LA CULTURA DE LA VIOLACIÓN



Últimamente vengo oyendo o leyendo sobre la cultura de la violación y me aterra que la palabra cultura, tan noble por su carácter de potencial creativo, se asocie a una actitud tan destructiva, humillante y deshumanizadora como la violación. Quizá no haya otro vocablo mejor para expresar esa deleznable situación que vive, en cualquier caso, la mujer como sexo desagregado, vilipendiado, marginado, de nuestras vidas como si nuestras energías no tuviesen un componente importante de femeninas en los hombres y de masculinas en las mujeres. El equilibrio de fuerzas Yin y Yang en proporción a la identidad de género y opción sexual individual.
Entretanto reinventamos un vocablo que no sea el de cultura estaremos de acuerdo que los valores que aprendimos y luego transmitimos no son, precisamente, los mejores ni los más proclives en materia de igualdad y libertad sexual que, por otro lado, solamente parece que queremos ver desde el prisma del ámbito penal en lugar del ÁMBITO EDUCATIVO. Y este, de entrada, es un gran error al que habrá que imputarles a quienes pretenden moralizar constantemente la vida desde premisas de prohiciones, coerciones, imposiciones normativas, o hipocresía que es, en definitiva, lo que venimos arrastrando.
La educación no es algo a dilucidar exclusivamente en materia curricular en colegios, institutos o universidad aunque también y sin que que falte pero, ante todo, es una cuestión de TODA LA SOCIEDAD. Yo me pregunto qué papel juegan algunas o muchas asociaciones de madres y padres de alumnos en sus respectivos ámbitos, aun recibiendo subvenciones, más allá de la organización de eventos lúdicos para los escolares. Qué elementos de reflexión existen en las empresas de marketing y publicidad que dinamitan, con los mensajes sexistas, cualquier posibilidad de revertir los valores en el que la mujer deje de ser un objeto de deseo, una mera decoración. No, lo que mola es que el hombre se ponga a su altura y también se convierta en otro objeto de deseo pero al contrario. Esto me produce la náusea más profunda y repulsiva puesto que, como hombre, hace muchos años que vengo combatiendo cualquier tipo de banalización del sexo, de las relaciones afectivo sexuales, de la igualdad en lo deleznable (o sea hombre y mujer como objetos puro y duro de negocio que es lo importante. Chico mono, chica explosiva, cuerpos de deseo para que den beneficios a la industria... y a sí mismos). De esa manera de siempre me opuse a los concursos de belleza, a la presencia de azafatas en convenciones, congresos, eventos deportivos..., porque no aportan nada al evento en sí sino cierta vistosidad de chicas bombones que, por otro lado, se alejan de la pareja que tienes a tu lado, de la vecina que te cruzas. Y yo he visto y conocido muchos acosadores en mi vida que con la mirada cargada de alcohol han desnudado a una chica, la han violado con la intención porque para eso la han puesto ahí, para recrearse en la mirada, para instar al deseo más oscuro y la tentación de hacerles propuestas sexuales y en algún caso acompañadas de más empleo.
La que llamamos cultura de la violación está impregnada aún en la sociedad a través del mundo de los negocios en donde antaño se jugaban a las cartas, incluso, el derecho de follar a la mujer o hija de quien perdía la partida de poker. Esa "cultura" la arrastramos de algunos miles de años, no es de hoy ciertamente pero qué hacemos y hemos hecho para alimentarla o combatirla.
Para alimentarla el piropo estaba instituido como algo gracioso y la mujer debía sonreir, el silbido, sacar la lengua de tal o cual forma pretendidamente provocativa, el rozarte en el transporte público cargado de gente sobre todo cuando frenaba abruptamente, meter mano en eventos de masas amparado en el anonimato. Pero la "cultura" de la violación siempre estuvo presente en el ámbito familiar en donde la mujer tenía que follar (no hacer el amor) con el marido-esposo pero no amante deseado, quisiera o no, tuvieses ganas o no. Y esta "cultura" deleznable aún persiste en el Siglo XXI en el que muchas parejas no rompen por el maldito convencionalismo, porque la mujer depende emocionalmente del hombre con quien se acuesta convirtiendo su relación en una dialéctica tóxica que le lleva al abismo. Si ese día no tienes ganas recibes reproches, malas caras y en el extremo el mal trato. Y hay algo importante que no debiéramos olvidar que los patrones se heredan.
