soñaba. Le fue dando la paz que tanto anheló, le dio mayor conocimiento de sí y del mundo que le rodeaba, le dio capacidad de esfuerzo, le dio -ante todo- libertad a un espíritu indómito y creador, le dio más esperanza para todo lo que iba a llegar y aún en fase no revelada. Aquella persona murió y nació en ella otra bajo la misma apariencia física, con más años, pero rejuvenecida. Aquella persona sabe que no puede pararse en el camino para que el movimiento no lo aparte y, por tanto, sabe que tiene que seguir evolucionando y sin miedo a vivir porque la vida es todo lo que tiene para disfrutarla...

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