CUALQUIER DÍA ES LUNES

 


Si hubiese que escoger el día internacional de la alienación (capitalista) ese sería el lunes, no tanto porque sea un día especial sino por lo que representa en sí mismo.

Un lunes puede ser cualquier día si tu descanso semanal, que es de lo que va esto, lo haces un martes-miércoles porque entonces tendrías que incorporarte un jueves y no volverías a descansar, quizá, hasta el siguiente martes. Luego entonces el jueves se convertiría en ese maldito lunes del que casi todo el mundo despotrica. Estudiantes y trabajadores al unísono lanzan imprecaciones contra el lunes, llegan al trabajo o al centro de estudios con mala cara a menos que, eso sí, te esté esperando ese amor que te hace palpitar de alegría. Y he aquí la cuestión nuclear de lo que va el asunto del malestar de los lunes en su generalidad. Va de alienación y, por tanto, de enajenación del trabajo como sentimiento de integración plena en la vida. Y va de esto porque el trabajo que hacemos, aunque entendamos que nos gusta, no está considerado como una extensión de mi yo, de mí mismo y del poder constructivo o creador que poseo sino de factor diferenciador de mi vida donde establezco una parte lúdica fuera del trabajo y otra, digamos, profesional que me da el sustento. Algo así como una doble vida pública y privada. O sea la dualidad es el eje de la posición que adoptamos ante ese maldito lunes cuya respuesta emocional al mismo depende, por otro lado, de la actitud personal que se adopte. Una actitud que recuerdo siempre fue así de negativa. Hay gente que se pone hasta las cejas de alcohol, coca, éxtasis o de lo que quiera que sea que le evada de una mísera realidad que no afrontan con valentía. Hay quienes, viviendo una vida sana, se evaden cogiendo su vehículo y dándose una escapada bien a la segunda residencia o bien al pueblo más recóndito para volver luego. Y las más, a día de hoy, se quedan en casa consumiendo basura intelectual producida a través de los medios de comunicación, plataformas digitales, redes sociales...Pero lo que les une a toda esa gente es la enajenación del trabajo bien porque no les reporta felicidad alguna (y es la mayoría) bien porque necesitan de una desconexión por sobrecarga emocional sobre todo cuando tienes que lidiar con situaciones lamentables. Lo que une es ese sentimiento de hastío, aunque con matices, de moral tocada, de no ser tú la persona dueña de tu tiempo y circunstancias porque ellas te sobrepasan arrollándote en ocasiones. Por tanto algo no funciona o funcional muy mal cuando el trabajo no está integrado en nuestro tiempo, no forma unidad con nuestro yo interno, disfrutando de él plenamente. Bien es cierto que de ser así no necesitaríamos desconectar sino romper la monotonía, incluso, de lo bueno haciendo cosas diferentes que nos llenen. De esta forma nuestro ser interno escoge el lunes como símbolo de la explotación y lo maldecimos hasta el punto de volvernos irascibles, intratables hasta con la gente que te quiere y te mima tratando de buscar una excusa. Volver después de un fin de semana parece toda una experiencia terrible, se retorna con cansancio vital y solo hay que oír los comentarios al respecto o ver los rostros de esa gente que le pesa como una losa el día en cuestión. 

Recuerdo mis tiempos de instituto, de adolescente algo ingenuo aún, en los que ya no llegaba a entender por qué había compañeros de clase que iban con mala cara y, conste, que hace casi 50 años no había más que dos cadenas de televisión, radio, y muchos cines. Luego el campo, la playa, etc. Y así que no lo entendía porque a mí me gustaba ver a las compañeras que te sonreían y te saludaban, al amable compañero, el juego o la juerga que comenzábamos a atisbar en el patio del mismo instituto cuando los descansos y te anotaban en el expediente mal comportamiento. Me encantaba ese mal comportamiento... Pero, quizá, también juegue el factor que yo no solía tener gran actividad el fin de semana, que al estar descansado necesitaba luego desfogar, que estudiaba o me iba al cine. Pasaron los años y llegó la Universidad y no me pesaban los lunes excepto si algún profesor majara te ponía exámenes ese día pero, cosas de la vida, tampoco se prodigaban. Sinceramente casi nunca tuve esa sensación de negación del lunes como primer día de vuelta a algo porque a mí mismo me conjuraba y me argumentaba si estoy descansado qué sentido tiene poner mala cara, si no quiero volver es que no tengo otra si quiero tener apuntes al día. Y quizá creo recordar de no tener enajenación con los lunes no porque yo me considere especial sino porque, de otro lado, para mí el lunes era domingo. Y entonces fui concluyendo que un lunes puede ser cualquier día. 

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