EL SILENCIO DE LA NECEDAD








Los silencios pueden medirse en función siempre del contexto. Puede ser de reflexión y toma de conciencia para adoptar una posición clara y definida, de sabia prudencia, de desprecio, de abandono o negligencia como que todo me da igual, de miedo, de incompetencia etc. Cuando alguien aborda una etapa en su vida, o intenta abrir una vía de diálogo asertivo puede encontrarse con esta auténtica rémora y lacra social que es el silencio necio, maleducado, o más aún insolidario sobre todo si la persona destinataria de ese silencio (individual o grupal, o ambas a la vez si hubo acuerdo previo) ha puesto en jaque o removido los cimientos internos de quienes ahora practican el silencio con cierto aire presumiblemente de seguridad o confort en la zona en la que se encuentran.
Cuando alguien atraviesa un desierto quiere llegar al mar para poder refrescar su cuerpo y ver otro horizonte pero quien se encuentra en la orilla puede que haya olvidado cuál fue su punto de partida y si atravesó alguna vez el desierto. Es la soledad del corredor de fondo la que experimenta quien ve cómo la palabra olvido se hace fuerte, con mayúsculas, simplemente porque no le toca en las entrañas a quien ningunea y se siente algo superior entendiendo que la vida igual no pasa por delante de su puerta. 
Esta reflexión no es un ejercicio mental banalizador, ni contiene rencor alguno, pero sí la confirmación de la extraña naturaleza humana en la que la derrota es huérfana y el éxito tiene muchos padrinos (o madrinas). Y esto, a su vez, es una emoción ciertamente con carga de tristeza por comprobar que esa premisa anterior puede ser cierta en tu vida sobre todo si estás en la fase aparente de derrota pero que nadie olvide que la vida es una noria que gira y que hoy puedes estar arriba y mañana abajo, que puedes quedarte colgado en la noria porque se pare y no avance incluso cuando esa parada es en lo más alto cuyo vértigo es mayor. Y quien dice una noria puede explicitarlo como la rueda de la fortuna.
Estos olvidos son como piedras invisibles en el camino porque la ayuda emocional que esperabas no te llegó con una simple llamada pero las piedras pueden servir para tropezar o para hacerte una fortaleza. Yo eligo esta opción como la mejor porque para proseguir el camino de peregrino más vale solo que mal acompañado o con compañías indebidas, impropias, que no te aportan más allá que el propio momento del cual también se vale uno.
Hay relaciones personales que duran un día, otras un mes o varios, algunas otras pueden durar años y las mínimas hasta casi la eternidad por su componente espiritualmente cuántico, trascendente. Estas apenas existen sobre todo porque intervienen muchos factores que las entorpecen. Así es el factor humano, así es la vida.
Con la conciencia que lo único permanente es el cambio es como yo voy por este trasiego de peregrino, de arquetipo junguiano de El Loco, intentando respirar libertad, autonomía, aunque eso no significa rechazar una ayuda por poca que pueda parecer, ni dejar de pedirla porque la humildad debe presidir nuestros actos. Si te la niegan, aunque sea una sonrisa, es problema de quien lo hace no de quien la pide. Con esa conciencia de vivir con la confianza que en un momento tu realización personal está más cerca que lejos pero no puedes morir en la orilla, varado entre redes de pescadores de aguas revueltas. El poder de convicción tiene que ser exponencialmente mayor que la dificultad presentada para que el éxito no sea cercenado ya que los caminos están llenos de vericuetos, enseñanzas escondidas en las dificultades. Uno no aprende lo que es la vida hasta que no la experimenta y eso, en actitud estática, conformista, indolente, no llegará. Y si no experimentas la vida no aprendes, si no aprendes no evolucionas, si no evolucionas te estancas y si ello llega hasta ahí entonces dile a tu corazón que ESTÁ MUERTO.
Porque no muere la persona cuando deja de respirar o cuando su cerebro deja de emitir ondas sino cuando DEJA DE AMAR, de sentir, pensar y hacer lo que debe con la conciencia adecuada. Cuando el ser humano se convierte en una pieza del puzzle existencial sistémico se convierte en masa, deja de ser individuo para enajenarse y alienarse depositando su esencia en las decisiones ajenas, en las vidas ajenas. Por eso a mí me duele que la gente te deje tirado como una colilla en la cuneta a punto de incendio pero, a la par, me alegra que ello ocurra porque, en definitiva, sabes con quiénes no has de discurrir por los senderos de la vida. Y esto no es poco, ciertamente ya que la soledad y la muerte son las únicas compañeras que llevamos consigo durante todo nuestro periplo de navegantes. De ambas huimos o rehuimos como si quisiéramos controlarlas. ¡Qué ingenuidad! Pero, en realidad, de quienes huimos es de nosotros mismos (o nosotras) olvidando que la vida es un juego de espejos en el que cada cual se ve reflejado tal cual se proyecta, tarde o temprano. Y el retrato que nos hacemos se llaman buenas acciones no buenas intenciones, se llama compañerismo, lealtad. Si nuestro perfil no está retratado en el buen terreno entonces será como sembrar en terreno yermo porque nada producirá y justamente, por ello, tendrás que decirte que si tu vida no se mueve, que la acomodaste con tus silencios cómplices de necedad entonces siento tener que decirte que eres un cadáver deambulando por la existencia, sin rumbo simplemente porque tu compromiso vital no existe más allá del ombligo que te adorna.
Si las palabras -se dice- las lleva el viento también es cierto que su poder es como la semilla que se planta en buena tierra, sobre todo cuando están cargadas de verdad que solo el alma sabia acogerá y la necia rechazará con su propio silencio...

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