LA CUÁNTICA DEL AMOR


 El amor, como el odio, tienen la capacidad transformadora de influir en las partículas de cuerpos a su alrededor. El primero para trascender la potencia creadora, el segundo para destruirla.
Somos el resultado del amor en cuanto a esencia creadora y en ello me centraré fundamentalmente en este artículo. Para los sembradores de odio y sus acólitos recolectores en otro momento.
Así, pues, si partimos de esta aseveración que el amor construye, crea, vivifica, estaremos de acuerdo -entonces- en que como potencia transformadora puede incidir en la distancia sin que sea necesaria la inmediatez física de nuestra presencia a escasos centímetros. Un ejemplo lo tenemos en el experimento de cristales de agua del fallecido Dr. Masaru Emoto y su Mensaje del agua que nos muestra cómo un determinado entorno de vibraciones puede hacer que los cristales de agua presenten una belleza enorme o, por el contrario, una estructura caótica. El entorno es lo que solemos llamar medioambiente (ruído-silencio-bondad-maldad-música armónica-música heavy...) y da la coincidencia que el ser humano es parte activa de ese medioambiente, transformador del mismo para bien o para mal. No olvidemos que somos vibraciones, uno de los principios universales. Y las vibraciones las creamos y expandimos con nuestro deseo, palabra, acción. Todo ello hace que la vibración que emitimos influya en el comportamiento molecular de cuerpos ajenos al nuestro además del propio. Si nuestra vida está guiada por el amor a la vida, o sea al medio en el que nos movemos, y a nuestro ser interno entonces se aplicará otro principio que es el de atracción. Nuestro imán atrae amor si en nuestro ser hay amor. Atrae aquello que creamos internamente, y esta atracción puede tardar años en cuajar ya que los tiempos cósmicos nada tienen que ver con los del meridiano terrestre. En la cuántica ya sabemos que espacio y tiempo se funden en una misma realidad y se trascienden.
Si fuéramos conscientes de esta verdad que expongo nuestra existencia sería radicalmente otra diferente, de ahí que sea necesario -para el poder- mantener el miedo, el odio, la ignorancia, el desprecio, todos aquellos valores que impidan la explosión colorida de la vida. Pero, aun así, podemos aportar mucho más de lo que lo hacemos. Comencemos por nuestro yo interno, por ese niño herido, abandonado, temeroso, desconfiado, triste, para atraerlo al mundo superior de la conciencia evolucionada haciéndole que abandone la nostalgia sin renunciar al pasado, que crezca en sabiduría equivocándose, que renuncie -en ocasiones- a la falsa zona de confort en la que se estableció, que observe atentamente y se deje llevar, que fluya con el pulso vital, con el latido del corazón creativo.
La cuántica del amor nos enseña, desde la experiencia, que influimos en nuestro entorno para bien haciendo el bien, pensando el bien, sintiendo el bien, deseando el bien. Y si hablo de amor trasciendo al mero hecho de relaciones sentimentales que, por supuesto, se darán desde esa cuántica. Una persona en su ser interno y en un momento determinado ha estado deseando, anhelando, pensando, cuánto amor necesita recibir porque el que dio no tuvo respuesta y cuánto puede dar aún. Entonces un buen día aparece alguien en tu vida, una persona extraña, desconocida con un mensaje de amor para ti. Obraste el "milagro" creativo e hiciste posible que esa idea se convirtiera en realidad pero los miedos afloran, la mente traiciona a veces el corazón y abandona el camino, pero es tal la capacidad transformadora de esa potencia que nada será igual, nada ha sido igual, porque el río de la vida fluye de forma permanente renovando su propia existencia. Ocurrió cuando menos esperabas, donde menos esperabas, con quien menos esperabas, pero ocurrió. El destino puso en el camino a esa o esas personas en tu vida para dar cumplimiento a la obra creativa personal de dar y recibir aquello que te había sido negado pero por lo que estabas con voluntad de "pelear". Y esto es un ejemplo práctico que, además, se aleja del concepto romántico de amor. Nada que ver. Esto va de transformación creadora partiendo de nuestro propio ser, esto va de física y metafísica, de lo que trasciende a la razón pero guiada por el corazón. Experimentos como el del agua podemos observarlos en nosotros mismos. Cuando nos cargamos de rabia, impotencia, odio, esa toxicidad se asienta en órganos internos como el hígado o el bazo por ejemplo. Esto no lo digo yo, ya estaba escrito en la medicina taoísta del canon de MTCh Su Wen hace unos 2500 años. Si cualquier perturbación o emoción tóxica afecta a órganos internos, también lo hace con el sistema inmunitario o con cualquier miembro de nuestro cuerpo pero, si de amor se trata, el beneficio de la gratitud por la vida es inmenso también. Lo positivo atrae positivo y ello se refleja en nuestra salud que no se verá esquilmada inútilmente hasta que caiga la sombra del invierno y llegue nuestra hora sin que hayamos forzado nuestra naturaleza a su destrucción. La longevidad tiene sus mecanismos también, uno de los cuales es no malgastar energías saliéndote del camino de la sencillez. Lo expongo de forma tan escueta porque esta forma de pensamiento (taoísta) da para más reflexiones.
En definitiva somos seres creadores, transformadores, capaces de lo mejor y lo peor. Por qué, entonces, no creernos que nuestro amor va a cambiar nuestra propia existencia en términos cuánticos 

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