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Y
puestos a pensar seguramente, en esa lucha encarnizada que se
mantenía contra el paganismo, surgió como contraposición
identitaria frente a cualquier comunidad no creyente en Jesús
fueran paganos o judíos cuya ruptura definitiva con esta última
tiene en el inicio del año litúrgico quizá el gran motivo de base.
Para los judíos nacía con la luna nueva del mes Nisan, primer mes
del año y el de la Pascua. Para los cristianos nacía en luna llena
del mismo mes con lo que la Pascua, tanto judía como cristiana, se
celebran en el mismo período de un mes lunar pero en diferentes
fechas o fases lunares. ¿Y esto fue así desde el principio? Pues
básicamente no. Por tanto si volvemos al relato oficial es muy
probable que esa diferencia también fuese interpolada con
posterioridad para dar sentido al entramado ya explicado antes. La
fiesta de la Pascua era la que era sin más, la del sacrificio del
cordero y qué casualidad que la imagen de Jesús es la del
cordero que quita los pecados del mundo... Un sacrificio humano, el
de su muerte, ¿en el mismo tiempo que la Pascua judía? La hipótesis
que planteo es que se hace de coincidir este período festivo para
romper definitivamente con la tradición matriz, con el
antiguo rito, marcando unas distancias insalvables entre ambas
comunidades que llevaron al extremo. Enmarcar históricamente este
añadido en Hechos* es difícil dado que fue un proceso
prácticamente continuo. Además esta ruptura, en este devenir, no es
solo con el judaísmo sino con el poder político-militar que
representaba Roma ya que el contexto de la Pascua sirve de excusa
para que, de una tacada, se rompan lazos con dos pasados, el judío y
el pagano. Que el sacrificio humano o asesinato fue ordenado por el
Sanedrín sería cierto puesto que, como observé antes, romper con
los convencionalismos sociales de la época, con la hipocresía
(sepulcro blanqueado es el hipócrita) de la norma rígida y la
desatención a la gente vulnerable, hizo temblar al poder religioso
imperante en manos del Sanedrín y eso tuvo consecuencias máxime con
la casta saducea que nada tenían en común. Que el poder
político-militar en manos de Roma se entrometiera, o asumiera los
postulados de la parte que juzgaba y condenaba sin más, ya suena
algo más extraño desde una perspectiva histórica porque es aquí
donde ningún cronista da fe del asunto. Y repito que no es que no
sucediera un asesinato traicionero, alevoso, pero probablemente no
como nos lo han relatado desde la oficialidad del nuevo credo en una
cruz. El oportunismo, a mi modesto entender, es bien evidente y sobre
el que se debiera investigar más en lugar de dar por sentadas las
verdades aunque no cuadren. A Roma había que castigarla por pagana
en su pasado y, por tanto, redimirla de él poniendo en manos de
Poncio Pilato, una figura real, la ejecución proveniente del
Sanedrín que ni él mismo estaba convencido con lo que si hay que
liberar a alguien es a un homicida llamado Barrabás. Pero,
claro está, si nada es lo que parece entonces ¿qué hace Barrabás
en esta escena? ¿Estaríamos ante una treta histórica posterior
para contraponer dos figuras divergentes, como si de un plano
secuencia de una película se tratara donde se realza una porque la
otra resulta denigrante apareciendo simultáneamente dos personajes
en un momento que no tendría que ser? Y no expongo que no existiese
Barrabás, ni que no se conocieran, sino lo que cuestiono es si el
escenario era el cierto habida cuenta de la ausencia de noticias,
salvo la oficial del credo, respecto a la cuestión tan relevante. Yo
diría que todo lo que rodea a la figura del Hijo de Dios o Hijo
del Hombre es cuanto menos brumoso, extrañamente siendo luz del
mundo y estoy totalmente seguro que no es por la voluntad del
cielo en expresión taoísta sino por voluntad del humano, de sus
intereses bastardos de dominio y expansión, de poder basado -con la
lógica humana- en la manipulación de la verdad o, en su defecto, en
la invención de una realidad que con los años se convierte en
verdad irrefutable. Un poder terrenal emanado del divino era la
combinación perfecta para dar forma a una nueva manera de entender
el imperio primero, y luego entender a las iglesias imperiales que se
sucedieron durante la Edad Media. El rey o emperador controlaba a la
Iglesia y a toda su estructura llegándose a proponer, incluso,
beatificaciones como moneda de cambio en el juego de poder
terrenal-divino. Y en ese juego, por otro lado, un pobre o
desarrapado no llegaba a la cúpula eclesiástica fuera Papa,
Cardenal u Obispo. En la comunidad de creyentes, asimismo, había una
disputa que enfrentaba de alguna forma a judíos residentes en
Palestina con los llamados helenistas y sobre lo que se
menciona en Hechos 6,1 siendo estos últimos, también,
migrantes retornados que leían la Biblia en griego (traducción
conocida como la Septuaginta). Disputa que podría tener relación
con la organización del nuevo credo y a la que había que ir dando
forma. Una de las cuestiones que, también, reseña Hechos* es
la institución de los Siete. Pero ¿qué era esa institución?
