EL DÍA QUE NO LLEGA

 


El día que no llega es ese que esperas que se cumplan tus anhelos, deseos, sueños pero que no acaban de irrumpir, de aflorar. Es ese día, momento, instante, de cosecha emocionante de un tiempo previo de sequía o de siembra incierta pero que puede transformarse en una gran decepción si no se ha sabido marcar la distancia emocional y mental necesaria para no atarte al resultado previsto, o ni siquiera a que haya un resultado.

Un buen día alumbras una idea, tienes una visión o una revelación sobre una cuestión concreta que va a transformar tu vida en lo cotidiano, y entonces nace a la par en ti la esperanza y la inquietud, la confianza y la impaciencia, el empuje y las dudas. Ese día puede que no llegue, incluso, porque no está escrito en la naturaleza que todo lo sembrado se pueda cosechar. Una tormenta, una helada, un vendaval puede acabar de un tirón con esas esperanzas y, por tanto, con proyectos forjados sobre el cálculo de probabilidad, sobre el azar que algo pueda ocurrir o no. La espera puede ser larga, tediosa, desesperante por momentos y cargada de confusión si no ves a tu alrededor señales de crecimiento, brotes verdes y sí, aún todavía, tierra algo yerma. Entonces es cuando uno puede crecer en la conciencia de saber aguardar y seguir cuidando lo sembrado o, por el contrario, abandonar la idea. Esta última opción no es buena a menos la evidencia supere cualquier posibilidad de autoengaño. La espera ayuda a ser fuerte, a asentar con solidez los cimientos sobre los que la sustenta, a desarrollar una mayor sabiduría y, por tanto, a expandir la conciencia mediante una afinada intuición. Nunca debiéramos pensar que una espera para cualquier asunto es tiempo perdido por ser una percepción subjetiva ya que no se trata de mercantilizar las emociones sino de conducirlas adecuadamente sin esperar beneficio a cambio de forma inmediata que, además, es o va a ser moral, espiritual, mental, emocional. La espera para ese asunto en cuestión ya tiene un beneficio en sí misma si la actitud es la de mantener la apertura mental a que algo pueda no suceder, la de la humildad por mantenernos ahí para seguir aprendiendo en el camino de la vida pero, ante todo, cuando esa espera ha servido para regenerar el manto de la tierra sobre la que se sembró ya que ella está posibilitando ya, sin que lo veas, que tus frutos están cercas. Y no los ves porque los ojos del corazón suelen estar ciegos acostumbrados a los físicos y al mundo de las ilusiones engañosas. Pero lo que no se ve no significa que no exista o que no vaya a darse, simplemente que va a suceder -de ser así- en el tiempo que el Universo vaya completando su obra, su ciclo de intervención mediante esa alianza que has establecido con el destino para estar ahí. No buscas, solo esperas de forma activa, caminando, creciendo, aprendiendo pero, ante todo, amándote a ti porque es ahí donde radica una parte del secreto que pretendemos desvelar. Y esa espera ves que, finalmente, comienza a dar flores y algunas de ellas inesperadas. Hermosas flores, incomparables entre ellas porque a primera vista podrían parecer insignificantes pero eres tú, cual jardinero, quien mimándolas, cuidándolas, observándolas, dejándolas a su ritmo, se quedarán acompañándote, exhibiendo su belleza, exhalando su fragancia. La sorpresa está en aquellas que surgen sin que tú las esperaras, porque sí. Y es que un día tu espera iba quizá en una dirección incompleta pero que el destino te muestra ahora que ahí existen otras. La emoción crece, entonces, por momento haciéndote olvidar esos momentos de crudeza invernal, de larga sequía pero tu aprendizaje ha quedado para que sepas controlar cualquier impulso o tentación de intentar pisar donde no debes o cuando no debes, o acercarte antes que haya crecido adecuadamente. El gozo continúa mientras asoman las señales de una nueva primavera en tu vida...

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