LA MEJOR NOTICIA













A lo largo de nuestra existencia buscamos con ahínco, esperamos con ansia, buenas noticias que nos lleguen para que, de alguna forma, nos ayuden a restañar heridas, equilibrar emociones o vibraciones. Deseamos que lleguen con una mezcla de esperanza y escepticismo como si de una relación amor-odio se tratase, como que quiero que llegue pero... Este pero es el poso de la desesperación a veces, de la desconfianza, del pesimismo o de la incredulidad.
Esa buena noticia depende de qué expectativas nos hemos ido creando, de qué entendemos ahí por buena noticia. Unos hijos que dieron portazo a la relación con el progenitor o progenitora, unas supuestas amistades que te dieron la espalda, un amor perdido de juventud, unas correcciones de un libro que deseas publicar, la recuperación de tu vida con tu propio espacio, las redes de apoyo que necesitas para el camino, la realización de tus sueños... A priori que ello retorne (hijos, amor de juventud, correcciones de libro etc.) ¿es indicativo o garantía de buena noticia? Me atrevería a decir que no. Es más, ni buena ni mala. Todo depende de la posición del observador y de lo observado. Y no es difícil de entender si somos capaces de abrir la mente simplemente un poco para darnos cuenta que eso que llamamos buena noticia no es más que una expectativa elaborada mentalmente, un proceso mezcla de intelecto y buena voluntad. Pero la mayor es de entre las supuestas buenas noticias cuál de ellas podría considerar la mejor.

Quizá tengamos que volver al punto inicial, al del proceso subjetivo de qué entendemos como lo mejor porque, sin lugar a dudas, va a depender del momento que vives. Pudiera ser que estuvieses anhelando mucho tiempo que ocurriera un suceso llamado buena noticia para que cuando llega no le prestes la atención que se supone requeriría de tal anhelo. Esto es la relatividad ni más ni menos. La relatividad del tiempo y en el tiempo, la relatividad de los sentimientos albergados, la de las expectativas creadas, ya que hablamos en términos de referencia y, claro está, todo va a depender del aquí y ahora, del momento o tiempo en que eso que ocurre albergado durante tiempo.

Ejemplos no nos van a faltar para entender lo que planteo de la relatividad del suceso:

Ø  Vuelve un hijo pródigo “fugado” años atrás. ¡Qué emoción! Pero ese hijo no ha evolucionado en su forma de sentir o pensar y sigue con la matraca de tiempo atrás, con el rencor oculto que ahora no manifiesta. Tú te llenas de alegría, se te ilumina el rostro pero el vástago no responde a los estímulos nada más que lo justo. En paralelo estás saliendo de un estado de anquilosamiento de salud, mejorando de patologías o dolencias adquiridas tiempos atrás cuando tu vida era una mierda disfrazada de oropel. En realidad ¿cuál noticia es la más importante?
Ø  Anhelas reencontrarte con un amor perdido de juventud y una vez hallado aquellos sentimientos estaban diluidos. ¿Dónde crees que está la buena noticia? Lógicamente dependerá de qué expectativas te creaste porque estaría en el reencuentro en sí mismo, en saber de esa persona que justo ahora padece un proceso de cáncer. Pues la mejor noticia sería, incluso, no tanto que tu ego se haya engordado un poquito por haber obtenido el fruto sino porque esa persona salga airosa, sanada del proceso. Porque el amor no es eso que nos enseñaron sino el mejor sentimiento por encima del interés personal. Y si esta mirada es válida hacia otra persona también debe serlo para uno mismo cuando ha de entender que su alegría, felicidad o dicha ni puede ni debe depender de factores externos por muy unidos que vayan a la sangre.
Tal como yo lo percibo y entiendo no debemos supeditar nuestra salud integral (emocional, mental, física y espiritual) a estados de ánimos ajenos, a situaciones fuera de nuestra cotidianidad. La culpa es lo que nos puede llevar a enfermar por infelicidad permanente si no gestionamos bien esa emoción de pesadumbre demasiado arraigada en una cultura que nos enseñó que la vida era un jodido valle de lágrimas.
Ø  Un último ejemplo muy recurrente pero muy real: una vida comprando el mismo número de lotería, anhelando que te toque, que seas una persona afortunada. Pero cuando te toca lo que se cebó fue la desgracia en ti y tu entorno. La aparente fortuna fue el infortunio hecho realidad. ¿Dónde estuvo la buena noticia ahí?

Y la vida no es un valle de lágrimas ni tampoco una bacanal permanente. Cada cosa en su tiempo y sitio. Por eso, díganme si esperan una buena noticia, dónde puede estar o cuál la mejor.
Quizá debiéramos acostumbrarnos a vivir con las expectativas justas, el momento ahora de forma intensa, alegre, creativa, libre en definitiva. Vivir para realizar los sueños que no se conviertan en pesadilla pero sin olvidar que existe la serendipia, aquello inesperado que te lleva a mejor puerto de lo que buscabas. Y es que no consideramos que el destino también juega con sus dados…


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