HASTA NUNCA











Quizá pueda ser la despedida que un año que entra le pueda hacer a otro que se va al tomar el relevo. El que entra, sabedor de lo que dejó el otro, le recomienda que no aparezca más, que se vaya o se aleje definitivamente con toda su carga de piedras en la mochila y con sus brumas de tribulaciones.
El año entrante, dicen que nuevo, suele venir con el espíritu renovado (y no espíritu navideño hipócrita precisamente) de ilusiones, esperanzas, fuerza, coraje, optimismo, audacia y, también, de amor hacia la vida, o sea hacia el ser que habita en uno en armonía con el mundo que le circunda. Pero ese año ya no es bisoño, ni quizá inocente, sino resabiado, temeroso, desconfiado, cuateloso de más mezclado con prudencia. Se asemeja al perro que le apalean y luego quieren adoptarlo. Aquí el año nuevo entra con paso delicado como si de un baile de danza en puntillas se tratara conminando al viejo que no vuelva porque no tiene nada que resolver. Las deudas del pasado ya se están pagando, la reconquista de uno mismo se puso en marcha pero queda tarea por delante de confianza ciega, o sea de fe, de mantener la llama viva de la esperanza pero, para ello, el que entra aún tiene que desprenderse de hilos invisibles que parecerían invitarle a seguir atado a ellos. Y nada más lejos de la intención del nuevo que seguir cometiendo los mismos errores porque ya no habrá lugar a actitudes de antaño por sí ni por lo ajeno, no habrá lugar a mantener el estado de cosas antiguas, viejas, ya que lo viejo da paso a lo nuevo, lo que muere da paso a lo que vive, a un nuevo tiempo.
Ese nuevo tiempo adquirirá forma en la medida que se empeñe en él sin olvidar las veleidades del destino, de los golpes que vienen de fuera sin que apenas te de tiempo a reaccionar. Esta vez el nuevo va a procurar medir bien el golpe que pueda recibir pertrechándose, poniéndose a refugio, buscando los apoyos que no tuvo con el que se fue y tampoco el de sí mismo. Nunca se sabe aquello que puede sobrevenir con total certeza, y yo cada vez tengo menos de esto. Mis certezas pueden ser interiores respecto a lo que sentía, pensaba, hacía y siento, pienso y actúo ahora con mis errores y mis aciertos. Todos ellos hay que asumirlos, integrarlos en la existencia, para darles unidad. La vida nos enseña que debemos saber perder para saber ganar y no al revés. Si aprendemos esto estamos en la senda inicial de un camino de reconocimiento y aceptación que nos hace crecer y ser grandes.
El nuevo dirá hasta nunca jamás al viejo pero sin acritud, odios o rencores. Tampoco con añoranzas aunque el estado ilusorio te haga creer lo contrario. El nuevo viene cargado de intenciones de romper techo, paredes, abrir ventanas y puertas pero, para ello, tiene que desprenderse de tics, de viejas formas, armándose de coraje y paciencia a la vez, de confianza y cautela, y también de mirada al frente para que la vista alcance lo más lejos posible. Recibir lo nuevo va a suponer una inyección especial de una forma de ver y sentir no conocida hasta ahora que con los años se aprende y ha de ponerse en práctica. Desprenderse significa saber olvidar el pasado sabiendo estar en el presente pero, también, recuperar la esencia de lo que fue y saber volver a los 17 (...) con todo lo que ello implica. O sea saber viajar en el tiempo hacia atrás para alcanzar el futuro puede que no sea tan imposible sino, al contrario, puede ser el gran desafío que el nuevo espera lejos de creer o no creer en buenos deseos ajenos sino en el propio, lejos de vivir el sueño ajeno sino el propio también aunque, a ciertas alturas de la vida, un sueño quizá se haya convertido momentáneamente en pesadilla.
El nuevo le dirá al viejo tú no me vales en aquello que me daña y te dejo atrás, tú no me vales en aquello que me ata y te dejo marchar. Y el viejo, con todo su equipaje, tendrá que irse para no volver ni siquiera en forma de fantasmas de huidas, de idas y venidas, de dudas y vacilaciones. Atrás quedaron esos momentos reflejados en papel o, incluso, en regalos no entregados o recogidos, atrás quedarán las palabras vacías que darán paso a los hechos y el miedo a la valentía, el silencio inútil a la palabra comedida pero compartida aunque la palabra dé su paso al silencio reflexivo. Y atrás quedarán los malos modales y la voz en grito y las sospechas para dar paso a la fidelidad hacia uno y la lealtad a los principios también acompañada de esa lealtad hacia quien te sirva de compañía en el camino.
Este año, con los temores de lo desconocido, promete crecimiento armónico pero imparable, porque lo nuevo se impondrá a lo viejo por la vía de la mente clara y el conocimiento de la intuición. Para crecer hay que cuidar lo plantado pero así será. El nuevo despide al viejo con su soledad para decirle que la suma compensará a la resta y la multiplicación a la división. El que viene va a entrar, a buen seguro, con un viaje al tiempo que fue para rescatarlo con una vivencia intensa que solo el destino sabrá, a estas alturas, cuál será el final porque, en cualquier caso, el camino estará abierto a engancharse al tren de la vida y quién sabe hasta cuándo y con quién o quiénes... Por estas razones y otras yo soy el año nuevo que le dice al viejo ¡hasta nunca jamás!, recordándote que lo viejo que muere dará paso a lo nuevo que nace.


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