EL ESPEJISMO DE LA MONTAÑA DORADA


Una vez, en un tiempo y lugar desconocido, se corrió la voz que existía una montaña dorada. Nadie explicaba qué ofrecía ese lugar, sino que era dorada. La apariencia comenzó a alterar el ritmo de los lugareños que desconocían ese rincón pero, obviamente, de quienes querían acudir más allá de sus fronteras conocidas.
Acudir a la montaña dorada se convirtió en una especie de obsesión neurótica colectiva sin otra explicación que ver algo nunca visto por los ojos avizores de visitantes encandilados por el oro. Porque no era otra cuestión central que la posibilidad de acceder a un premio dorado. Cada persona visitante tenía sus propias motivaciones por las que anhelaba acudir sin saber qué iba a encontrar realmente porque nadie vio antes a la montaña dorada. Simplemente se comenzó a correr la voz de su existencia. El resto lo puso la imaginación individual y el ánimo del inconsciente colectivo basado en extraer riqueza para lucro personal.
Lo que nadie dijo, quizá porque no se atrevía, era que la montaña hablaba, se comunicaba con quienes acudían a verla. Y lo que la gente imaginó simplemente fue un sueño dorado de riqueza al comprobar que cuando acudían a verla no había oro.
Su color era el efecto óptico de la luz del Sol refractada en rocas y arena. Un efecto óptico que produjo un efecto emocional sobre la riqueza o la fortuna sin apenas esfuerzo. La decepción de las personas visitantes fue creciendo con las excepciones de quienes acudían como meras observadoras, con distancia y sin expectativas. La curiosidad sin ambiciones les daba capacidad de aprendizaje que otras no mostraban o tenían.
La montaña en realidad no hablaba a todo el mundo sino a las nobles de corazón. La llamada de la Tierra hacia el corazón de la gente que acudía sin otra intención que ver y disfrutar del paisaje. A ésta se dirigía mostrándoles el camino que les llevaba a la cima para contemplar el mundo a sus pies en donde el cielo estaba un poco más cerca de tocarlo, donde la vista alcanzaba como si fuera el ojo de un halcón, donde el oído percibía la música que traía el viento. Todos tus sentidos se abrían a la magia de la montaña si estabas en silencio y los ojos cerrados. Después podrías abrirlos para que la visión fuera doble con los ojos y el corazón. Ahí llegaba la montaña a decir que lo que relucía no era oro, riqueza o fortuna material, sino realización personal llegando a la cima como meta a conseguir. Quienes se sentían con gran decepción optaban por abandonar el camino y volverse atrás pero quienes eran acogidos por la montaña oyendo su voz proseguían con la curiosidad creciente. El premio era la superación, la confianza de lograr subir a pesar de los inconvenientes, era la realización de encontrarte finalmente contigo a solas. Ahí estaba la riqueza dorada cuando se transformaba la visión de ti y del mundo porque a partir de ahí comenzaba a transformarse todo. Lo que la vista alcanzaba a ver en realidad era lo que sentías debías hacer. 
Mucho camino por andar no era fácil cuando se tenía que realizar por senderos escarpados. Pero esa era la vida real, la del camino a emprender con confianza y compromiso. La montaña te acompañaba, te protegía dándote refugio pero el esfuerzo era tuyo. El espejismo era una lección de vida, de aprendizaje de saber y reconocer dónde están los valores reales que nos lleve al éxito como seres humanos.

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