MITOLOGIA CRISTIANA. EL CREDO TEODOSIANO (7)



 Y puestos a pensar seguramente, en esa lucha encarnizada que se mantenía contra el paganismo, surgió como contraposición identitaria frente a cualquier comunidad no creyente en Jesús fueran paganos o judíos cuya ruptura definitiva con esta última tiene en el inicio del año litúrgico quizá el gran motivo de base. Para los judíos nacía con la luna nueva del mes Nisan, primer mes del año y el de la Pascua. Para los cristianos nacía en luna llena del mismo mes con lo que la Pascua, tanto judía como cristiana, se celebran en el mismo período de un mes lunar pero en diferentes fechas o fases lunares. ¿Y esto fue así desde el principio? Pues básicamente no. Por tanto si volvemos al relato oficial es muy probable que esa diferencia también fuese interpolada con posterioridad para dar sentido al entramado ya explicado antes. La fiesta de la Pascua era la que era sin más, la del sacrificio del cordero y qué casualidad que la imagen de Jesús es la del cordero que quita los pecados del mundo... Un sacrificio humano, el de su muerte, ¿en el mismo tiempo que la Pascua judía? La hipótesis que planteo es que se hace de coincidir este período festivo para romper definitivamente con la tradición matriz, con el antiguo rito, marcando unas distancias insalvables entre ambas comunidades que llevaron al extremo. Enmarcar históricamente este añadido en Hechos* es difícil dado que fue un proceso prácticamente continuo. Además esta ruptura, en este devenir, no es solo con el judaísmo sino con el poder político-militar que representaba Roma ya que el contexto de la Pascua sirve de excusa para que, de una tacada, se rompan lazos con dos pasados, el judío y el pagano. Que el sacrificio humano o asesinato fue ordenado por el Sanedrín sería cierto puesto que, como observé antes, romper con los convencionalismos sociales de la época, con la hipocresía (sepulcro blanqueado es el hipócrita) de la norma rígida y la desatención a la gente vulnerable, hizo temblar al poder religioso imperante en manos del Sanedrín y eso tuvo consecuencias máxime con la casta saducea que nada tenían en común. Que el poder político-militar en manos de Roma se entrometiera, o asumiera los postulados de la parte que juzgaba y condenaba sin más, ya suena algo más extraño desde una perspectiva histórica porque es aquí donde ningún cronista da fe del asunto. Y repito que no es que no sucediera un asesinato traicionero, alevoso, pero probablemente no como nos lo han relatado desde la oficialidad del nuevo credo en una cruz. El oportunismo, a mi modesto entender, es bien evidente y sobre el que se debiera investigar más en lugar de dar por sentadas las verdades aunque no cuadren. A Roma había que castigarla por pagana en su pasado y, por tanto, redimirla de él poniendo en manos de Poncio Pilato, una figura real, la ejecución proveniente del Sanedrín que ni él mismo estaba convencido con lo que si hay que liberar a alguien es a un homicida llamado Barrabás. Pero, claro está, si nada es lo que parece entonces ¿qué hace Barrabás en esta escena? ¿Estaríamos ante una treta histórica posterior para contraponer dos figuras divergentes, como si de un plano secuencia de una película se tratara donde se realza una porque la otra resulta denigrante apareciendo simultáneamente dos personajes en un momento que no tendría que ser? Y no expongo que no existiese Barrabás, ni que no se conocieran, sino lo que cuestiono es si el escenario era el cierto habida cuenta de la ausencia de noticias, salvo la oficial del credo, respecto a la cuestión tan relevante. Yo diría que todo lo que rodea a la figura del Hijo de Dios o Hijo del Hombre es cuanto menos brumoso, extrañamente siendo luz del mundo y estoy totalmente seguro que no es por la voluntad del cielo en expresión taoísta sino por voluntad del humano, de sus intereses bastardos de dominio y expansión, de poder basado -con la lógica humana- en la manipulación de la verdad o, en su defecto, en la invención de una realidad que con los años se convierte en verdad irrefutable. Un poder terrenal emanado del divino era la combinación perfecta para dar forma a una nueva manera de entender el imperio primero, y luego entender a las iglesias imperiales que se sucedieron durante la Edad Media. El rey o emperador controlaba a la Iglesia y a toda su estructura llegándose a proponer, incluso, beatificaciones como moneda de cambio en el juego de poder terrenal-divino. Y en ese juego, por otro lado, un pobre o desarrapado no llegaba a la cúpula eclesiástica fuera Papa, Cardenal u Obispo. En la comunidad de creyentes, asimismo, había una disputa que enfrentaba de alguna forma a judíos residentes en Palestina con los llamados helenistas y sobre lo que se menciona en Hechos 6,1 siendo estos últimos, también, migrantes retornados que leían la Biblia en griego (traducción conocida como la Septuaginta). Disputa que podría tener relación con la organización del nuevo credo y a la que había que ir dando forma. Una de las cuestiones que, también, reseña Hechos* es la institución de los Siete. Pero ¿qué era esa institución? Acudiendo a la historia, y a sus procesos de cambio, en Roma existía de antiguo el colegio de pontífices o colegio pontificio que de últimas estaría compuesto, casualmente, por siete miembros de los cuales dos eran mujeres. Esa institución u órgano, digamos, de gobierno estaba compuesta por el pontifex maximus, tres flamines, dos vestales (mujeres escogidas con edades de 6 a 10 años y que hasta los 30 años debían llevar a cabo los ritos y obligaciones propias junto con la castidad. La cuestión es cuándo se introduce este relato para ubicarnos y nada nos impide pensar que nos llevaría, nuevamente, a Teodosio el constructor de la alternativa de poder religioso frente al político-militar. De esta forma se estaba construyendo un colegio pontificio alternativo al de Roma pero sin mujer alguna. Todos los nombres que aparecen en el relato de Hechos 6,5 son de hombres. Un paso más hacia la eliminación de la figura relevante de una mujer dentro del estatus del nuevo credo que vendría a consolidar,esto sí, los pasos iniciales de desplazar el legado entre iguales hacia posiciones patriarcales jerarquizadas. Para no perdernos, por si acaso, los nombres mencionados son los de Esteban1, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás que era prosélito de Antioquia en la actual Turquía.

