EDUCACIÓN EMOCIONAL (CERO)






Al parecer la educación emocional como parte del proceso de crecimiento y desarrollo personal no existe en prácticamente ninguna institución educativa, a menos que sea poco ortodoxa y anticonvencional.
Desde la experiencia puedo decir que los centros educativos en general es un aspecto de la existencia humana que no contemplan ni desde el punto de vista teórico y mucho menos práctico. Así sucede, por tanto, que nuestros-as adolescentes carezcan, a día de hoy, de motivación para aprender no digo ya matemáticas analítica sino a relacionarse adecuadamente con su entorno, a tratarse con respeto y consideración, a valorar lo que significa el esfuerzo, la voluntad, la persistencia o tesón. A valorar el buen hacer, el saber ser y estar en una sociedad sin valores, a recuperar la humanidad perdida. Eso, a día de hoy, y salvo honrosas excepciones, es una asignatura suspensa por la sociedad en su conjunto.
No sé de qué nos quejamos cuando observamos violencia verbal y de actitudes machistas en adolescentes pero cuando yo insto al Instituto a celebrar un taller sobre el amor a la vida (en general) como parte de ese proceso “misteriosamente” no se celebra después de estar comprometido. Sí, para eso está la orientadora u orientador de turno que en lugar de buscar aliados sociales parece querer encontrar competencia externa o intromisión en una cuestión de educación básica, elemental. La de las emociones.
Esta experiencia, junto a otras anteriores, no me resulta desconocida porque conozco esta mierda de sociedad en la que nos movemos. Materialismo, pragmatismo hasta la paranoia, competitividad, explotación, deshumanización de las relaciones sociales… Todo va en el mismo paquete. Así no es de extrañar que nuestros menores reaccionen como lo hacen: indolencia, falta de motivación, creer en sí mismos-as, mantener una esperanza con metas nobles. Estos valores no existen sobre todo en quienes solo ven que el dinero es el único motor de la vida y que sin él no se puede hacer absolutamente nada. Por eso no saben apreciar un paseo, una conversación, una puesta de sol o una luna llena, un abrazo, un saludo cordial, una sonrisa. Solamente aprecian tener un móvil de última generación para poder chatear con quien sea porque sin ese móvil es imposible relacionarse. O sea que, además, hemos procreado una generación de yonkis de la tecnología. ¿Qué os parece?
Y qué pintamos en todo esto padres-madres-entorno familiar y social se preguntarán. Yo diría que más de lo que queremos reconocer porque el fracaso de nuestros menores es nuestro fracaso como sociedad en su conjunto sobre todo y, fundamentalmente, cuando no queremos abordar las situaciones aunque nos cuesten.
Pero educar en las emociones –que abarcan a u  sinfín de situaciones o actitudes- nos compromete a una sociedad mejor, más igual, solidaria en su conjunto. Nos compromete a relatar y vivir la verdad, a la honestidad. Nos compromete a no perder el horizonte, a ser sinceros, a encarar nuestros miedos y ponerles luz, a dar soluciones creativas a los inconvenientes. Educar en las emociones nos obliga al propio conocimiento en vez de conocer los cráteres de Marte, a saber que esas emociones siendo negativas nos van a provocar síntomas, manifestar patologías porque quedan albergadas en esa máquina tan perfecta llamada cerebro.
Saber que nuestra rigidez nos puede provocar un dolor de articulaciones, que no poder comunicar lo que deseamos o queremos una faringitis, que no querer oír lo que necesitamos problemas de oído o, también, oír y no asumirlo, que no digerir una controversia nos puede provocar problemas digestivos etc…, debe estar en cualquier manual educativo. Y no me digan que esto es paraciencia porque hasta la nueva neurociencia está en la línea, sobre todo la que se yergue por encima de intereses espurios.
El ser humano es emoción además de razón, es sentimiento además de intelecto pero mientras no abordemos esta estructura como un todo seguiremos navegando hacia el fracaso, hacia el naufragio de la vida de seres incompletos…

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