EL MAESTRO DEL SONIDO




Hay una frase atribuida a Lao Tzu que dice “el silencio es el maestro del sonido” que para una mente occidental imbuida de ruidos inquietantes, atronadores, desesperantes a veces, es difícil de entender y bastante menos de practicar (el silencio).

Pero el silencio, ciertamente, es el gran maestro en el que podemos encontrar las respuestas internas a preguntas que nos atenazan, acogotan o desazonan. Es el que nos muestra el camino de la verdad interior, el que solemos rehuir o despreciamos, es el  artífice creativo, la guía perfecta para la observación aquietada. El silencio es el gran compositor de melodías imposibles de interpretar en estados vibracionales de alteración. La dirección correcta para el diálogo, la comprensión, empatía, el conocimiento profundo sea cual sea el mismo, es la del silencio interno que puede llegar a dominar nuestro entorno de ruidos. Un silencio interno que no se fabrica a medida nuestra sino que es nuestro interior quien le hace cabida al silencio como parte intrínseca de nuestra vida, mucho más en el modo actual que conocemos.

En una vida campestre, bucólica, alejada de contaminación acústica y lumínica es teóricamente fácil acceder a estados de elevación mediante el silencio. Pero en lugar de echar de menos ese mundo –a veces tan lejano de nuestras posibilidades- podemos configurar el nuestro utilizando ese poder tan menospreciado llamado inteligencia.

Configurar el momento concreto en el que queremos estar en silencio aunque fuera haya ruido de verbena es ponerse manos a la obra. En casa, en un rincón de la misma, hay un hueco que espera para sentarte y meditar que es practicar el silencio sin esperar nada más. Al arte zen del silencio, de la meditación, le llaman hacer la tumba porque a su semejanza nada más silenciosa que la muerte. Sentarse a meditar para trascender espacio y tiempo haciendo buena la física cuántica y la teoría de los universos paralelos y haciendo saltar, por tanto, la referencia que tenemos de nosotros mismos. Meditar para educar la mente, para controlar su poder destructivo, para apaciguar las alteraciones neuronales, para –en definitiva- dar equilibrio, orden y armonía a nuestra vida en relación a nuestro ser y nuestro entorno.

Este mundo necesita de mucha gente, cuanta más mejor, que se afane en encontrar y buscar minutos al día para no hacer nada más que estar en silencio. Este mundo necesita de ese poder transformador para cambiar la manija del horizonte trazado. Y no por ello vamos a dejar de ser quienes somos sino, al contrario, nos vamos a encontrar con quienes realmente somos para dejarlo ver, para entregarnos a ello y a la verdadera naturaleza que somos. Se precisa inicialmente poder de intención, luego convicción que nos allanará el camino para ser fieles a nuestro interior. Pero si esperan practicar el silencio guiado por música celestial mi consejo es primero oigan la música y luego hagan el silencio apagando luces o dejando una muy tenue, aparatos apagados totalmente o silenciados para evitar un disgusto. Cuando hayan practicado esto entonces, probablemente, puedan sentarse delante de un ordenador, escribir un artículo, escuchar al vecindario dar voces u oler humo de marihuana sin que le altere el silencio interno porque éste se ha apoderado durante un buen rato del espacio vital, del rincón del alma que decía la canción, para componer cualquier melodía existencial. Entonces serás tú quien dirijas la mente y no al revés, quien sea el capitán de un barco que navega con mano firme y rumbo fijo sin que las amenazantes olas de temporal sean un impedimento para haber salido de puerto y llegar al destino real que, en ocasiones, no es tanto el que se traza uno sino el que por mor de la serendipia encontramos. Y la única forma de interpretar nuestra carta de navegación, nuestra partitura de la vida, es a través del silencio como maestro del sonido y la calma como maestra de la forma.

(Puedes leerme también en www.escueladeliberacionemocional.es )


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