ILUMINA TUS MIEDOS
Si
algo debiéramos hacer de verdad para nuestro
crecimiento personal tendrá que ser iluminar nuestros miedos.
Ello
significa identificarlos, observarlos cómo nos invaden para poder combatirlos
con mayor éxito. Es el padre y madre de todas las emociones y reacciones que
solemos tener, la base de la mayor parte de nuestros comportamientos sin exclusión
alguna y, desde aquí, el punto de partida de nuestros conflictos generadores de
enfermedades.
El
miedo es el comodín con el que los distintos poderes juegan sobre nuestra mente
para control y subyugación de las libertades individuales y colectivas. El
miedo es el perfecto de la ignorancia sobre la que cada vez se trabaja más para
que rechacemos al diferente. O sea a todo el mundo que no sea como yo o, al
menos, se le parezca. El miedo a la libertad, al éxito, al fracaso, al libre
pensamiento, al amor, a la pérdida, son algunos de los ejemplos que nos pueden
llevar al sometimiento del otro ser humano, al ostracismo, al aislamiento
propio, al confinamiento ajeno, a los celos, a la infamia, a la manipulación,
al odio, a la violencia, a las fobias sobre la orientación sexual, las razas o
las culturas diferentes. En realidad cómo puedo demostrar mis propios miedos,
aunque sea disfrazado de macho, si no es a través de la violencia como forma
burda y primitiva de imponer un patrón de pensamiento.
El
miedo atenaza, paraliza, bloquea y, por tanto, en su desmesura nos vuelve
vulnerables, dependientes, sumisos o esclavos aun de nuestros pensamientos que
son, en realidad, obsesiones. Al ser así nuestra libertad de
pensar-sentir-decir-actuar deja de tener valor propio y pasa a ser un valor
ajeno ya que el nuestro se ha enajenado o, cuanto menos, hemos delegado nuestra
libertad en manos ajenas. Lo que tú digas…, es una frase muestra de esa
dependencia que asoma.
La
ausencia de una ínfima dosis de miedo nos vuelve imprudentes y necios a la vez.
Así puede que ocurra con muchas muertes en carretera, deportes extremos,
actividades que pasan de lo lúdico al drama en segundos.
Por
tanto iluminar nuestros miedos es concederles tiempo para que se manifiesten y
ponerles freno con luz para que no nos dominen por sus extremos como acabo de
expresar.
Pero,
no obstante, no voy a cerrar esta reflexión con el peor de los miedos que nos
impide avanzar y ahí es donde tendríamos que poner el foco. El miedo a la
verdad interna, a ser quienes somos, a dar el paso, a ser consecuentes con nuestra propia naturaleza de luz, a ser
felices haciendo lo que amamos y amar lo que hacemos, a reconocernos. Sin
iluminar esa parte escondida (véase la runa Sowelu) con la fuerza de la vida no
sabremos recorrer el sendero de la vida manifestándonos tal cual somos y
andaremos errantes (como pollo sin cabeza) probablemente cometiendo un error
tras otro o repitiendo el mismo error porque no aprendimos nada de la vida.
Pero, para ello, se requiere de valentía que nos haga de saber mirar hacia
atrás sin atarnos en la mirada, de vivir el presente y de seguir mirando al
frente para que el destino nos abrace. Con todo ello iremos conquistando
nuestros propios dominios porque siendo así estaremos en disposición de
conquistar el mundo sin que, además, nos pertenezca ni nosotros a él.
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