HONESTIDAD



Como cualquiera otra virtud la honestidad, quizá hoy más que nunca, no es un valor al alza quizá porque no despierte importancia alguna ya que todo vale en una cultura decadente como la que vivimos.
Honestidad no es un vocablo vacío de contenido sino una actitud de vida basada en conectar tu mundo interno con el externo de tal forma que puedas ser consecuente o, al menos, intentarlo entre lo que sientes, piensas, dices y actúas. 
No hablamos de pureza al 100% porque quien esté libre de pecado tire la primera piedra, pero sí de predisposición para que sea una guía de comportamiento recto en el que prime la verdad aunque duela, en el que lo importante no sea aquello que le parezca a nuestro ego personal sino que se rija por altos valores de bien común, no por aquello que llamamos en medrar o trepar para alcanzar un objetivo aun pisando a quien sea sino por lo que realmente es lo correcto aunque eso suponga dar un paso atrás o al lado en lugar de impedir que una situación evolucione favorablemente. Atarse a lo viejo, caduco y decadente es sintomático de una falta de capacidad de movimiento, de evolución, pero también de honestidad personal fundamentalmente que, en definitiva, es la que nos debe guiar en lugar de criticar la falta de los demás o, incluso, su buen hacer.
La honestidad es la que nos dice cuándo debemos dejar una relación personal con alguien a menos que pretendas dejarla forzadamente por miedo a enfrentarte a ella. Entonces ¿qué sería lo honesto?
Eso pasa con relaciones de amigos ficticios, de compañeros de trabajo ficticios también, de parejas tóxicas, con familiares que son tal por el apellido pero no por mérito propio. 
La honestidad, por tanto, es una de las guías que nos lleva a romper las amarras de nuestro barco para dirigirlo al puerto felicidad, a ese del que solemos renunciar en ocasiones a menos que ya llegue un momento que no tengas más remedio que hacerlo si no quieres naufragar realmente sin posibilidad de sobrevivir en la existencia y, entonces, das el salto definitivo. La honestidad nos empuja a ser coherentes y asumir responsabilidades por lo bien o mal hecho siendo la que debe regir en un chaval estudiante para no copiar en los exámenes, en un trabajador en el cumplimiento de su deber, en un funcionario público para no dejarse corromper, en un empresario para no empujar a corromper, en dimitir de una responsabilidad llegado el caso, en dejar de hacer lo que haces para hacer aquello que soñaste también o en no cerrar un acuerdo de negocio si no existe un equilibrio de fuerzas. Simplemente porque eso es lo que la vida te encomendó pero le diste la espalda es por lo que la honestidad llama a la puerta recordándote dónde empieza y acaba tu camino erróneo y dónde el certero que te da paz interna, clave de toda decisión armonizada y coherente.

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