MITOLOGIA CRISTIANA. EL CREDO TEODOSIANO (6)
- Comunidad iniciática, alianzas sociales, propaganda y agitación requerían, como he expresado, de una estructura jerarquizada y un cuerpo dogmático o doctrinal, la base ideológica, pero necesitaba un amplio apoyo social. Necesitaba a la masa informe creyente, al consumidor de fe que no se cuestionase apenas nada del mensaje que estaba recibiendo y, por tanto, fuese totalmente displicente con el mismo, con un mensaje que prometía el Reino de los Cielos pero que tampoco cuestionaba el sistema de casta social, clasista, sobre el que se apoyaba para tener influencia en las esferas de poder y qué decir, por ejemplo, del papel de la mujer que, por supuesto, no mejora en su rol social ya que -además- la influencia griega en la cultura romana es total y aquella se mostraba profundamente patriarcal, desigual con el papel de la mujer que debía estar sometida al hombre. Nada nuevo respecto a la comunidad judía que nace de doce tribus de hombres cuando Jacob había tenido también una hija de la que apenas se menciona un par de líneas y no se le reconoce descendencia tribal alguna. El mismo patriarcado de los Doce apóstoles que nace como institución de contrapoder a las doce tribus de Israel existiendo constancia de la existencia de varias mujeres en la órbita afectiva de Jesús. A día de hoy el vestigio de esa estructura perdura con la exclusión de las mujeres en el sacerdocio o en la curia cardenalicia, máximo órgano de poder en la esfera eclesiástica
Hemos completado, pues, el mosaico de operadores o actores principales del nuevo credo que irán sembrando el futuro cuya cosecha nos lleva, como ya he expuesto, a dos fechas claves. Las del Concilio de Nicea I (año 325) y el Concilio de Constantinopla (año 385) que abren una nueva era dentro del imperio romano y, por extensión, en el nuevo credo al convertirse en el epicentro de la vida del mundo conocido, convirtiéndose en el factor aglutinante del imperio decadente de Roma.
Comunidad de creyentes
Hay tres menciones en el relato de Hechos* para referirse a dos comunidades distintas aunque parezcan las mismas. De un lado la comunidad inicial, genuina, perteneciente al núcleo duro de Jesús o núcleo familiar a los que le llamaban nazoreos o nazareos que luego, al castellanizarlo, llamamos nazarenos y nada que ver con la pompa festiva de “semana santa”. El vocablo nazoreo, su raíz del hebreo NZR (nazir en fonética castellana), viene a significar hombre de cabello largo como símbolo de prestigio personal o autoridad moral. Ese era su sentido primigenio y no quien perteneciera a Nazaret que no existía en el mapa judío de la época. Dicha población es una invención del imaginario del nuevo credo durante el S. I y en plena efervescencia de crecimiento. Si algo no existía se inventaba, y esto lo entendió perfectamente Teodosio. Una prueba la tenemos en el citado Flavio Josefo con amplio conocimiento de geografía, ya que no en vano fue comandante de las fuerzas judías en Galilea cuando luchaba contra los romanos, y no menciona ni una sola vez el sitio de Nazaret en algunas de sus obras de las que me iré refiriendo en este capítulo llamado anexo. Situada, pues, la primera comunidad genuina nos quedaría acoplar los epítetos de egipcios y los del camino que pertenecerían al mismo grupo divergente, a la comunidad apostólica o usurpadora del legado. Ambos epítetos son mencionados en Hechos* aunque, sin embargo, habría que observar que la comunidad genuina, la del núcleo familiar de Jesús, es sepultada en el olvido. Todo lo que sucede a partir de ese momento deviene en referencias, se introduce al Espíritu Santo como elemento aglutinador de forma invisible y que, además, implica potenciar la (no novedosa) doctrina o dogma de la trinidad que, por cierto, no se define -qué casualidad- hasta los concilios de Nicea y Constatinopla con lo que bien podríamos pensar que tanta referencia al Espíritu podría estar escribiéndose en esta época e introducida, como si tal cosa, en los restos de manuscritos que pudieran conservarse.
Como dato curioso exponer que la influencia del oriente romano era tal que los primeros siete concilios ecuménicos se desarrollaron en la actual Turquía. Este fue el territorio clave para la expansión del nuevo credo. Así lo atestiguan los concilios de Nicea I, Constantinopla I, Éfeso, Calcedonia, Constantinopla II, Constantinopla III y Nicea II o, dicho de otro modo, en cuatro ciudades como Nicea (de Bitinia), Constantinopla (actual Estambul), Calcedonia (de Bitinia) y Éfeso (actual Efes) siendo, además, todas ellas ciudades con una gran influencia helenística y ésta última, en concreto, una de las más menciondas en Hechos*
Volviendo donde lo dejé, en cuanto a los epítetos restantes, los del camino y los egipcios -indistintamente aplicado al mismo grupo- al parecer la razón de ser u origen fue el vínculo con el pasado de los hebreos en tierras egipcias que iban retornando -como migrante de vuelta- a las tierras de origen fueran las de Judea o las israelitas del norte, a diferencia de los residentes de Judea que antes no salieron permaneciendo allí, en algunas de las regiones aledañas como la propia Judea, Samaria, Galilea etc. Un mismo pueblo, el hebreo, con circunstancias diferentes en el pasado tenía vínculos comunes a través de la lengua (hebreo), de la religión (mosaica monoteísta) pero no en todos los casos en su proceso histórico ya que, obviamente, no todo el mundo emigra de un lado a otro. Sus antepasados fueron a Egipto, sus descendientes fueron retornando y éstos eran los que iban conformando, con posterioridad, la comunidad de nuevos creyentes en su ruptura, también, con el pasado. Pero, curiosamente, el relato oficial del censo de Quirino o Cirino al que se vincula la sagrada familia de José-María y Jesús no sería otra cosa que una metáfora histórica para indicarnos lo que realmente estaba sucediendo. El retorno de migrantes desde Egipto a las tierras de origen, al parecer, sería una realidad permanente a la que se le pone una pátina sagrada probablemente introducida por el equipo de escribas de Teodosio. El cristiano primitivo no era llamado así, autoproclamado o mencionado externamente de esa forma por algunos de los historiadores mencionados, concretamente por Flavio Josefo. Cuando él describe una situación de unos amigos por los que debía interceder ante Nerón -Popea mediante- no habla en absoluto con el término cristiano y hablamos ya de los años 60 en adelante, porque a quienes se refería con la intercesión debían ser Pablo de Tarso (Saulo) y muy seguramente Lucas. Si el término cristiano aparece prontamente en Hechos* entonces debemos pararnos a pensar quién o quiénes lo introdujeron con posterioridad.
(Continuará...)
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