UN VIAJE A LO DESCONOCIDO


 La vida es un viaje, sí pero a lo desconocido. Cuando venimos cualquier tentación de obtener un billete o pasaje a la seguridad es vano porque siempre habrá un punto de inflexión, un momento, que algo o alguien destrozará tus planes preconcebidos, hará saltar tus alarmas y su presencia o existencia hará voltear tu zona de confort teniendo que salir de ella, sí o sí, para enfrentarte con valor al desafío que la vida te ha puesto. Venir a la vida significa aceptar los retos, afrontarlos y subirse al barco que te lleva a un puerto quizá diferente al que te habías planteado. Para ello tienes que dejar aparcado el barco en el puerto, salir a caminar sobre las aguas sin miedo a ahogarte y adentrarte en las profundidades de esa agua que bien sabes (porque lo sabe tu corazón) que te va a ayudar a oxigenar tu vida anclada ya de por sí en las rutinas de la cotidianidad, aunque ellas sean "buenas". Es lo que tiene vivir, aceptar que puede llegar ese momento de adentrarte en ese lugar donde solo manda el corazón que será tu guía, la luz para ver mejor dentro del océano vital. Pero suele ocurrir, igualmente, que nunca vemos que la posibilidad nos toque de cerca porque eso suele pasarle a los demás. "Eso" puede ser cualquier cosa incluso que te hayas enamorado de alguien que rompe tus esquemas, tu patrón de pensamiento tanto si es adquirido como heredado. Y te levantas un día pensando o, mejor dicho, sintiendo que algo "raro" te pasa, que no puede ser enamorarme yo de esa persona. ¡Ni de coña! Eso son imaginaciones, fantasías, quizá movimientos telúricos internos de momentos de zozobra. Pero no, ocurre que sientes de verdad, piensas con autenticidad, miras con alegría a esa persona pero ahí comienza un reto, un camino consciente. El inconsciente sucede cuando conoces a alguien físicamente aunque, habría que decir, que quizá no eras el alguien que esperabas y habías reclamado internamente al Universo. Éste, que juega sus dados, te conmina a seguir la estela del sentimiento y no la del raciocinio, te brinda la oportunidad de abrirte en canal y voltear tu mundo conocido que ves cómo se tambalea sin que, por otra parte, tú puedas hacer nada al respecto más que esperar el momento oportuno para saltar a caminar sobre las aguas o alejarte con demoras en la toma de decisiones. Entonces comenzamos a habitar el paraíso de las excusas, de los subterfugios, el paraíso del miedo, de la inseguridad, de todo cuanto se cierne en forma de tormenta sobre tu existencia para no dar el paso. Hoy no puedo porque me duele la cabeza (bendito recurso), la espalda, no he dormido bien, me duele el cuello. Hoy no porque viene familia y no puedo quedar con esta persona para comunicarle, transmitirle, mis sentimientos y sepa y pueda, también, ofrecer lo mismo. A ti te ha tocado dar ese primer paso pero te resistes a ello con las excusas, algunas bastante peregrinas, pero no quieres asumir ese papel protagonista. Sí, protagonista de tu propia vida y sentimientos sin que nadie se interponga. Se trata de ejercer la libertad interna liberando sentimientos, emociones, que de no hacerlo comienzan los dolores reales. Me duele el cuello porque no giro mi mirada hacia el frente, donde está lo que siento. Me duele el hombro porque cargo mucho peso emocional de la situación pero, en realidad, tú dices que te duele algo sin expresar por qué te duele aunque lo sepas. Y cuando anidamos la demora, la anclamos en nuestra vida, claro que surgirán las causas externas, ajenas, que nos vendrán como soplo de aire fresco, de bálsamo para nuestra urticaria. Entonces, obviamente, la otra persona que te conoce más de lo que crees deja pasar el tiempo, el eterno menos aquí que pasa marcando el paso de nuestra existencia. Y nos vamos poniendo viejos que, como dice la canción, el amor no lo reflejo como ayer pero, sin embargo, a nada dices que sí y a todo dices que no justo al contrario del sentido de las cosas, del de las agujas del reloj que pasa in misericorde acotando nuestras vidas. Es verdad que el tiempo pasa pero no es menos cierto, también, que al pasar se agotan las oportunidades de haber conquistado un poco de felicidad compartida, de reconocer que la seguridad no existe, de compartir viaje con alguien que sí es afín, que vibra contigo. Se agotan las excusas aunque sientas que tú mandas en ellas pero si te das cuenta son ellas las que han estado mandando sobre ti, te han sometido y adentrado en un bucle que te lleva a no expresar nada aunque sientas, a desviar las conversaciones o a no provocarlas, y no es que tus sentimientos hayan menguado o desaparecido sino que, al contrario, han crecido como un árbol bajo la lluvia. Pero necesita sol que sale sin preguntarle, que acaece sin preguntarle tampoco. La vida tiene su ritmo, acompasado, al que no debemos darle la espalda plegando nuestras ramas. La vida no se detiene aunque, en ocasiones, nos gustaría que así fuese para no tener que tomar la decisión correcta que es la que corresponde con el corazón. Pero sabes que no es posible, solo queda entonces que tú formes parte de esa danza manifestando tu alegría, la de haber sacudido la hojarasca de la demora para dar paso a un nuevo amanecer.

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