RAÍCES DE ASFALTO Y LADRILLO


La persona urbanita es, según el diccionario RAE, la "persona que vive acomodada a los usos y costumbres de una ciudad". O sea la que hinca sus raíces en el asfalto y ladrillo, luces de neón, ruidos, humo, degradación ambiental... En realidad hablamos de una inmensa población la que vive en las grandes ciudades habiendo dado la espalda a la zona rural, a la pequeña población o, incluso, mediana para volcarse en la gran ciudad cada vez más poblada, cada vez más asfixiante, cada vez más especulativa y, por tanto, cada vez generadora de más bolsa de pobreza y miseria. Los grandes contrastes se dan en las grandes ciudades.
La ciudad, por lo general, no vive de forma productiva sino a remolque de servicios. Su actividad económica gira, casi siempre y salvo los centros de poder, en torno al turismo sea de índole cultural, sol y playa, sanitario, comercial (para ir de "shopping" o compra compulsiva, o de congresos) además del consabido ladrillo. Construcciones sin estética, y también sin ética por corruptelas reiteradas, a golpe de talonario, sin un proyecto de ciudad vertebradora que haga amable a la gente, que las personas se sientan atraídas por la paz, la tranquilidad o un espacio ambiental sano, limpio. A día de hoy en un sistema económico depredador, insensible, carente de estética y ética, parece muy difícil conjugar lo que acabo de exponer.
La persona urbanita tiene pavor a vivir alejada de las "comodidades" que suponen hacer una compra por internet y te la lleven a casa, tener un hospital muy cercano, discotecas o pubs donde darle caña al cuerpo pero al oído más aún, institutos de toda índole, la Universidad etc. La ciudad, la urbe, se construye como elemento de absorción más que de integración de forma que existe una fuerza que atrapa y de la que luego parecería no poder salir. Un agujero negro de sensaciones, percepciones, emociones, ofreciendo todo tipo de "comodidades" y "lujos" que el ámbito rural no tiene si bien la contradicción es que la proliferación de espacios vitales rurales se debe al hastío de gente de la gran ciudad porque buscan el equilibrio perdido. Un equilibrio que bien podría mantenerse si existiese un plan específico para que la despoblación no fuera tan alarmante, para que la tierra se siguiera trabajando tanto en el ámbito agrícola como ganadero. Pero esto requiere convicción, decisión, educación a la ciudadanía. Convicción y decisión de los poderes públicos de dar vida a las raíces vinculadas a la tierra donde nadie tenga que abandonarla por falta de oportunidades para irse a vivir, por ejemplo, a 50 kilómetros que es donde está la capital que no te garantiza en absoluto el trabajo ni el bienestar pretendido. Eso es una falacia. La cuestión es con cuánto queremos vivir, de qué queremos vivir, para qué o quiénes queremos vivir. Si nos respondemos honestamente sobre lo anterior nos estaremos despejando el terreno y luchar, movilizar nuestras energías para que ello sea así. 
Es inconcebible que la gente joven abandone prontamente su localidad, pequeña en la mayor parte, con la excusa de estudiar en la Universidad o cualquier Grado en FP para luego no querer volver a su pueblo y sí en la selva de asfalto y ladrillo mendigando, en muchos casos, un trabajo de camarero, comercial de inmobiliaria, repartidor explotado y engañado por las plataformas, o dando a lo sumo clases particulares o en una academia donde te seguirán engañando. Lo triste es que mucha gente sale huyendo del pueblo para luego, a los años, volver para "disfrutar" la casa familiar heredada y en algunos casos terminar ahí sus días cada vez con menos gente y mucha paz, la del cementerio cercano.
Las administraciones casi no ofrecen posibilidades salvo los ayuntamientos implicados que atraen a gente joven con menores para poder mantener líneas escolares abiertas, para rejuvenecer el pueblo, con cheques bebé y otro tipo de ayudas. Iniciativas puntuales, ayudas insuficientes y descoordinadas de un plan ambicioso que apostara por recuperar el ámbito rural. Y estoy plenamente seguro que se lograría un gran avance de repoblación, recuperación de la actividad económica y social, equilibrio entre ciudad y zona rural, entre zona costera e interior. Ofrecer oportunidades, invertir en comunicaciones tanto digitales como de transporte, serían buenos señuelos, acicates, para que gente se decidiera mirar a la tierra, para que otra no se fuera, para que -en definitiva- esa parte vaciada fuera recobrando el pulso y convirtiéndose en punto de encuentro de una nueva humanidad basada en el equilibrio con los elementos y, por tanto, el respeto ambiental, una nueva conciencia de producción y consumo de cercanía. Esto, a medio plazo, tendría a la par un importante reflejo e impacto en la vida urbana que se iría descongestionando. Disminuiría la política de ladrillo, de especulación inmobiliaria, la ciudad sería más habitable porque con el mismo espacio habría menos gente. La ciudad tendría, a su vez, más posibilidad de consumir lo que se produce en cercanía sin necesidad de recurrir a intermediarios especulativos (una vez más esta figura) con compra en origen lejano con el impacto ambiental tan brutal que tiene de transporte, manipulación y conservación.
Arrancar nuestra raíz de asfalto y ladrillo para convertirla, en su lugar, en una de tierra, abono orgánico, senderos forestales es cambiar muerte por vida porque no olvidemos que la vida está donde mejor se respira.

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA VIDA ES UN TANGO

FOLLAR MÁS, JODER MENOS

CUANDO ALGO MUERE ALGO NACE