CORTINA DE HUMO


 
Cortina de humo es una expresión coloquial que señala la capacidad que tenemos de desviar la atención y poner el foco en otra cuestión distinta o, simplemente, no ponerlo directamente sobre lo que nos interpela en la vida. Dicen algunos expertos que eso se llama recurso comunicacional y yo, que no soy experto en comunicación, lo llamo ganas de marear la perdiz. O sea no ir al grano, al centro de una cuestión para darle vueltas y no afrontar lo que, de otra parte, sería una toma de decisión que puede afectar a la vida de uno, a sus paradigmas, a su forma de vida que puede verse ciertamente alterada si acepta, al menos, entrar en el detalle de la cuestión. De ahí que es preferible lanzar, entonces, señales contradictorias al interlocutor para que, en principio, entienda lo contrario de lo que se está diciendo en esa señal como trasfondo. No es difícil y me explico. Si yo necesito comunicarle a alguien "algo" de sumo interés para ambas partes pero no me atrevo por el objeto de la cuestión, y por mí como sujeto en liza, le transmito apariencias en forma de excusas tal como no puedo, me pilla lejos, no me viene bien ahora para ya te aviso (que luego no te avisa...). Muestro aparente desinterés sobre el asunto -o la persona- en cuestión aunque, ciertamente, mi interés es vivo pero no se lo demuestro. ¿Por qué? Puede tener sus lecturas como, por ejemplo, una estrategia de llamar la atención utilizando el aparente desinterés, despreocupación o lo llamas como te parezca. Una estrategia que tiene sus riesgos y altos. Puede ser por miedo a subir a un tren desconocido, por la sempiterna duda que asalta la razón y la enturbia dejando al corazón fuera de juego. Puede ser, incluso, por entender que no se merece (en el fondo) la atención de la otra persona y de ahí que le haga cortocircuitos... La cuestión es que el resultado, inicialmente, es el mismo y que no es otro que dejar aparcado el asunto, desviarlo del foco o centro del debate para lo cual utilizamos distintos y hábiles recursos personales que, llegado un punto, no cuelan porque suelen entrar en bucle y en contradicción con tu propia dinámica social. O sea que te crees que la interlocución es ajena al juego, formando parte de él, pero en realidad el juego no lo estás marcando tú con tus normas o sueltas de humo sino que, al ser todo apariencia, es muy probable que tú seas parte del juego del destino donde la otra parte está diciendo mucho más sin decir nada. En realidad puede ser divertido -de hecho yo me divierto observando- contemplar cómo alguien no responde a estímulos enviados con aparente desinterés adobada con una no menor dosis de frialdad quizá para enfriar algo que, por cierto, no vas a poder hacer puesto que el fuego derrite el hielo, y hasta el agua lo hace en un momento determinado. Pero luego está esa parte de ti que te dice oye, no juegues con fuego que terminas quemándote y quemando las oportunidades. El destino, tan certero y no sé si "caprichoso", tiene sus planes pero nos empeñamos en soltar humo como el calamar su tinta para despistar al "enemigo" cuando, en realidad, aquí no hay enemigo que valga. Más bien el enemigo está en nuestro interior, en la falta de valor para enfrentarnos a una realidad cotidiana terca, persistente día a día, que nos tumba todas las estrategias de seguir por esa senda de apariencias. Y un día decides dar un pasito (eso sí, no muy grande que te desgasta...) pero te encuentras que el humo que lanzabas se ha vuelto ahora en tu contra porque el aire te lo devuelve, algo así como justicia poética transitoria quizá para que reflexiones si mereció la pena exprimir tanto la situación. Es probable que mereciera la pena hasta un punto determinado de convicción pero a partir de ahí todo fue lo que yo expreso, marear la perdiz. O sea hacer el canelo dando vueltas como una noria, unas veces arriba otras abajo, otras parado porque la emoción ya petaba el asunto...Y en esa reflexión, la otra parte sigue su rumbo observando cómo reflexionas en tus apariencias, cómo mantienes viva todavía esa antigua estrategia del humo lanzado pero que ya no le afecta porque sabe que ese paso ya no tiene avance posible. La otra parte, digamos, se protegió para no verse envuelta en la confusión, en la ceremonia del despiste de decir o hacer lo contrario de lo que sientes, y como lo sabe (aunque respire ese humo...) actúa sigilosamente, a la distancia, porque su observación trasciende a la mirada física para adentrarse en la del interior anclada en un rincón del alma. Y en algún momento sientes que esa otra parte (la ahumada) te está contestando sin palabras, con gestos y, también, con silencios que también te inquietan. Es lo que tiene beber de una medicina a veces repelente, pero aunque pudiera haber un halo de diversión oculta hay, y mucho, de hartazgo cuando las cosas, las situaciones, no se quieren mirar de cara sino de soslayo, cuando preferimos vivir con la mascarilla (mira qué ejemplo) más que a cara descubierta. Detrás de ciertas estrategias hay un arma de doble filo porque tentar a la fortuna, al destino, también puede tener un alto precio. En nuestro planeta se mide en forma de tiempo que suele tener la última palabra pero, cómo no, el libre albedrío de quien aguanta humo durante años, disfraces de realidades... El libre albedrío de quien tiene la potestad, la libertad de decidir -aunque le pese- abandonar ese "diálogo sordo" de apariencias porque hasta la emoción tiene sus reglas y, también, su límite. Siempre cabe pasar página y respirar otros aires. Ya sabes que, siendo así, la pelota está en tu tejado. O sea te toca dejar de lanzar humo

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