PRINCIPIO Y FIN O EL ETERNO DEVENIR




Nuestra existencia es efímera en su corporeidad o estado físico pero, a la vez, deviene en un eterno devenir donde se anuda el principio y fin de todo, donde el espacio y el tiempo se funden en una sola realidad trascendente más allá de la comprensión racional o intelectual.
No existe el tiempo y por eso es eterno, no existe la medida y por eso es ilimitada, inabarcable. La luz sin la oscuridad podría no entenderse porque ambas se complementan como una realidad a veces incomprensible cuando caemos en estados de división interna y nuestra luz se apaga por momentos, se eclipsa perdiendo la clara visión del camino. Pero la luz vuelve a emerger cuando el eclipse pasa, cuando cada día es un nuevo amanecer con su propio afán. Pero nuestra existencia está demasiado condicionada por nuestros patrones de codicia, de posesión, de dependencias, de dudas, de miedos en definitiva a todo lo que sea nuevo. Y por eso, a veces, preferimos anclarnos en lo que creemos un puerto seguro aunque nos impida navegar hacia otros mares, explorando otras vías, otros puertos aunque sean desconocidos. Preferimos mirar hacia atrás y convertirnos en estatuas de sal antes que caminar hacia delante aunque nos llenemos de barro porque el mérito, digamos, está en llenarte de barro y no quedarte que se endurezca, en calzarte con tus propios zapatos y no con los ajenos, en volar con tus propias alas, en reconocer tu propia luz y saber que tú también eres luz del mundo, sal de la tierra.
Condicionamos nuestra existencia muchas a veces a esperar que los demás nos entiendan cuando no somos capaces de entendernos ni a nosotros mismos. Si para querer que alguien me entienda en lugar de hablar directo al corazón hablo retorcido diciendo lo contrario de lo que es o siento entonces mal camino es ese para comunicarse de verdad. Nos condicionamos porque, en ocasiones, confundimos atardecer con amanecer, una puesta de sol con un alba. No es igual el ocaso de la vida que el nacimiento de la misma aunque, finalmente, se fundan en ese principio y fin aunque, eso sí, toda obra que comienza tiene su acabado o ciclo de cierre.
El Sol, siendo el mismo, no lo percibimos igual con sus matices en colores cuando se va escondiendo en el horizonte y visto desde la misma playa que cuando amanece. Entra por levante, se va por poniente. Misma realidad, dos perspectivas o sensaciones. Una si lo recibo, otra si lo despido, una porque todo está por construir otra porque me dio la oportunidad de haberlo hecho dejando la puerta abierta a una nueva luz que emerge tras una transición de oscuridad y silencio llamada noche que, a veces, se hace muy larga y espesa. Son las noches del invierno espiritual en las que, bajo el manto de la esperanza, aguardamos el nuevo día, la nueva oportunidad de cumplir nuestra misión en la vida...

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