MIRAR HACIA ATRÁS








La figura de la mujer de Lot ocupa unas líneas en el relato bíblico de la destrucción de Sodoma y Gomorra cuya advertencia de no volver la mirada atrás no fue oída quedando petrificada, convertida en estatua de sal.
Este relato podríamos anclarlo unos miles de años después, en el presente, sobre qué nos ocurre cuando pretendemos vivir de la nostalgia, de esa mirada atrás que nos embauca o nos atrapa para inmovilizarnos. Es lo que en ocasiones he llamado barco anclado.
Ciertamente podremos observar a nuestro alrededor muchas personas y situaciones (también políticas y sociales) donde la nostalgia nos inunda a golpe de titulares de prensa, radio, televisión, cine, publicidad etc. ¡Ay! qué tiempos aquellos pensamos en esos momentos de frustración del presente o de pérdida del horizonte de futuro. O esos momentos no tan personales sino colectivos como organizaciones añorando el franquismo en España, el nazismo en Alemania o el fascismo en Italia para cuyos fines se valen de mentiras, bulos o troles en redes sociales, de intoxicación informativa, de los miedos ajenos basados en la suma ignorancia, en la desmemoria o en el desprecio a la propia responsabilidad.
Cuando la mujer de Lot se volvió -desoyendo el consejo- hizo un ejercicio de falta de responsabilidad, de compromiso con el futuro que era caminar hacia adelante, de desmemoria y de desprecio a un buen consejo. Todo lo tenía por delante pero prefirió atarse al pasado, a cargar su mochila de añoranza, a quedarse de piedra o inmóvil porque sus alas se cubrieron de plomo. Esto es su cuerpo se convirtió en una mera estatua, sin vida, inerte, sin valor alguno más que quizá para pieza de museo. Y esto es lo que suele ocurrirnos cuando vivimos nuestra existencia pensando en lo que pudo ser y no fue, cuando nos quedamos esperando en puerto anclados porque tememos a que nuestro barco encalle sin reflexionar sobre la posibilidad que tiene de oxidarse sin ni siquiera salir del puerto y dejando de ser útil. Nos convertimos en objetos cuando dejamos de ser sujetos pensantes y sintientes con horizonte, cuando dejamos de suspirar por lo que no tenemos y hemos perdido en lugar de por lo que nos queda por tener y lo que sí tenemos aunque sea poco. Aunque, por otro lado, lo poco y lo mucho son etiquetas relativas. A veces un simple abrazo te puede alegrar el día y si eso ocurre para qué echar de menos el pasado. Vive hoy, ama hoy, arriesga hoy y deja volar el halcón que llevas en tu interior. Porque la grandeza del ave que vuela alto es que ve con perspectiva, la de la persona que eleva su mirada por encima del ombligo y de su ego tiene altura de miras que le da la confianza en lo que hace, la esperanza en la victoria de lo cotidiano.
Malogramos de manera constante nuestro presente parándonos, petrificándonos, como si la vida no siguiera su curso. Y malogramos nuestro porvenir porque lo hacemos con nuestro presente al no tener horizonte alguno de cambio en lo personal y en lo colectivo.
A mí me importa -y mucho- en cuánto soy yo capaz de cambiar y ayudar a los cambios pero, también, en cuánto son capaces de cambiar las demás personas en sus planteamientos para progresar. Me importa -y mucho- el potencial colectivo, la vida de mi gente de abajo y me importa un carajo la de la gente de arriba. Pero cuando el de abajo se queda absorto mirando hacia arriba me recuerda a esa imagen petrificada, llevada al engaño y al autoengaño mediante artimañas publicitarias, de marketing sea del tipo u origen que sea para que todo tenga que seguir siendo igual y que cuando le inquieres una reflexión no quiere saber, obviando su compromiso con su vida y los cambios, con el movimiento de la vida como el agua fluye de río a la mar. Por eso, por no atender a razones o seguir una correcta indicación, por mantenerse contumaz en el pasado y, por tanto, en el error es por lo que nos convertimos en mera estatua inerte sin llegar a lugar alguno, sin arrancar para el horizonte. Si no das el paso nunca llegarás a la meta, si  anclas el barco no navegas, si no elevas las alas no volarás, si no fluyes como el río tus aguas se estancan y se pudren, si no te arriesgas desde la esperanza no vives y mi pregunta es ¿te mereció la pena?

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