Si bien he mencionado en este apartado, más detenidamente, a la comunidad -digamos- usurpadora y triunfante en el nuevo orden, sería totalmente injusto y contraproducente no mencionar quiénes eran la comunidad genuina, original, del legado de verdad, amor y de igualdad. Quiénes formaban parte del núcleo familiar de Jesús (o comunidad genuina) al que me refería más arriba los encontramos en el evangelio de Juan a cuya conclusión no es difícil llegar si atendemos a la lectura pausada de Hechos, en cuyo relato dichos nombres son silenciados sistemáticamente, olvidados para el resto de las acciones que estuviesen por llegar. Estos nombres eran los de Natanael, María (madre), María de Clopás o Cleofás (la tía), Cleofás o Clopás (tío), y finalmente María Magdalena y Marta (ambas hermanas) así como “el discípulo a quien él amaba”, cuyos vínculos afectivos debemos suponerlos aunque, a ciencia cierta, no sabemos el tipo o naturaleza de tales vínculos al igual que podríamos suponer, asimismo, que Natanael fuese el único hermano como tal dejando el plural de hermanos, como se relata en evangelios, para referirse a los parientes allegados que son los descritos además de éste último. Y se preguntarán, entonces, por qué no aparece un tal José (el padre terrenal, marido de María) en el círculo ni se sabe nada de él desde el censo de Quirino. Da que pensar pero, en realidad, es que tuvo que ser una figura inventada para que María no apareciese como viuda ante la comunidad. La realidad, a buen seguro, que fue muy distinta como he expresado. Inexistencia de José, aparente viudez de María y un hermano real del que nada se sabe en los escritos pero que no podía existir puesto que daría al traste con la sesuda teoría postrera del Unigénito.

El círculo de personas allegadas lo conformaba un número de ocho personas (constatadas) de las cuales cuatro eran mujeres constatadas, cuya figura -de mujer- es dilapidada, olvidada, silenciada de la historia fundacional del nuevo credo. La herencia del judaísmo, en el caso, es palpable dejando para la mujer un papel testimonial, asistencial, decorativo, sin apenas influencia siquiera en la sombra como solía ocurrir en la corte romana. Todas esas personas podían dar testimonio directo y, prácticamente, ninguna más del verdadero legado. La verdad os hará libres resuena como un ruido ensordecedor, una frase demoledora cuyo sentido y alcance quizá no conozcamos, al menos, de manos de exegetas y teólogos o de historiadores comprometidos dada la tergiversación de la misma y/ o su manipulación y amputación desde prácticamente los inicios en la andadura del nuevo credo. Hay dos personas muy allegadas de las que casi nada sabemos, y forman parte de ese núcleo, como Juan el Bautista, desaparecido del relato cortándole la cabeza, y otra es el discípulo a quien amaba también citado por Juan (evangelista) y tampoco sabemos grado de parentesco o lazo afectivo. Especular que fue Juan u otro no supone avance alguno en la cuestión central que, además, de la figura de Jesús es el mensaje y sobre el que creo debo pararme antes de proseguir, ya que sin ello no entenderíamos la naturaleza de lo que aconteció como suceso histórico que fue la ejecución de aquél. Pero antes de proseguir voy a dejar unas preguntas en el aire ¿pudo ser ese discípulo una mujer con, además, algún grado de parentesco?¿pudo ser esa mujer discípulo una hija suya? Manteniendo esta hipótesis puede que me excomulguen oficialmente (yo me excomulgué hace ya más de 40 años) aunque antes tendrían que hacerlo con quienes difunden el odio como verdad. Aun así no la descarto.

1Considerado el primer mártir o protomártir del nuevo credo con un tal Saulo como oficial romano testigo de la cuestión


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