LA RAIZ DEL MAL

 



Cada año, por esta fecha, se nos recuerda que el #25N no es un día para celebrar sino para REFLEXIONAR. Un día para mirar atrás y ver qué hacemos en nuestra vida cotidiana para erradicar el patriarcado cuyas raíces pudren la convivencia entre géneros diferentes pero iguales, cuyas raíces marcan la violencia no como un acto físico sino trascendente al mismo porque violencia es la consecuencia de un poder basado en la sumisión y el control.

Violencia existe en cada una de las esferas de la sociedad, tanto privada como pública, que trasladamos a nuestras hijas, parejas mujeres, hermanas, madres, vecinas, compañeras de trabajo, trabajadoras de supermercados o restaurantes por ejemplo. Personas, en definitiva, que nacieron mujer pero jamás pidieron ser esclavas del hombre fuera éste su padre, hermano, cónyuge o pareja, vecino, compañero de trabajo o cliente de su lugar de trabajo. Ellas no piden que se les acose verbal, física o psicológicamente por el hecho de llevar una falda corta, un escote, un perfume determinado cuando salen. Ellas no piden que una empresa les marque una forma de vestir por el hecho de ser mujer.

Es la sociedad, como pensamiento colectivo, la que debe luchar contra sus propios demonios y contradicciones no dejando solas a las mujeres en su batalla porque ellas necesitan, también, del apoyo de su entorno haya hombres o no. Necesitan de la comprensión, del aliento de la gente que le rodea, ante situaciones de riesgo de daño físico en algunos casos, ante la discriminación salarial o posición social en otros. Erradicar esta violencia invisible es tarea colectiva donde el hombre ha de cabalgar con sus contradicciones a la par que la mujer con las suyas. Dejar atrás lo que no vale, dar por enterrado el patriarcado no se hace con pomposas y grandilocuentes palabras sino con medidas concretas siendo una de ellas pilar fundamental que no se tiene en cuenta lo suficiente. Es la educación desde el hogar, la escuela infantil y posteriormente todas las etapas educativas obligatorias.

Desde el hogar educando a padres, en algunos casos jóvenes sin capacidad de gestionar la situación, familiares en general. Educar dentro y fuera de las aulas conllevaría una ingente movilización de recursos a todos los niveles más allá de la propaganda televisiva o virtual en las redes. Se necesita personal involucrado, tanto técnico como voluntariado, fondos económicos finalistas que no puedan alterarse para la consecución de los objetivos marcados. Formación en el profesorado de todos los niveles educativos, formación en el ámbito sanitario para evitar la violencia sanitaria (una de ellas es la obstétrica), formación en el ámbito judicial para evitar situaciones lamentables de comparecencias innecesarias o poco protectoras, formación en el ámbito policial para atender a las víctimas como tales y no como sospechosas de mentir por sistema, en el militar para procurar unas fuerzas armadas entre iguales sin violencia interna por acoso cuyos casos denunciados terminan en nada y con la mujer, generalmente, expulsada del ejército. Un largo etcétera tanto como un largo camino es el que nos queda a la sociedad sin que nos deba importar la edad en la que cambiar nuestros registros culturales. Debemos estar siempre abiertos a la novedad, al cambio, a la transformación. No hay cambio externo sin que lo haya interno o lo que es igual interiorización de un nuevo paradigma de relaciones entre iguales. Cuando ese paradigma se haya instalado habrá perdido el patriarcado y habrá ganado la evolución del ser humano en su esencia donde podemos caminar sin mirarnos de reojo, sin sentir que ella no es propiedad de él pero ni siquiera de otra ella como pareja que reproduzca los valores del sistema.

No valen los parches, ceder ante las presiones de grupos fundamentalistas sean o no cristianos o de otro tipo de interés. No vale mirar hacia otro lado, no vale obviar que la educación es la clave para lo cual habrá que abrir grandes debates colectivos que vayan calando en la sociedad para que, en definitiva, la historia pase por encima de los fósiles intelectuales que se quedaron anclados en un tiempo medieval.

