APRENDER LECCIONES (DE LA VIDA)
Para
nuestra desgracia no solemos aprovechar las lecciones de la vida para aprender
de ellas porque, de lo contrario, no cometeríamos los mismos errores en
circunstancias y con personas diferentes entrando en un bucle negativo que nos
impide cualquier avance.
La vida,
como gran maestra, nos muestra un camino, nos señala e indica qué y cómo hacer
incluso hasta con quién o sin quién también porque para eso están los límites.
Pero lejos de comprenderla y aceptar sus enseñanzas nos mostramos
recalcitrantes, soberbios, contumaces en nuestras decisiones y ¡zas!,
nuevamente al error y, por tanto, vuelta a empezar. Ahí tenemos un bloqueo muy
importante, un conflicto de aprendizaje relacionados con los chakras primero y
sexto, con la pasión de vivir pero con verdad interior siguiendo nuestra
intuición, el corazón, con aceptación desde la humildad, descartando tantas
dudas y vacilaciones para entregarnos al amor profundo que nace de nuestro ser
interno y que se fundamenta en una fidelidad hacia uno mismo (o misma).
Para
aprender, pues, hemos de asimilar las experiencias, decantar sus emociones,
sintetizarlas desde la razón o raíz que pisa suelo pero sin dejar de mirar más
allá de nuestros ojos físicos. De esta forma nos evitaríamos muchos
encontronazos con los egos ajenos porque controlaríamos los nuestros,
dejaríamos de decir sandeces y sabríamos callar prudentemente, dejaríamos de
hacer la guerra para no dejar de hacer el amor hasta con la mirada,
promoveríamos soluciones positivas en lugar de imposibles mentales, nos
arriesgaríamos a perder en lugar de intentar conservar la nada porque, he aquí
una cuestión, que solemos querer conservar justamente la quimera. Querer
conservar la vida nos puede llevar a perderla nos recuerda una frase de
sabiduría, pero qué vida es la que perdemos es la pregunta. Pues esa que pasa
por delante de nosotros sin que la respiremos, sonriamos, compartamos,
afrontemos con valentía. La que perdemos es la vida emotiva, latente, que ama
profundamente y no le teme a ese corazón que le invita a ello en lugar de
atarse a condicionantes mentales. La vida que nos empuja a crear y resolver es
la misma que nos invita a aprender recordándonos que estamos de paso, que
aprender es imprescindible para evolucionar y que solamente podemos hacerlo con
dosis de confianza y humildad. Que evolucionar no es ir más rápido que el
tiempo sino saber navegar con él en una alianza de ritmo cósmico, de flujo
eterno. Cada día que pasa es una oportunidad para aprender lecciones que luego tendremos
que transmitir para hacer comunidad pero lastimosamente nos encontraremos que
habrá quienes entienden saberlo casi todo en la vida, que no necesitan saber
más de lo que saben, que están por encima del mal y el bien, que todo cuanto
hacen no tiene discusión y entonces lo que nos queda es seguir nuestro camino
dejando que cada uno tropiece con la piedra que quiera hasta que se le abra la
cabeza. Ese camino tendrá que ser, asimismo, consecuente ya que –de lo
contrario- nos saldríamos del nuestro propio. La consecuencia nos da paz
interna y nos hace mirar alto y dignamente sin temor a la pérdida que otros
quieren provocarnos, sobre todo cuando la consecuencia no mira para lo
individual exclusivamente sino para lo general, cuando la mirada es justa.
Yo me
pregunto cuántas lecciones aprendemos de nuestros errores y, a veces, pienso
que casi nada. Y todo por no querer (he escrito bien: no querer) dedicar unos
minutos al día a cultivar nuestro mundo interno y armonizarlo con el externo,
por no querer practicar el silencio, la contemplación, el análisis, la
reflexión serena, por no querer abandonar la vida que nos construimos sin
cuestionar siquiera si es la adecuada o no… Por eso, quizá, la vida es una escuela de oportunidades
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