LAS BRUMAS DE LA NOCHE
Al levantar la mañana quedan
restos de la noche, de su bruma que envuelve el mundo de lo visible para
convertirlo en algo misterioso y cuasi inaccesible. Es el despertar nuestro de
las regiones del sueño, de lo onírico, cuyo significado trasciende nuestra
comprensión intelectual y donde nada, prácticamente, es como parece.
Caemos en la cama, quien puede
tenerla, a veces rendidos, a veces resignados, para intentar dar descanso al
cuerpo pero, también, a la mente y el espíritu. Un descanso que, en ocasiones,
se convierte en ardua tarea porque casi que al entrar en contacto con las
sábanas convertimos a la cama en un campo hostil, enemigo, de batalla contra
nuestros demonios en forma de miedos, dudas, vacilaciones, inseguridades,
desconfianzas. Puede que estemos en paz con nuestro interior porque nuestra
conciencia está tranquila pero no en cuanto a la resolución de los asuntos
controvertidos que se prolongan más allá de lo temporalmente razonable, pero ya
sabemos que el tiempo es una medida relativa, elástica, curva…
Y en esa bruma de misterio, del
que a veces queremos escapar, nos adentramos con la esperanza puesta en mañana como
una realidad positiva diferente y diferenciadora con respecto a la de hoy.
Solemos decir mañana será otro día…, y es que cada día tiene su propio avatar
al que le añadimos cargas de preocupación como si nuestra vida fuera a crecer
por ello, como si fuéramos a vivir más y mejor. Cargas emocionales que pueden
dar al traste, justamente, con lo pretendido porque nuestra visión del día se
altera.
Es muy importante, diría que casi
imprescindible, levantar la bruma de la noche en nuestro amanecer en
recogimiento interior, en silencio, cuidadosamente, prestando atención plena a
lo que deseamos y qué debemos hacer si la cuestión está algo complicada.
Levantarse con la mente y el corazón en armonía, con serenidad, nos ayudará a
visualizar y realizar el día de otra forma, con otra perspectiva por muy
torcidas que vengan las circunstancias. Porque nuestra disposición será la de
aceptación, de un lado, pero también la de combate afrontando con energía esas
situaciones. Decía el poeta Gabriel Celaya la poesía es un arma cargada de
futuro y esa poesía debemos transcribirla en la vida cotidiana en forma de agradecimiento
por tener la oportunidad de mirar al Sol en este momento, o de oír y oler la
lluvia, por sabernos personas vivas, palpitantes cargadas de amor por la vida,
de pasión y, aunque nos duela, de alegría y sentido del humor. Porque esta es
la poesía de lo cotidiano, la alegría de vivir para poder responder a la vida
aquí estoy para cumplir con lo que vine a hacer.
Una buena disposición nos
ayudará, ciertamente, a mejorar –incluso- la imagen de nuestra propia persona,
también la que podamos percibir de las otras que nos rodean. Los días van y
vienen, nada es igual, cada cual con su propio afán y, en consecuencia, con
respuestas emocionales diferentes. Pero no debiéramos olvidar que el milagro
del día suele operar, también, cuando nuestro corazón está abierto a ello. Así,
pues, agradece el nuevo día, respira hondo, presta atención a tus sentimientos
y cuídalos orientándolos en positivo, practica el silencio, alimenta tu mente,
corazón y cuerpo en armonía y déjate llevar por la sabiduría que habita en tu
interior. Entonces, y sólo entonces, puede que así cada día cobre una nueva
dimensión trascendiendo lo que conocemos como espacio y tiempo…
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