EL DEBER CUMPLIDO





(Después de tanto silencio autoimpuesto...)



Cuando estás a punto de terminar una fase o ciclo en tu vida, sea cual sea, siempre tienes la sensación que quizá pudiste hacer más pero puede que ese “quizá” sea por una autoexigencia alta o por una educación de la mala conciencia. La cuestión está en preguntarte si, aun con tus errores, has sido capaz de cumplir con lo fundamental, si el deber ha sido satisfecho en su justa medida sin autoflagelación pero, igualmente, sin autocomplacencia vanidosa.
Si al preguntarte hay paz en ti es que vas por el buen camino puesto que el justo centro de tu ser interno está en armonía con la vida.
Si al preguntarte notas cierta zozobra tendrás entonces que preguntarte qué dejaste de hacer pero, ante todo, quizá por qué dejaste hacerlo con la misma actitud.
Nuestro paso por la vida es efímero aunque no les parezca y por esa misma razón ha de ser un paso lo más sereno posible cargado de acciones justas, correctas en definitiva tanto hacia ti como hacia los demás. Habrá veces que no sea así pero en reconocerlo está la grandeza personal cuando no nos enfrascamos en lo contrario y seguir con las perturbaciones que solo agitan nuestra mente hasta la tormenta y nuestro espíritu hasta la muerte en vida del que la vida nos va dando buenos ejemplos.
Ese paso equilibrado es a la semejanza de la órbita de un planeta que si se sale de la misma rompiendo las leyes cósmicas su ruptura genera caos alrededor y creemos que eso ocurre fuera de nosotros, no dentro. Pero cuando nuestras vidas se convierten en turbulencias incontrolables el daño exterior está servido ineludiblemente y, en ocasiones, puede que sea de largo alcance y difícil de reparar. Siempre se está a punto de no llegar a eso mediante esa visión interna de luz que da la justa medida de nuestras palabras y actos que pueden, en su conjunto, sanar o destruir. La decisión de ello está en cada persona por el libre albedrío sobre todo si cuando nuestras actuaciones se repiten como un bucle irredento sin control. Entonces es que algo está fallando y seriamente además si no supimos o quisimos poner coto con anterioridad, si no previmos las consecuencias antes de actuar o, también, si no supimos o quisimos corregir a tiempo. Hace muchos años, en una conversación más o menos amena, le comentaba a una gente que generalmente puede que cuando metemos algo podamos sacarlo después del mismo lugar pero había algo que difícilmente podría sacarse y eran las meteduras de pata. Esas mismas cuando hablamos o hacemos lo que no debemos y luego no sabemos cómo salir del entuerto.

Y el deber cumplido, a veces, es no decir nada, dejar que pase la tempestad, guarecerte de la misma no exponiéndote a las turbulencias que puedan afectarte. O no hacer explícitamente nada en concreto sino dejar a la naturaleza seguir su curso no en un sentido pasivo sino desde esa actitud de “no hacer” según la filosofía taoísta y difícil de entender. Tú sigues cultivando tu centro, ahuyentando tus propios demonios dejando que los demás sigan con los suyos y resuelvan sus zonas oscuras sin entrar en diatribas innecesarias ni tampoco juicios de valor. Dejando hacer a la vida para no perder el tesoro de la paz interna y al que en nada estimamos cuando nos vamos desgastando inútilmente pensando que la vida nos alcanzará más que a los demás sin considerar que somos aves de paso de cuyas alas hemos de sacudir el plomo si queremos volar…

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