Todo se hunde en la niebla del olvido, pero cuando la niebla se despeja, el olvido está lleno de memoria
(Mario Benedetti)
Vivimos inmersos en una crisis sanitaria desconocida para la actual humanidad que nos está poniendo tanto a prueba como descubriendo las grandes mentiras sobre las que nos hemos construido como sociedad.
Grandes mantras de loas al capital, a la lógica del mercado, a la competitividad (menuda palabra de mierda), a la productividad más allá de lo razonable. O sea cada vez con más exigencias y menos derechos, cada vez más dependientes de esa lógica. Empresarios y gobiernos de turno en contubernio para echarte a las espaldas sus latrocinios robándote la pensión, la vida, queriendo exprimirte más para sigas produciendo más allá de los 70 años. Da igual la profesión, el riesgo, la dificultad o como estés. Lo dice el mercado y punto bajo la falacia de una sociedad que envejece más tarde debe seguir produciendo más tarde, sobre todo por aquello de la sostenibilidad del sistema de pensiones. Pero de lo que se trata este artículo no es de pensiones sino de la gente que conforme va cumpliendo años se convierte en más invisible socialmente.
Mujeres actrices no se os ocurra cumplir años porque la industria del cine o del teatro os olvidará rápidamente. Personas en general que vamos pasando de los 60 ya somos invisibles, incluso, en esta pandemia para colaborar como voluntarios en ONG porque dicen que somos personal de riesgo. Gracias pero ese discurso hay que revisarlo. Más de riesgo es quien fuma para albergar patologías respiratorias ocultas que quien se cuida, pero es la edad, siempre la edad.
Cumples años, y te cubre el pelo de nieve (a decir del tango...), y la sociedad no solo te va invisibilizando porque ya no eres todo lo útil que cree que debes ser (utilidad no es productividad) al menos en imagen y ningunean hasta, incluso, tu propia sexualidad como si fueras un incapaz. ¡Menudos gilipollas!, sabrán lo que es disfrutar algunos con los años. Con los años nos creemos a nosotros mismos esos valores inyectados de apartamiento, de poca validez, de creer que las excursiones hay que hacerlas en masa no vaya a ser que nos perdamos si vamos a nuestra bola, de pensar que vamos a ser incapaces de mantener varios amores a la vez, de tener relaciones de poliamor, abiertas, porque eso es para gente cool, gente situada y joven. Otra idiotez del sistema. El corazón, el intelecto, el gusto, no entiende de años. Pero es la niebla del olvido la que se cierne sobre los días en que una sociedad no sabe hacia dónde camina porque perdió el rumbo hace tiempo. La consecuencia más palpable de esa pérdida de valor humano, de sentido del bien común en aras del negocio es lo que ha acontecido en las residencias de personas mayores (o ¿cocheras de viejos?) en las que la muerte se ha cebado en las personas residentes. Luego tiras de información y comienzan a salir los rostros de quienes son la propiedad capitalista de esas residencias, la política que siguen que no es otra que la del cheque mensual a cambio de un servicio que debiera estar intervenido por la sociedad a través de los instrumentos públicos. Pero es el mercado oiga... El mismo que se ha llevado por delante la vida casi 10.000 (diez mil) seres humanos en algunos casos arrinconados compartiendo su cadáver con otras personas aún vivas en ese momento porque NADIE se había preocupado de ellos. Esto cuanto menos -investigación criminal aparte- debe hacernos reflexionar de qué camino o rumbo llevamos como sociedad cuando ya desde edades tempranas comenzamos a olvidar a la gente. Eres un trasto para trabajar a partir de los 40 pero no lo eres para que sigas produciendo más allá de los 70 (¿entienden la lógica?), eres invisible como actriz (generalmente es así para el colectivo femenino) a partir de los 50 porque, al parecer, ya hay escasos papeles para tu edad o, simplemente, que tu imagen no cuadra con los nuevos cánones. Pero cuando te jubilas, además, parece que entras en modo pánico, en estado de desesperación, porque no sabes hacer otra cosa más que cuidar nietos que para eso sí que se aprovechan algunos hijos e hijas con sus respectivas parejas. Y, claro está, preferible estar antes con la nieta o el nieto que de camping con alguien que te de carantoñas. Si estás aún casado (algo que no se entiende bien en muchos casos) pues una de las dos partes dirá que hay que seguir sacrificándose y tal, luego el desencuentro está servido y la parte cedente se conformará con irse de paseo porque aún no ha descubierto que una vejez activa no es cuidar de nietos sino seguir reivindicando derechos, hacer deporte, meditar, no fumar, no beber más que lo justo socialmente, no llevar vida sedentaria en una palabra. Vejez activa es seguir siendo creativo y considerar que aún eres capaz de seguir aprendiendo muchas cosas cada día. es seguir apostando por vivir con la mayor autonomía posible sin caer en el aislamiento pero tampoco temerle a la soledad.
Tengo confianza que mucha gente de mi edad más o menos, de la generación de la transición española (cuando teníamos veintipocos años) seamos capaces de seguir rompiendo moldes y ayudar a construir otra realidad. Porque la verdad es que si no aprendemos de lo que ha pasado, del olvido con resultado de muerte, de la desconsideración social hacia las personas residentes en estos aparcaviejos entonces no sé cuándo lo haremos porque puede que no tengamos muchas más oportunidades. Es el momento de plantear otro modelo social y no otra cosa. Son nuevos paradigmas que tienen que alcanzar a cualquier esfera de la vida. No vale un mero cambio estético, un maquillaje a la situación sino un cambio de mentalidad social. Como candidato a esa vejez me resisto a ello. Soy de la resistencia, un maquis de la dictadura de la edad, un francotirador de la invisibilidad. Lo que me puede salvar será ese espíritu y no el arrinconarme porque de hacerlo solamente cabrían dos soluciones, o la residencia respeta los derechos de los residentes o eso termina mal para una de las partes (...)
Hay que rebelarse contra esta forma de entender la vejez, la ancianidad o llámenle como les de la gana. Hay que posicionarse contra el aparcamiento o garaje de viejos, contra el fantasma del olvido, porque no importa que tus hijos o hijas se olviden de ti. Lo que importa realmente es que nunca olvides de dónde vienes, hacia dónde caminas y quién eres.
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