Cada año, por esta fecha, se nos recuerda que el #25N no es un día para celebrar sino para REFLEXIONAR. Un día para mirar atrás y ver qué hacemos en nuestra vida cotidiana para erradicar el patriarcado cuyas raíces pudren la convivencia entre géneros diferentes pero iguales, cuyas raíces marcan la violencia no como un acto físico sino trascendente al mismo porque violencia es la consecuencia de un poder basado en la sumisión y el control.

Violencia existe en cada una de las esferas de la sociedad, tanto privada como pública, que trasladamos a nuestras hijas, parejas mujeres, hermanas, madres, vecinas, compañeras de trabajo, trabajadoras de supermercados o restaurantes por ejemplo. Personas, en definitiva, que nacieron mujer pero jamás pidieron ser esclavas del hombre fuera éste su padre, hermano, cónyuge o pareja, vecino, compañero de trabajo o cliente de su lugar de trabajo. Ellas no piden que se les acose verbal, física o psicológicamente por el hecho de llevar una falda corta, un escote, un perfume determinado cuando salen. Ellas no piden que una empresa les marque una forma de vestir por el hecho de ser mujer.

Es la sociedad, como pensamiento colectivo, la que debe luchar contra sus propios demonios y contradicciones no dejando solas a las mujeres en su batalla porque ellas necesitan, también, del apoyo de su entorno haya hombres o no. Necesitan de la comprensión, del aliento de la gente que le rodea, ante situaciones de riesgo de daño físico en algunos casos, ante la discriminación salarial o posición social en otros. Erradicar esta violencia invisible es tarea colectiva donde el hombre ha de cabalgar con sus contradicciones a la par que la mujer con las suyas. Dejar atrás lo que no vale, dar por enterrado el patriarcado no se hace con pomposas y grandilocuentes palabras sino con medidas concretas siendo una de ellas pilar fundamental que no se tiene en cuenta lo suficiente. Es la educación desde el hogar, la escuela infantil y posteriormente todas las etapas educativas obligatorias.

Desde el hogar educando a padres, en algunos casos jóvenes sin capacidad de gestionar la situación, familiares en general. Educar dentro y fuera de las aulas conllevaría una ingente movilización de recursos a todos los niveles más allá de la propaganda televisiva o virtual en las redes. Se necesita personal involucrado, tanto técnico como voluntariado, fondos económicos finalistas que no puedan alterarse para la consecución de los objetivos marcados. Formación en el profesorado de todos los niveles educativos, formación en el ámbito sanitario para evitar la violencia sanitaria (una de ellas es la obstétrica), formación en el ámbito judicial para evitar situaciones lamentables de comparecencias innecesarias o poco protectoras, formación en el ámbito policial para atender a las víctimas como tales y no como sospechosas de mentir por sistema, en el militar para procurar unas fuerzas armadas entre iguales sin violencia interna por acoso cuyos casos denunciados terminan en nada y con la mujer, generalmente, expulsada del ejército. Un largo etcétera tanto como un largo camino es el que nos queda a la sociedad sin que nos deba importar la edad en la que cambiar nuestros registros culturales. Debemos estar siempre abiertos a la novedad, al cambio, a la transformación. No hay cambio externo sin que lo haya interno o lo que es igual interiorización de un nuevo paradigma de relaciones entre iguales. Cuando ese paradigma se haya instalado habrá perdido el patriarcado y habrá ganado la evolución del ser humano en su esencia donde podemos caminar sin mirarnos de reojo, sin sentir que ella no es propiedad de él pero ni siquiera de otra ella como pareja que reproduzca los valores del sistema.

No valen los parches, ceder ante las presiones de grupos fundamentalistas sean o no cristianos o de otro tipo de interés. No vale mirar hacia otro lado, no vale obviar que la educación es la clave para lo cual habrá que abrir grandes debates colectivos que vayan calando en la sociedad para que, en definitiva, la historia pase por encima de los fósiles intelectuales que se quedaron anclados en un tiempo medieval, oscuro, de caverna.

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