Mujeres que nunca fueron felices con sus cónyuges pero follaron, al menos, una vez a la semana. Nunca hubo amor de verdad, simplemente un ejercicio de quemar algo de calorías para la propia autosatisfacción de quien quería y una situación de hastío de quien se sometía o de engañosa complacencia de qué le voy a hacer. Y lo peor es que muchas mujeres estuvieron ajenas a que eso era violación hasta que puede que un día algo ocurrió en sus vidas que las transformó en el pensamiento, en la actitud y vieron la luz al final del túnel. Su conciencia se tornó lúcida cuando reflexionaron sobre que durante su vida marital fueron simplemente un objeto al servicio del placer ajeno apoyado en una absurda como represiva moral en el que sacralizaba dentro del matrimonio casi cualquier cosa, hasta la violencia.
Me preocupa que esta sociedad aún persiga a quienes quieren educar en igualdad censurando talleres o actividades en general dirigida a niños y niñas que han de conocer su cuerpo y ritmo biológico, sus necesidades afectivo sexuales desde una perspectiva integral porque la sexualidad es una energía que nos acompaña toda la existencia y hay que conocerla para poder manejarla adecuadamente, educándola y no reprimiéndola. ¿Realmente estamos en ese camino? Tengo mis dudas y me cansa pensar que así llevo 40 años esperando cambios educativos profundos, al menos en este campo. Pero no, aún se ciernen largas sombras inquisitoriales.
Mientras tanto habrá padres y madres con buena voluntad y poca formación, con buena voluntad y buena formación que podrán ayudar a que la igualdad sea una realidad y que la "cultura" de la violación sea un triste recuerdo más que una realidad inasumible. Pero qué hacemos con los padres y madres, con las familias, que aún mantienen ese patrón cultural caduco y decadente. Pues aquí está la tarea de concienciación colectiva a la que nos debemos para dejar claro que no es no, que sí es sí, que si te digo no es porque ahora igual no me apetece o estoy mal pero que te amo profundamente pero que oye a lo mejor nos podemos poner de acuerdo y jugar con las miradas, o simplemente tocarnos si se trata de sexo compartido. O si es que  no le gustas a una chica pues te aguantas, pero no por ello vas a tratarla mal porque aquello que hagas a alguien lo recibirás con creces de vuelta. Podemos ponernos de acuerdo en que ya va siendo hora de superar el pasado cultural, de alumbrar un nuevo camino compartido en el que ninguna mujer ha de renunciar a su placer porque tiene una pareja violadora que, de alguna forma, ella puede estar consintiendo sin saberlo. Cuando sabes que una mujer apenas tuvo orgasmos en su vida de pareja es un indicador de cuán poco amor existía, además, en esa relación. Algún día quizá haya que hablar de la relación entre orgasmo y amor profundo ya que éste lo trasciende y supera dejando cualquier relación a su servicio como el nivel más alto que dos seres pueden compartir no en una noche loca sino en una vida plena. Pero eso va a ser en otro relato de emociones del que no estamos exentos quienes apostamos por relaciones entre iguales basadas en la unidad de género porque, en realidad, no hay igualdad si no hay unidad nacida de la armonización entre lo que piensas y sientes con lo que haces y dices. De esta forma espantaremos los fantasmas de la necesidad, de la hipocresía social, de la ignorancia o falta de conciencia.
Hay mucho trabajo por hacer, mucho camino por recorrer pero qué nos impide comenzarlo lo tendrá que contestar cada cual. Yo lo comencé hace tiempo luchando contra mis demonios culturales disfrazados de machismo sutil pero fui ganando batallas a ese patrón cultural y en ese sendero estoy mientras esté respirando en este planeta con sus amaneceres y ocasos, pero también oponiéndome a actitudes denigrantes contra trabajadoras, por ejemplo, en la hostelería o el comercio en el que un cliente se cree con derechos adicionales de molestar por ser cliente, y me opuse radicalmente al acoso sexual callejero o a la violencia en el ámbito doméstico cuando en el vecindario nadie se enfrentaba. 
Cualquier actuación ponderada, de equilibrio y justicia, siempre será bienvenida a la sociedad cuando hay tanta carencia del suficiente nivel de conciencia.



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