UN TRAJE LLAMADO ESPERANZA

En el viaje de la vida uno es un peregrino a secas que debe saber su camino. O sea su misión, meta, anhelos, recursos personales, principios y valores. Pero un buen peregrino debe saber caminar sin mucho equipaje para no arrastrar de pesadas cargas que le lastren el trayecto existencial.



Los miedos, temores, dudas, vacilaciones, exceso de culpabilidad, negatividad, abismos interiores, apegos incluso a lo que cree que debe aferrarse, la falta de conocimiento propio etc., son condicionantes muy fuertes porque nos van cubriendo de capas como una cebolla, a la semejanza de un edificio antiguo del que hasta que no rascamos a fondo la pared no vemos sus pinturas originales. Y esa es nuestra situación en la vida cuando acumulamos vanagloria, cuando nos disfrazamos de lo que no somos, cuando perdemos la originalidad y, por tanto, lo genuino para intentar vivir la vida de otras personas en lugar de la nuestra propia con toda su grandeza y, a la par, miseria.
El peregrino debe saber de sus limitaciones y aceptarlas pero no arrugarse infravalorando sus talentos, no perder la capacidad de crear, de innovar en su vida, de revolucionar y de saber parar. Saber estar en el camino sin que el flujo de la vida te pase por encima, sin que pases por encima de nadie tampoco viviendo en la armonía del movimiento que el latido del corazón te va dictando tan sistólico y diastólico en su ritmo. 
Pero el peregrino sabe de su desnudez, sabe que está en el mundo pero no le pertenece y en su relación con ese mundo tampoco éste le pertenece sino que lo comparte habitándolo con dignidad. Y que en su desnudez de alma y de cuerpo cuando se observa lo que ve, lo que siente es que el único ropaje, el único traje a la medida que debe llevar y no desprenderse de él es la esperanza sin la cual no habrá futuro ni presente, sin la cual no habrá cambio ni, por tanto, evolución, sin la cual sabe que entonces simplemente ya has muerto...




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