INDIVIDUALIDAD E INDIVIDUALISMO
Cuando uno
hace lo que debe desde el valor más alto que el ser humano tiene concedido,
creativo, digno, está trabajando no solamente para sí sino para la totalidad.
Esto es aportar a la causa común de la humanidad ese sentido que ha perdido o
se está desvaneciendo por mor del individualismo materialista exacerbado que en
nada tiene que ver con la individualidad y singularidad que todo ser humano ha
de preservar y fomentar.
Individualidad
no es igual a individualismo puesto que la primera acepción trata de cuidar el
espacio interno propio, fomentar la conexión con la vida sin enajenarse y sin
dejar de mirar el bien común cuando en la segunda acepción el resultado está
claro cuál es, lo vemos a diario. Valores basados en el triunfo trepador, en
eso que vinieron en llamar competitividad aun a costa de derechos inviolables.
La individualidad tiene la dignidad como guía, el individualismo no la conoce
porque no le importa. Aquí solamente cuenta el beneficio propio sin reparar en
los medios que justifica el fin.
En la
relación de pareja o familiar en general es importante la individualidad porque
es el espacio propio de reflexión serena, de interiorización, de respeto hacia
el propio ser en el que dos se convierten en uno sin dejar de ser dos. La
individualidad nos preserva de ataques externos, nos lleva al trato de igual a
igual, nos hace fomentar nuestra propia creatividad y conservar la luz que nos
es propia sin necesidad de ahogar la luz ajena.
El
individualismo nos lleva a la enajenación, incluso, de la libertad interna. Es
el reflejo de una concepción egocéntrica de las relaciones personales que, por
momentos, pueden llegar a la egolatría en su sentido más extremo. Son
patologías producidas tanto por patrones culturales o sociales como propiamente
de degeneración mental. Alguien que es capaz de fabricar una mentira y
convertirla en verdad para servir sus intereses solamente se mueve por el
individualismo, el interés para beneficio propio fundamentalmente que podría
tener una lectura de interés compartido cuando la manada se reúne para devorar
a su presa. No importa cuánto perjuicio puedes hacer porque, en definitiva, te
importa poco la individualidad ajena.
Por eso es
bueno distinguir los conceptos y aplicarlos en la vida cotidiana nuestra para
discernir, asimismo, en qué punto podemos encontrarnos. En cualquier caso la
reflexión debe llevarnos a si hacemos lo correcto con honestidad, si procuramos
el bien común o el nuestro, si nuestras decisiones se ajustan a valores
profundamente humanos o son su contrario.
Constantemente
estamos asistiendo a un goteo de situaciones que nos presentan de fraudulentas,
irregulares, en la función pública sobre todo de quienes se dan golpes de
pecho, aleccionan a los demás de cómo han de esforzarse para conseguir los
objetivos, de apretarse el cinturón en tiempos duros. Un discurso vacuo
proveniente de quienes tendrían que callar por su poca catadura moral porque,
en realidad, el problema que nos aqueja es un problema de ética profunda. Ese
es el discurso del individualista que nada ni nadie le importa salvo sus
propios intereses disfrazados de falsas crisis porque, en realidad, han sido estafas. Esa es la sociedad que tenemos
que aplaude el fraude, la ignorancia, la competitividad en lugar de la
cooperación. Porque cuando hablamos de crisis debiéramos hablar de crisis de
valores, de civilización caduca y decadente, fracasada en lo colectivo y, por tanto,
en lo humano.
Volver a
lo humano es, pues, volver a crear espacios propios de reflexión serena para
compartir desde mi interior, con sinceridad. Es volver a ser creativos sin
sujetarnos a resultados ni promociones de marketing. El placer de crear no
tiene precio tasado. Volver a lo humano es repensar la existencia y los
objetivos personales y comunes como humanidad cuyo destino, a día de hoy, está
más cerca de la desaparición por colapso que de la preservación en el tiempo.
Cambiar eso significaría modificar muchos patrones profundos y esa tarea no
resulta fácil sobre todo cuando no nos ponemos a ella con la diligencia que el
momento requiere.
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