ALGUIEN ESPERA

 



Raro será que alguien no espere algo o, lo más interesante, a alguien. Raro será que la espera no quiebre, en ocasiones, los sueños parafraseando a Benedetti cuando escribía ojalá que la espera no desgaste mis sueños en su poema "Hombre que mira a través de la niebla". Raro será que la espera no agote tus energías, esperanzas, ilusiones y con los horizontes abiertos, que el día luminoso se convierta en bruma nocturna. Pero, asimismo, la espera ayuda a crecer, a acumular fuerza, a corregir porque la espera es un aprendizaje convirtiéndose en la aliada con el tiempo, con el destino que trazó un día un camino. Únicamente pasó que aquel día el destino no te avisó de cuánto sería la espera, tampoco que habría demoras, pausas, silencios, retiradas y reapariciones quizá de viejos fantasmas anclados en un rincón del alma, esa maravillosa canción de Alberto Cortez capaz de decir "En un rincón del alma también guardo el fracaso que el tiempo me brindó...", porque los fantasmas son eso, baúles de fracasos guardados atesorados en silencio, condenados al olvido. Pero en la espera hay lugar para la esperanza que es arcoiris después de la tormenta, el amanecer después de la noche surgida de las dudas, las vacilaciones. De esa larga noche que, igualmente, expresaba Aute "presiento que tras la noche vendrá la noche más larga", noche insostenible de reflexiones, luces y sombras, noche en vela porque millones de neuronas se disponían a trabajar en lugar de retirarse. La espera no tiene un tiempo porque el tiempo no existe para ella, existe para ti que esperas fijando la mirada en un reloj. Pero la espera enseña que, también, puede tener un límite porque si bien el tiempo no existe por ser eterno tu presencia aquí es finita y, por tanto, no puede ser una espera pasiva aunque sí paciente. Una espera activa es la que realmente hace que tus pies no se petrifiquen en el barro surgido de las tormentas existenciales, esas que no entiendes y que, si acaso, aceptas a regañadientes. Tormentas de arena de fuego desértico, de hielo polar, de viento huracanado, de lluvia que ahoga, que te enseñaron a guarecerte de las inclemencias esperando a que el tiempo levantara para seguir caminando pero, eso sí, sin pararte a que seque el barro con la autocompasión, la melancolía como peor aliada de esos fantasmas durmientes. Que alguien espera lo vemos en cualquier situación o lugar del mundo, desde una estación de tren a un comercio, desde una consulta médica a una puerta de colegio. Raro será que no esperemos a alguien o algo que modifique nuestro patrón vital pero, curiosamente, ocurre de la misma manera que sin esperar surge lo que no imaginabas. Comienzas a ver señales indicadoras en un horizonte que oteas lejano pero conforme te acercas sientes que esa realidad igual se aleja igual se acerca, que ese horizonte no está trazado en línea recta. Surgen las paradojas en donde tú ves belleza que otras personas no ven, ni siquiera las personas observadas y comienzas a preguntarte si esa flor en medio del desierto es real y te acercas a ella con temor a no estropearla o, quizá, a que oculte algún veneno que pueda paralizarte. No ocurre eso, ¡la flor se aleja y vuelve! Raro juego del destino para alguien que espera que la flor se abra, que termine de exhibir su fragancia, que se comunique y te susurre esperaba alguien como tú que se acercara y tú, sorprendido, crees entender el lenguaje de la flor cuando comienza a emitir sus señales, te vas identificando con ella pero... Siempre hay un pero, un buen día la flor se esconde, desaparece, enmudece, te expulsa de su territorio aunque no por mucho tiempo porque la flor sabe que su tiempo también es finito, que la vida también le pasa por encima, que necesita del aire, el agua, el sol, la tierra, igual que el caminante que espera su fragancia. Y la flor va tomando conciencia porque, también, crece en armonía con el observador que aún espera, no sabe cuánto más, a que emita el sonido más bello que pueda emitir la flor, implorando al cielo que la espera no desgaste sus sueños...

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