AVE FÉNIX


 Una de las grandes habilidades de las civilizaciones antiguas fue dejarnos imágenes arquetípicas sustanciadas en la construcción de nuestros procesos de cambios. La de hoy corresponde al resurgir, renacer, volver a la vida, resucitar si se quiere, a través del mito del Ave Fénix. Cuando uno atraviesa desiertos, vaguadas y torrenteras hasta ahogarte, cumbres escarpadas cubiertas de nieve e hielo y mares absolutamente revueltos, valga como alegoría existencial, termina exhausto, fundido como solemos decir, quemado y con la sensación de derrota pero todo ello no es más que una percepción de un estado de ánimo concurrente con una carencia de energía creativa, constructiva, impulsora. El Ave Fénix podría estar representado en la iconografía china por el dragón que en su vuelo se eleva hasta alcanzar los cielos para señalarnos el poder creativo del Cielo como figura del Cosmos, de la totalidad del Universo donde podremos surcar libremente sin pretender subir más de lo que realmente nos corresponde, más de lo inabarcable.
El Ave Fénix nos muestra un estado existencial concreto, el del resurgir de ese proceso en el que acabamos mustios, arrinconados, olvidados, abrasados por el fuego destructivo quizá de viejas pasiones, esquemas mentales caducos y decadentes, que han de morir para que surja lo nuevo ya que ningún día nuevo amanece sin que el previo haya tenido su ocaso. Entender esto nos facilitaría las cosas, el devenir de nuestra vida cotidiana, cuando nos aferramos a historias que no nos corresponden. Una relación muere, un hijo se va de casa para no volver, una amistad desaparece o te traiciona, un amor se acaba o quizá nunca existió más que en tu mente... Aferrarnos a lo que muere, languidece, es no dejar paso a nuevas energías vivificantes, creativas o constructivas, que empujan para dar paso a un nuevo tiempo o amanecer. Aferrarnos a lo que muere es no entender que la vida es cambio, movimiento, y que si no estamos en esa corriente entonces seremos arrastrados al abismo. De ahí que sea importante el vuelo para elevarnos empleando bien nuestras alas de libertad para surcar el cielo creativo que aunque no luzca en días grises siempre tiene una luz tras las nubes. Un día me pregunté de qué servía alimentar esperanzas en ocasiones y la respuesta que obtuve fue la de mantener un compromiso con la vida, con ese algo o alguien que puede conectar contigo y a lo que debes dar tiempo aunque, incluso, lleves años. No es que estuviera convencido pero es cierto que, también, el tiempo tiene la última palabra en todo como medida de nuestras acciones. Ahí vamos demostrando nuestras razones, aciertos y, cómo no, errores sin necesidad de imponer o manipular para alterar los resultados que han de darse de forma natural. La esperanza, sin que sea falsa expectativa, es ese Ave Fénix en pleno vuelo creciente que nos va a posibilitar mantenernos surcando cielos además de poder bajar a descansar en la rama de un árbol o en la cima de una montaña, alejados de un peligro acechante que amenaza nuestra paz o seguridad por unos momentos.
El Ave Fénix nos enseña que ese resurgir se traduce en un nuevo amanecer cada día para construir nuestra existencia, también, sobre las derrotas como percepción ya que, en cierto modo, en ocasiones la mayor derrota es no haberse transformado uno, no haberlo intentado, no aprovechar el momento de cambio que la vida proponía y darle la espalda prefiriendo lo malo conocido que lo bueno por conocer. De esta forma, asimismo, construimos nuestros marcos mentales conservadores que nos atan al pasado, que nos cortan las alas de libertad, justo porque tenemos miedo a que lo viejo permanezca en lugar de dar paso a lo nuevo cuya metáfora nos puede llevar a cualquier cambio en nuestra aparente vida ordenada, y digo aparente porque -en realidad- ese orden es falaz, engañoso. A la primera de cambio surge un movimiento tectónico de grandes proporciones que tambalea todas tus creencias, sentimientos, visión de ti mismo, y se enciende un fuego devastador que rápidamente consume todo lo que creías seguro. De ese orden aparente surge el caos. Y es ahí donde aparece, entonces, la capacidad de renacer porque ese fuego es purificador, da forma como se la da al acero templado dispuesto para el combate mítico. El fuego deja rescoldos y sobre ellos volvemos, pues, a reconstruirnos dejando que crezcan nuevamente todas las alas cortadas aunque, eso sí, con más fuerza y belleza que antes, relucientes y dispuestas para afrontar una nueva vida o, quizá, continuar simplemente con la vida volando...

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