LA OTRA ORILLA


Generalmente cuando nos sentamos a contemplar cómo una ola llega hasta nuestra orilla, cómo se asoman las aguas y lo que nos trae de "nuevo", rara vez sentiremos que al otro lado también hay alguien que pueda estar observando. Un lado invisible pero no por ello inexistente, porque no todo lo que no se ve ni es inexistente ni es inaccesible y tampoco entra en el terreno de lo imposible. Quizá en el de lo desconocido personal, nada más.
En ese otro lado también hay una orilla y así el mismo océano que nos puede separar puede llegar a unirnos. Me siento en una playa del Mediterráneo y no me olvido que al otro lado, en costas vecinas de otros lugares, frente a mí en la línea geométrica imaginaria habrá alguien niño o adulto con sus anhelos y esperanzas, con sus dudas y miedos en los que podremos coincidir. No me olvido que alguien puede observarme a la distancia quizá convirtiéndome en observado y ahí el destino nos une al ser observador y observado. Pero esa otra orilla no tiene por qué ser lejana en la distancia kilométrica. Puede ser que sea más en la emocional que puede ser abismal porque, al fin de cuentas, no estamos obligados más que en lo justo, en lo correcto, en aceptar pero no necesariamente en compartir más allá del valor humano.
La otra orilla es otra mirada de la vida que, en ocasiones, se convierte en torcida, egoísta, desapasionada, carente de visión ancha y abierta. Pero, aun así, esa mirada será la de quien optó porque fuera miope o interesada y ante eso no puedo hacer nada más que aceptar y continuar con mis observaciones, mis paseos a pie de orilla sin importar más que la huella efímera que el pie deja en la arena bañada por el agua que la borra al instante.
El paseo por la mar te da esa liviandad que te convierte en aire que se lleva la arena que pisas, en agua que fluye en en fuego que calienta sin llegar a quemar. Te fundes siendo un elemento más, quizá un quinto elemento bajo el signo de la pasión aunque te invadan los estados de desazón.
La otra mirada desde la otra orilla puede ser tu complementaria llegado el caso pero si no lo es al menos podrá ser la de la empatía y si no que sea, al menos, la de la comprensión que nos da la vida que todo ser tiene el derecho a ver romper las olas, a pisar arena que no sea la de la playa que siempre recorriste, a sonar la caracola cuando notes el peligro o escucharla en noches de silencio bajo un manto de luna llena.
La poética nos hace más humanos, el contacto con la vida nos vuelve a veces niños, a veces jóvenes, a veces sabios sin dejar de cometer los errores propios de nuestra condición de los que no debemos cargar con culpabilidad sino con grandeza de espíritu de superación. Mantener al menos este sentido de la vida nos vuelve un poco más humildes bajo la consideración que tu mirada simplemente es distinta desde tu orilla atenta al propio devenir y entonces puede ser que alguien llegue a tu vida mirándote a los ojos y te recuerde que tú eres ese alguien y al revés también porque, en definitiva, lo que llega puede unir. Al menos debemos intentarlo.

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