EL RÍO ALQUÍMICO DE LA VIDA




En nuestra naturaleza, y he ahí la grandeza, está la controversia con apariencia dual de vida-muerte, egoísmo-generosidad, amor-odio... Son opuestos no complementarios o contrapuestos ya que son una contradicción de cada cual. Es la naturaleza de Yang y Yin, las energías primarias y básicas que encontramos en todo ser vivo sobre todo en seres como los humanos cuya unidad interna queda siempre en el aire, cuestionada permanentemente.
Pero el río alquímico de la vida es el de la transmutación de la polaridad la cual puede ser para evolucionar o involucionar, para el progreso o el retroceso. La transmutación del odio, rencor, al amor, al perdón. La transformación del egoísmo en magnanimidad, de la negligencia a la diligencia, de la ignorancia a la sabiduría... Esta es la verdadera alquimia, la del espíritu que se supera, que trasciende, que se esfuerza por ser mejor persona simplemente, porque se perfecciona. El mercurio transformado en oro es el brillo que le damos a nuestra naturaleza convertida en luz del mundo, en vida. 
En Occidente -a mi entender- no hemos alcanzado a comprender aún que el legado que los alquimistas nos dejaron no era más que el de la búsqueda de nuestro propio Yo profundo, sabio, recóndito, que yace en cada ser humano. Que la alquimia interna es esa iluminación de la que otras culturas hablan y que la iluminación no es un estado de enajenación que desarraiga o nos levanta los pies del suelo perdiendo contacto con la realidad. Nada más lejos de la verdad esencial que eso, ya que la iluminación consciente es ese proceso que vamos estableciendo cotidianamente en el reconocimiento de nuestros errores, en el poder de la intención para ser algo mejor, en el servicio que podamos prestar a la comunidad, en el que podamos darnos a nosotros mismos. Está en el diálogo asertivo, en la construcción  de puentes de entendimiento más que en los muros, en vivir los valores de igualdad desde el compromiso, en sabernos perfectibles, en reconocernos personas limitadas, en la alegría, en la esperanza... Por eso la alquimia del espíritu, la iluminación de nuestra vida, no es una cuestión de apartamiento sino en sabias decisiones tomadas libremente y vividas en coherencia, en la unidad entre lo que pensamos-decimos-sentimos-vivimos aun con todas las contradicciones. La iluminación no es una cuestión religiosa, es espiritualmente laica porque su abordaje lo puede experimentar un ateo igual que un creyente. Lo que une a dos seres aparentemente dispares como un ateo, un agnóstico o un creyente (sin etiquetas religiosas) puede ser el amor a la vida, el compromiso por mejorar las condiciones de vida de las personas, la solidaridad (o compasión), el diálogo reflexivo. En definitiva un espíritu de fraternidad puede recorrer las médulas de las distintas posiciones que al final el acuerdo siempre sería posible. Y ello es así porque, además, da igual lo que tú creas sino lo que vivas, da igual dónde o cómo naciste porque has de saber que al final siendo afluente vas a un río de la vida que, finalmente, muere en el océano que se llama muerte donde desembocamos todas las aguas. La cuestión estaría en llegar lo más purificados posibles si queremos verlo desde una posición ecológica en la que esas aguas no contaminan. Se trata de pasar por el crisol del fuego el mercurio de nuestro egoísmo, de los apegos, de la discordia, del sentido posesivo individualista al solidario de compartir, de la división a la unidad.Y así es como el ciclo de nuestra vida es como el ciclo del agua (siempre la misma) en el que lo que muere es una transformación de estado cual energía que somos que no se crea ni se destruye sino que se transforma, principio básico de física.

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