NO PIERDAS EL TREN


 
En cierta ocasión después de estar horas esperando un tren que me llevase a un destino estuve a punto de perderlo pero lo cogí en marcha ya. Esa sensación real la conozco de primera mano pero, en realidad, es la metáfora de cualquier elemento de la vida sobre el que nos regodeamos, entretenemos, quedándonos absortos, buscando explicaciones a veces inverosímiles, intentando racionalizar lo que no tiene razón porque ser ya es razón. Nuestra vida se mueve como un tren en el que se suben y bajan personas y circunstancias de las que aprendemos -o debiéramos-, como un tren llamado destino que nos indica cuál es nuestra estación de bajada si vamos en él o cuál es el tren si esperamos en la estación. Y en ese tren igual comienzas a sentir que la gente que se sube a él ya la conocías de antes aunque fuera de pasada, o sentir que cierta gente que va en ese mismo viaje marcará tu existencia. Pero entonces comienzas a elucubrar porque sientes demasiado y no te puedes permitir sentir sin tamizarlo por el filtro del intelecto cortocircuitando la posibilidad de darle alas a esa vida que quieres y necesitas cambiar. Durante el trayecto, una vez has subido, observarás asientos vacíos correspondientes a gente que tuvo que haberse subido pero no lo hizo. Gente que se quedó dormida en el angar, en un maltrecho sillón. Gente que no llegó a tiempo pensando en un golpe de fortuna para que el tren se retrasase y poder auparte a él sin más pegas que las del tiempo ajustado. Gente que a última hora canceló el billete perdiendo derechos sobre el viaje, perdiendo oportunidades. En realidad toda esa gente que no se subió a ese tren no sabía o no quería saber (y suele pasar con frecuencia) que para llegar hay que salir, partir, dejar atrás cosas, situaciones, y hasta personas si la cosa se tercia. Gente a la que les inundó el pánico de pasar página y, por esa misma razón, perdió el tren. Un tren de libertad más que de seguridad, un tren de riesgo más que de certezas porque qué es la vida si no ese lanzarse aceptando desafíos, retos, que te impulsan a explorar lo distinto, a romper con la monotonía de una vida insulsa cargada de piedras en la mochila. Y es que si algo tiene este viaje, tan extraño como excitante, es que debemos ir ligeros de equipaje para que en caso de necesidad no nos pese salir corriendo pero no por huir de nadie ni nada sino por coger el tren, por agarrar esa oportunidad que se presenta. Una oportunidad que puede llamarse mil nombres aunque lo esencial es esa oportunidad de ir alcanzando parcelas de felicidad, de voltear el puzle de la vida haciendo saltar todas las piezas por el aire. Lo esencial es la realización personal que, además, no se ajusta a viejos parámetros sino a otros distintos, desconocidos incluso para ti que tanto razonas y razonas lo que es, porque aquello que es (y sientes) no va a dejar de serlo porque quieras olvidarlo, enterrarlo. No va a dejar de ser porque no acudas al tren cancelando el viaje o durmiéndote en la estación. El peligro de dejar pasar ese momento de salir, partir hacia lo desconocido abandonando tus seguridades, es que corres el inmenso riesgo de no volver a tener esa oportunidad y que de llegar puede tardar años, tantos que perderás el rastro del recuerdo. Pero subirse al tren no implica hacerlo cargado de viejas expectativas sino de dejar fluir el paso del tiempo dentro del viaje, no implica más que compromiso con tu propia vida, esa que no quieres reconocer que detestas en el fondo aunque la vistas de elegancia, porque esa vida a la que te aferraste ya no te llena y necesitas oxigenarla, darle otro aire, otro impulso. No cabe el arrepentimiento de no haberse subido al destino, de haberse aliado con él. Solo cabe la responsabilidad, de un lado, de aceptar que lo que dejaste pasar no te hará más feliz por haberlo hecho y, de otro lado, encomendarte a una segunda oportunidad habiendo aprendido la lección de la primera y hasta que llega sucederán mil historias que te ayudarán a crecer, pero sobre todo a sentir más que a pensar, porque al fin de cuentas tanto pensar hizo que la estación se quedara vacía con tu sola presencia llena de dudas, vacilaciones, miedos. Y sabes, perfectamente, que en ese tren que se aleja sin tu ser va una parte de ti también. Va la parte de la intención que pusiste inicialmente, va la parte noble de la sonrisa que desplegaste al soñar embarcarte en ese viaje porque en esa sonrisa se encerraba tu parcela de felicidad que conectaba con tu paz interna, con la plenitud que nos da saber que aquello que vamos a hacer o estamos haciendo es más importante que lo que podemos dejar atrás porque el pasado no puede condicionarnos, ni siquiera el pasado reciente. Tú esperaste demasiado pero el tren no espera a ningún pasajero, tú te volviste de espalda porque no querías contemplar su marcha y, con ella, lo que de ti iba ahí. Porque iban personas y, también, circunstancias, experiencias que podías compartir. Pero al volverte cambiaste el rumbo, perdiste el tren y todas sus posibilidades. La vida nos enseña que aquello que debemos hacer, sentir, decir vaya en consonancia con el pensamiento porque, de esta forma, ni nos quedamos durmiendo esperando, ni cancelamos el billete. Quizá una de las mayores pérdidas se produce por algunas de las causas llamadas duda, miedo o incertidumbre pero pocas veces por haberlo intentado porque, en realidad, el fracaso no está tanto en bajarte del tren sino en no haberlo cogido. Creo que en este viaje si te atreves aún podemos divertirnos...

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