LA SOMBRA DE MI ÁRBOL





Tengo un árbol -quizá sea el de la vida- que con estar en mi jardín existencial me indica el camino que debo seguir.
Sus ramas y hojas se mueven cuando hace viento que si es fuerte se inclinan. Sus raíces están bien plantadas, profundamente diría yo.
Bebe del agua que no se ve y se enriquece cuando cae la lluvia. Toma el Sol recibiendo su luz y proyectándola a través de su sombra. 
Cobija con su sombra al peregrino, da sentido al pájaro que anida, arrulla a los amantes secretos (o manifiestos) que con sus ardorosas acciones se convierten en cómplices silenciosos y necesarios.
El árbol da sus propios frutos según la temporada, no propiciando en ocasiones nada. Pero siempre da sombra cuando aparece la luz, mientras es de día.

Esa presencia del árbol me enseña dónde está nuestro horizonte. Está aquí y ahora, en la presencia irrepetible de la vida que se manifiesta a cada instante. Un horizonte que se construye momento a momento, día a día. La sombra de mi árbol me indica que yo soy luz y sombra a la vez, que somos el Yang y el Yin de la vida, los opuestos manifiestos y complementarios. La sombra me habla y me dice que sin luz no existiría pero que, ante todo, cada uno ha de tener la suya propia.
Ningún árbol envidia o recela de la sombra ajena porque son creaciones mentales. Fijarnos en la sombra de otros, en su quehacer o dejar de hacer, en su tener o ser de una forma u otra, es entretenernos en las ramas de lo ajeno en lugar de cuidar las nuestras, es pensar por la raíz ajena en lugar de asentar las nuestras.
Ese árbol, el de mi vida, me indica que yo tengo mi propia sombra, que doy mi propio fruto. O sea que tengo mi propia autonomía y libertad de sentir, crecer, pensar, ser en definitiva un todo integrado. El árbol es un todo con el aire, el fuego de la luz, la tierra donde está y el agua de la que bebe. ¿Por qué entonces nos enajenamos del medio en el que habitamos viviendo a sus espaldas o confrontando con el mismo? ¿O por qué hacemos lo propio con nuestro ser peleándonos con la vida?
El árbol me muestra que una disputa con la vida no nos convierte en manzanos en lugar de limoneros, que si das sombra de olivo no pretendas darla de algarrobo. Aceptar este principio es sintonizar con la misión personal de cada cual sin más haciendo que tus talentos emerjan, broten para que sus frutos sean conocidos por las acciones adecuadas y no por bonitas palabras. Porque, en realidad, la sombra de un árbol crecido y robusto no es más que la consecuencia de la acción de la vida en el tiempo.
Las personas debemos crecer en armonía con el tiempo, con el medio, con la vida en definitiva alejándonos de pretender ser lo que no nos corresponde ser...

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