ALAS PARA VOLAR



Las alas, en el imaginario colectivo, son un arquetipo de libertad, de autonomía personal. Cuando vamos creciendo quién no ha soñado con convertirse en un ave que zurca cielos, que se eleva y se pierde. Se dice que es un signo de espiritualidad cuando, además, sueñas con determinados animales alados (p. ej águila, halcón...) de búsqueda, de elevación.
Vamos creciendo pero cuando somos padres esas alas de libertad que pretendíamos para nosotros parece que ya no son válidas para la prole que hemos generado. La sobreprotección así nos lo indica. Progenitores que con su darlo todo y más, que con meter en la urna de cristal a su progenie, creen que están realmente posibilitando un desarrollo personal adecuado. Pues no -ciertamente- porque estamos imposibilitando, en realidad, que puedan tomar sus decisiones aunque sean con errores, porque estamos impidiendo su autonomía al pretender que, en alguna forma, sean como nosotros a cualquier precio o que no pasen por donde pasamos. Eso sí es un gran error.
Si yo me equivoqué solamente puedo indicar el error que cometí para someterlo a reflexión pero no impedir a toda costa el suyo propio. Hemos criado generaciones de gente que no valora el sacrificio, que no sabe lo que es el esfuerzo más allá de la mierda intelectual llamada competitividad, que no sabe lo que significa cooperar desde la base de la propia casa o espacio común ya que hemos permitido que sus habitaciones estuvieran desordenadas y sucias sin importar siquiera si tú, como padre o madre, vinieses hasta el gorro del trabajo, de tu jefe o del imbécil de turno que te fastidiaba el día. Le íbamos permitiendo todo eso y más porque nos comía la culpa además de qué mala madre (generalmente mala madre y no mal padre, que esa es otra) soy si no velo por mi prole que ¡pobrecitos, ya tendrán tiempo...! Nada de eso nos llevó a sitio alguno. Ahora, salvo algunos casos, son gente sin futuro porque tampoco han unido sus esfuerzos colectivamente, porque por momentos prefieren repetir cursos en la carrera para seguir teniendo un plato caliente y una cama antes que abordar su vida de forma autónoma, o sea responsable y comprometida. Gente que hemos empujado a que estudien tal o cual carrera porque a mí, como padre o madre, era la que me gustaba por el hecho que podían ganar más dinero. Pero no pensaba si a mi vástago le podía gustar, si sintonizaba con sus necesidades. 
Intervenimos o interferimos en sus vidas creyéndonos con todo el derecho del mundo que, además, aireamos con altanería al manifestarnos con expresiones como ¡para eso es mi hijo! Por lo visto ser padre o madre nos da el derecho de anular personalidades incluso desde un supuesto amor basado en la sobreprotección que cercena la capacidad de pensar y sentir de forma propia, la capacidad de volar con la libertad que la vida nos dio olvidando que ninguna ave vuela con las alas de otra. Olvidando que cada cual ha de seguir su propio camino o dharma, el sendero que le llevará a su meta. Olvidando que cada vez que interferimos en sus vidas en lugar de proteger sus alas estamos cortándolas y preferimos, por lo visto, que les duela a ellos en lugar de a nosotros la separación que supone salir del nido. Menudo apego mezcla de miedos y egoísmo...

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