Acudiendo a la historia, y a sus procesos de cambio, en Roma existía
de antiguo el colegio de pontífices o colegio pontificio que
de últimas estaría compuesto, casualmente, por siete miembros de
los cuales dos eran mujeres. Esa institución u órgano,
digamos, de gobierno estaba compuesta por el pontifex maximus, tres
flamines, dos vestales (mujeres escogidas con edades de 6 a 10 años
y que hasta los 30 años debían llevar a cabo los ritos y
obligaciones propias junto con la castidad. La cuestión es cuándo
se introduce este relato para ubicarnos y nada nos impide pensar que
nos llevaría, nuevamente, a Teodosio el constructor de la
alternativa de poder religioso frente al político-militar. De esta
forma se estaba construyendo un colegio pontificio alternativo al de
Roma pero sin mujer alguna. Todos los nombres que aparecen en el
relato de Hechos 6,5 son de hombres. Un paso más hacia la
eliminación de la figura relevante de una mujer dentro del estatus
del nuevo credo que vendría a consolidar,esto sí, los pasos
iniciales de desplazar el legado entre iguales hacia posiciones
patriarcales jerarquizadas. Para no perdernos, por si acaso, los
nombres mencionados son los de Esteban,
Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás que era
prosélito de Antioquia en la actual Turquía.
Si
bien he mencionado en este apartado, más detenidamente, a la
comunidad -digamos- usurpadora y triunfante en el nuevo orden,
sería totalmente injusto y contraproducente no mencionar quiénes
eran la comunidad genuina, original, del legado de verdad, amor y de
igualdad. Quiénes formaban parte del núcleo familiar de Jesús
(o comunidad genuina) al que me refería más arriba los encontramos
en el evangelio de Juan a cuya conclusión no es difícil
llegar si atendemos a la lectura pausada de Hechos, en cuyo
relato dichos nombres son silenciados sistemáticamente, olvidados
para el resto de las acciones que estuviesen por llegar. Estos
nombres eran los de Natanael, María (madre), María de Clopás o
Cleofás (la tía), Cleofás o Clopás (tío), y finalmente
María Magdalena y Marta (ambas hermanas) así como “el
discípulo a quien él amaba”, cuyos vínculos afectivos
debemos suponerlos aunque, a ciencia cierta, no sabemos el tipo o
naturaleza de tales vínculos al igual que podríamos suponer,
asimismo, que Natanael fuese el único hermano como tal
dejando el plural de hermanos, como se relata en evangelios,
para referirse a los parientes allegados que son los descritos además
de éste último. Y se preguntarán, entonces, por qué no aparece un
tal José (el padre terrenal, marido de María) en el círculo
ni se sabe nada de él desde el censo de Quirino. Da que pensar pero,
en realidad, es que tuvo que ser una figura inventada para que María
no apareciese como viuda ante la comunidad. La realidad, a buen
seguro, que fue muy distinta como he expresado. Inexistencia de José,
aparente viudez de María y un hermano real del que nada se sabe en
los escritos pero que no podía existir puesto que daría al traste
con la sesuda teoría postrera del Unigénito.
El
círculo de personas allegadas lo conformaba un número de ocho
personas (constatadas) de las cuales cuatro eran mujeres constatadas,
cuya figura -de mujer- es dilapidada, olvidada, silenciada de la
historia fundacional del nuevo credo. La herencia del judaísmo, en
el caso, es palpable dejando para la mujer un papel testimonial,
asistencial, decorativo, sin apenas influencia siquiera en la sombra
como solía ocurrir en la corte romana. Todas esas personas podían
dar testimonio directo y, prácticamente, ninguna más del verdadero
legado. La verdad os hará libres resuena como un ruido
ensordecedor, una frase demoledora cuyo sentido y alcance quizá no
conozcamos, al menos, de manos de exegetas y teólogos o de
historiadores comprometidos dada la tergiversación de la misma y/ o
su manipulación y amputación desde prácticamente los inicios en la
andadura del nuevo credo. Hay dos personas muy allegadas de las que
casi nada sabemos, y forman parte de ese núcleo, como Juan el
Bautista, desaparecido del relato cortándole la cabeza, y otra
es el discípulo a quien amaba también citado por Juan
(evangelista) y tampoco sabemos grado de parentesco o lazo afectivo.
Especular que fue Juan u otro no supone avance alguno en la cuestión
central que, además, de la figura de Jesús es el mensaje
y sobre el que creo debo pararme antes de proseguir, ya que sin
ello no entenderíamos la naturaleza de lo que aconteció como suceso
histórico que fue la ejecución de aquél. Pero antes de proseguir
voy a dejar unas preguntas en el aire ¿pudo ser ese discípulo una
mujer con, además, algún grado de parentesco?¿pudo ser esa mujer
discípulo una hija suya? Manteniendo
esta hipótesis puede que me excomulguen oficialmente (yo me
excomulgué hace ya más de 40 años) aunque antes tendrían que
hacerlo con quienes difunden el odio como verdad. Aun así no la
descarto.
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