HABLEMOS DE MIEDOS
El
fundamento más demoledor del ser humano, la emoción más destructiva es el miedo
sobre todo cuando, incluso, te impide hablar de él.
El
miedo, tan manipulable para fines oscuros, paraliza, impide el ejercicio de la
libertad sea cual sea su manifestación, bloquea tu espacio creativo y tu
capacidad de ser feliz fundamentalmente.
Cuando
nos atrevemos hablar de miedos tenemos, incluso, miedo a hablar por pudor a que
se rían de nosotros como si quienes nos oyen no tuvieran algún tipo de miedo.
Existe
una infinidad de miedos, todos reconocibles, como el que le podamos tener al
fracaso, al éxito, a la altura, a hablar en público, a enfrentarnos a la
verdad, a la oscuridad, a la muchedumbre, a la soledad, al dolor, a morir, a la
privación o necesidad, a la enfermedad, a conocernos profundamente, a comprometernos
(sobre todo con la vida), a aprender, al ridículo y un larguísimo etcétera de
posibilidades que dan juego para muchas líneas más.
El
miedo viene con nosotros en el paquete de la vida porque es un gen emocional
ubicado en la memoria celular, es un patrón que luego los poderes se encargan
de magnificar para que no opines, pienses, sientas, actúes, seas tú en
definitiva sin ataduras. El miedo es un palo disfrazado de zanahoria, un lobo
con piel de cordero, instalado en el poder oscuro que es la mente. ¿Pero sabes
lo peor? No es tener miedo sino no querer reconocerlo, abordarlo e intentar
superarlo y de ahí nacen conflictos internos importantes que nos acogotan,
oprimen y comprimen, impiden ver luz y nos sume en la más profunda ignorancia
pasando por la vida bajo un manto opaco por el que no atraviesa un rayo
siquiera de esperanza.
Ese
mismo miedo hace que el comportamiento con las demás personas pueda ser casi
insultante por menospreciar la sensibilidad e inteligencia ajena haciéndoles
creer algo diferente a lo que proyectamos. Ese mismo miedo de fondo hace que
nos perdamos en las ramas y piedras del camino en lugar de experimentar el
propio camino o la vida con plenitud, con sus luces y sombras. Ese miedo nos
lleva a volverle la espalda y decirle adiós a lo que debiéramos ser en lugar de
lo que somos despojándonos de las comodidades y el orgullo, Ese miedo hace que
no experimentemos el flujo creativo, que no indaguemos en soluciones y sí en
los conflictos, que nuestra vida se convierta en una pesada cruz de dolor
porque no somos capaces, tampoco, de aceptar la controversia. Porque tenemos
miedo a la contrariedad y nos adentramos en manipular el tiempo huyendo del
compromiso que significa vivir.
Porque
vivir es hacerlo con emoción, con razón y corazón, con sencillez y sin otros
ropajes o tapujos culpando a los demás de nuestras desgracias y vicisitudes o
desaciertos propios. Lo peor es no querer enfrentarlos y obviarlos día tras día
durante años
hasta que un día la maestra vida se disfraza de dolor, negación, pérdidas y
surgen tus crisis de identidad, tus fugas hacia delante como pollo sin cabeza,
para que reflexiones cuál es la relación con tu Yo profundo, cuál es la
relación que mantienes con ella (con la vida), para que asumas quién eres, qué
sientes y unifiques tu ser. Y entonces habrá llegado la hora de ejercer el
libre albedrío para que tu posición sea la de reconocerlos y trabajar por irlos
superando o quedarte en la zaga, en la caverna de Platón presa de la ilusión de
imágenes engañosas producto de tu mente, lugar donde se encuentra ese poder
oscuro llamado miedo. Entonces tu miedo hizo que perdieras lo que, incluso, anhelabas.
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