ALCANZAR LA GLORIA, CONQUISTAR LA DERROTA

 


Si de algo adolecemos en nuestro trasegar por la vida es, justamente, saber gestionar victorias y derrotas. Este falaz y fraudulento sistema de valores en el que vivimos intenta inculcarnos, desde que venimos a su mundo, que nacemos para el éxito y que si no conseguimos somos unos fracasados. Pura dualidad, puro maniqueísmo de bueno y malo. Pero ya lo advertía el pensamiento taoísta, si no te conquistas a ti no podrás conquistar el mundo porque el verdadero poder está ahí, en la capacidad de conquistarnos a nosotros mismos. Pero, para ello, hemos de rodearnos de valores alejados del mercantilismo de esta sociedad capitalista y, por tanto, del bien común y de la deshumanización de las personas.

Nuestros hijos e hijas, nietos, sobrinos, nuestras parejas y amigas, nuestras madres... ¡Cuánta gente alrededor nuestra con sentimiento de derrota! Nosotras mismas las primeras en la trinchera de ese sentimiento. La gloria y el fracaso, el éxito y la derrota, si no se asimilan como enseñanzas entonces es cuando perdurará el sentimiento más oscuro, el de la derrota aunque la sociedad te reconozca y te encumbre junto a los dioses del Olimpo. Porque, entonces, no eres tú quien venció a la soberbia, al miedo, a la duda, a la vacilación, al engaño, a la ignorancia, a la arrogancia, a la petulancia, al egocentrismo. Pensaron y decidieron por ti lo que debías hacer y cómo, cuándo, dónde, con quién hacer. Trazaron tu vida con un tiralíneas, ajustando los espacios con escuadra y cartabón, diseccionando tu ser más profundo con el bisturí de la ignorancia alienante. Te matricularon en parvularios, seguiste en el colegio hasta los 14 años, fuiste al instituto a una realidad diametralmente distinta porque ya te había crecido casi todo menos la madurez. Comenzaste un calvario existencial porque no entendías el mundo que te rodeaba, no sabías dónde ir y ni siquiera si ir contigo mismo. Pasaste la primera depresión anclada en tu alma que te inhabilitaba socialmente porque tú no te sentías de este mundo, viniste a él con sentimiento de hostilidad. Creciste feliz a tu manera pero las sombras oscuras del karma generacional se cernían sobre ti sin tú saberlo. Te rodeabas de amigos invisibles porque, en ocasiones, los visibles eran de poco fiar. Tu imaginación era portentosa y te daba para generar situaciones noveladas pero, sin embargo, el relato de tu vida te lo iban escribiendo desde fuera. Te castigaban por "mala conducta" simplemente por hablar, comunicar en clase con tus compañeros incluso con chascarrillos. Te decían que eras aplicado pero de bajas notas porque todo tu saber se encerraba en conceptos demasiados académicos para ti y lejos de la experiencia vital. Cuando te conviertes en un joven inquieto, rebelde, insumiso a las órdenes injustas, destapas una capacidad que no conocías. Capacidad de estudio, esfuerzo, diversión, movilización de energías en muchos frentes, con una energía que nadie entendía de dónde salía, tú el primero. Alcanzabas la gloria cuando alguien decidió reprimir ese espíritu valiente por ser quien eras y lo que representabas como amenaza al estatus quo. La gloria de sentirte "alguien" con sentido, sentimiento, conocimiento, inspiración que se convirtió en "nadie" alejado, entonces, ya de se mundo de ajetreo. Palpaste que la gente que te quería se compadeció (poco más) cuando te reprimieron y tanto que diste no te fue devuelto al momento. Comenzó, entonces, lo que nadie te enseñó en lugar alguno y fue el aprendizaje vital de conquistar la propia derrota a través de todos los desiertos existenciales imaginables incluso aquellos que se presentaban hasta con oasis. Pero tú que no te sentías parte de este mundo de glorias y fracasos, que viniste a disfrutar de la vida y no sentirte culpable por ello, comenzaste a vagar por las nebulosas de otros universos diferentes a los que tenías planteado. Pero sin tú saberlo, desde la más profunda ignorancia, estabas aprendiendo lo que era la vida que no te enseñaron los papeles. Estabas tejiendo una realidad muy diferente a tus propios sentimientos entrando en colisión permanente porque aún no sabías quién eras realmente ni a lo que viniste al mundo. Lo que hacías era con conciencia de servicio, desprendimiento, convencimiento. Pero el Universo estaba en otras dejándote caminar con tus propios golpes, piedras en el camino, turbulencias astrales, agujeros negros emocionales que atrapaban todo lo que hubiese a tu alrededor. No fueron años de días y rosas sino de supervivencia en ese hastío vital que te atrapó hasta la esclavitud. Seguías sin comprender nada, querías escapar y daba igual que fuera a Canadá, Nicaragua o Angola porque, sin tú saberlo, también tenías miedo al éxito. Algo que extrañamente supiste años después, que también puedes tenerle vértigo a la gloria que podría entenderse como a hacer aquello para lo que viniste. Porque no es tanto la gloria o el éxito social sino la realización personal. Pero no te enseñan a amar lo que haces ni hacer lo que amas, solo hacer sin más preguntas. Igual estás haciendo la misma cosa muchos años y un día descubres que eso no era para lo que viniste. Así que todavía -si me lees- no creas que lo sabes todo de ti mismo, de tu pasado ni de tu futuro porque la Vida, el Universo, puede tener otros planes y fíjate por dónde lo mismo son totalmente diferentes. Y cuando comienzas a descubrirte a ti mismo entonces comienza una nueva aventura, nuevos desafíos y retos que pasan, ni más ni menos, que por armonizar el destino y tu propia vida. Esa alianza te da poder, y lo sientes. Pero ese poder tiene un precio que se llama, ahora, renuncia la primera de la cual es abandonar viejos hábitos, patrones culturales obsoletos, decadentes, que son la fuente del auténtico fracaso como humanos. Identificar tus realizaciones de forma diferente, con gente diferente, con una forma de concebir y vivir el amor diferente. Voltear el tablero de ajedrez que es tu vida para comenzar la partida de nuevo es el paso más inmediato, desmantelando todas las estructuras mentales adquiridas o heredadas porque se trata de aprender a desaprender lo aprendido. Y solamente de esta forma, entonces, es cuando podremos vislumbrar en el horizonte un nuevo amanecer en la vida que supondrá alcanzar ese día de gloria porque antes supimos conquistar nuestra propia derrota. 

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