NO CULPES AL HUMO DEL FUEGO

 


Parece que corren malos tiempos para el pensamiento elevado, noble, como arte de discernimiento entre lo que es causa y consecuencia, entre verdad y falsedad, tiempos confusos donde estamos ante el abismo creyendo que la culpa del fuego es del humo. Así de imbéciles nos estamos comportando pero, ojo, no lo digas muy alto porque te tacharán de enfermo mental porque, claro está, no puedes salirte del patrón de pensamiento único o, simplemente, de un modelo de razonamiento basado en la estupidez cuando, en realidad, cualquier pensamiento debe basarse en el sentido común. Algo tan simple como esto hoy no se practica y, por supuesto, mucho menos se entiende. Si alguien está con la paranoia del covid y tú le recuerdas que justo el miedo es lo que menos necesitamos para ver dónde está la causa entonces rápidamente hay una respuesta muy socorrida ¡soy libre de sentirme así! Vale, pues yo también de decir lo que digo y ahí zanjo la cuestión. Pero no me dirán que no tiene su gracia que alguien que fuma no se asuste del tabaco y sus efectos, no de la polución atmosférica pero sí de un virus que, mira por dónde, se combate con mascarillas... Uffff, qué mal rollo. Si planteas que antes de saltar la alarma sanitaria estábamos (y estamos) en emergencia climática eso como que suena a tambores lejanos, a música apocalíptica, y que las tempestades que estamos padeciendo con fenómenos concurrentes de agua y vientos fuertes que empujan la mar hasta "comerse" los paseos marítimos, se deben justamente a la degradación del planeta, entonces alguien seguro que te mira como poco con extrañeza o casi con desprecio a lo que dices porque, al parecer, somos tan arrogantes con el planeta que entendemos que nada nos va a batir. Pero qué equivocación más grande producto de la ignorancia. El planeta, la Tierra o Gaia, es un ser vivo en movimiento, que nos acogió hace millones de años a la humanidad, que acogió a otras formas de vida y sus visitantes foráneos venidos de otras estructuras estelares, que nos ofreció su integridad para que fuéramos felices compartiendo lo que nos daba y da. En lugar de ello, el gran estúpido se dedica a maltratar, expoliar, lo que Gaia nos da gratis solo a cambio de cuidarla. El gran estúpido se dedica a robar hasta el oxígeno esquilmando recursos forestales y ahí sigue discutiendo en foros inútiles sobre cuánto dióxido de carbono vamos a dejar de emitir en los próximos 50 años como si, acaso, fuéramos a llegar vivos. ¡Qué arrogancia! El planeta está agotado, colapsado y ha estado esperando una reacción rápida pero el gran estúpìdo ha hecho oídos sordos continuando con su política extractiva de combustibles fósiles, con sus vehículos por tierra, mar y aire intoxicando, con sus incendios provocados que dejan sin barreras naturales a los medios naturales, con sus guerras arrasando vidas más allá de las humanas, con sus experimentos químicos y los vertederos de resíduos a ríos y mares, con los plásticos que se incrustan ya en nuestros tejidos formando parte de nuestra naturaleza. El gran estúpido ha ido arrasando el planeta, agotando las posibilidades de cambio a mejor, de convivencia pacífica con animales y plantas, con ríos, mares, montañas y valles, porque allá donde va lo coloniza todo como depredador que es. El gran estúpido, ahora, quiere colonizar otros planetas para seguir extrayendo recursos que le sigan dando beneficios. Mientras tanto, aquí abajo en el reino de la ignorancia, queremos asemejarnos al gran estúpido consumiendo las migajas que nos echan para diversión ajena. Migajas de cualquier índole, pero migajas al fin y al cabo, que nos denigran porque nos enajenan el pensamiento profundo, auténtico. Porque nos enajenan la sabiduría ancestral cuya simpleza hemos llegado a perder tanto que ya no somos capaces de distinguir el fuego del humo haciendo responsable a éste de la extinción, de la quema. Suele ocurrir cuando ponemos al mismo nivel víctima y verdugo en cualquier proceso doloroso violento, suele ocurrir con las equidistancias engañosas para retorcer la historia y su memoria, suele ocurrir cuando un pueblo pierde su norte, cuando da la espalda a la sabiduría y abraza la necedad, cuando no ve frontera entre lo digno y lo indigno. Mientras tanto el humo no nos deja ver lo que ocurre a nuestro alrededor y mucho menos respirar profundamente. Respirar amor, libertad, alegría. Y mientras nos entretenemos con el humo el fuego avanza sin que nadie haga por pararlo...

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