EL CULTO QUE NO ERA, EL DESTIERRO QUE NO FUE

 




Introducción: En línea con lo que vengo publicando últimamente te recomiendo, si te desubicas, que vayas leyéndote todas las entradas publicadas en el mes de agosto de 2025 que es cuando he retomado la actividad creativa de este blog. En esta entrega, como expreso en el título, los hebreos mantuvieron un culto a un dios que no era pero tampoco sufrieron el destierro que se dice hacia Babilonia ya que solamente las élites fueron las desterradas que son, justamente, las que construyen el relato oficial de lo que llaman religión judía y que, como he explicado antes, el término no se sostiene bajo ningún concepto. Aquí el pueblo hebreo sale de Egipto expulsado con una interpretación que se acerca mucho a la deslealtad al faraón y al culto a Amón, origen del conflicto descartando, obviamente, cualquier épica respecto a ese éxodo que no fue solo de hebreos sino, tambén, de hititas sus protectores. Y encadeno, en su periplo o historia, conectando luego el destierro a Babilonia de esa élite que es la que posteriormente trae de esa cultura tanto la distribución y nomenclatura de meses del año como relatos bíblicos como los de la creación, Noé y el diluvio etc. Así que espero disfrutes de esta entrega desmitificadora del culto a un dios que no era, de un destierro que no fue, de una religión construida por las élites, un denominador común en otras religiones como, por ejemplo, el credo teodosiano o lo que conocemos por cristianismo.

El pueblo hebreo, junto con los hititas habitantes de Egipto, tuvieron que salir expulsados -como ya describí antes- y muy probablemente como parte del tratado de paz a raíz del enfrentamiento en Qadesh, territorio de lo que hoy es Siria y que no estaba bajo dominio egipcio pero sí hitita aunque, al parecer, amenazado por el asirio. La salida se produce, por tanto, hacia tierras libres del dominio egipcio, en concreto hacia Canaán, hacia los territorios de Palestina y Siria. Retornando de donde partieron para luego tener que partir nuevamente -según su relato- hacia Babilonia por el destierro provocado por la dinastía caldea de Nabucodonosor que toma el relevo del dominio anterior de los asirios. No obstante, al parecer, habría que considerar que la deportación no fue masiva entre la población tanto de israelitas como de judíos sino de sus clases dirigentes que eran quienes podían, por su posición de clase, recomponer el poder o sus esferas de influencia. Así que la deportación fue de una parte de la población pero no del conjunto y ni siquiera de la mayoría social con lo que ya nos podemos imaginar, y con razón, de quién es el relato del destierro. ¡Justo!, de la clase dominante, de las élites. Pero éstas no construían un relato porque sí, sin intención alguna, si no que -al contrario- tenía una lectura claramente política de dominio y control de las masas a través de procesos religiosos. Se construye una religión en base a relatos, la mayor parte fantásticos, pero no para que la espiritualidad sea enaltecida, guiada hacia la libertad y la plenitud del ser humano sino hacia el control de la mayoría social que es lo que hace que la élite permanezca en pie y se perpetúe en su estatus desde la ideología dominante. Esto ocurrió con los hebreos y esto ocurre, después, con los llamados cristianos por centrarnos en lo que conocemos como Antiguo Testamento y Nuevo Testamento. En realidad todo este apartado, si nos damos cuenta, tiene que ver con el poder desde el control de la verdad. Teodosio es el punto de partida hacia atrás que nos ha llevado hasta Sethis I, quizá el muñidor y artífice del cambio de paradigma religioso en los hebreos modificando la deidad principal, Amón, por otra denominada Yahveh que se asocia a Seth- Enlil. Cuando nos sentamos ante un documento, cualquiera que sea su adscripción, debemos observarlo con la mayor rigurosidad posible, sin sesgos. La Biblia es un enorme documento, es un libro de libros, algo así como un archivador donde hemos ido colocando setenta y dos escritos formando parte de la historia de la humanidad pero incompleta, vista esa historia desde una posición social concreta. Y esto es determinante, tanto que pasarlo por alto es amputar la verdad que contiene ya que ésta no es tanto, quizá, lo que expresa sino lo que oculta. Y lo que dice y oculta lo podemos medir a partes iguales sabiendo, desde el ojo crítico, que los intereses ajenos a la espiritualidad son los que se impusieron en cada relato. Un emperador que modifica fechas, que altera un relato sustancialmente; un faraón que altera totalmente un culto y cambia una deidad por otra y un líder asiente por la seguridad del pueblo; relatos que se importan de la cultura mesopotámica como el del Génesis, cánticos que coinciden con alguna inscripción en tumbas egipcias, profecías que no se cumplen porque la profecía forma parte de la construcción del relato de poder para fortalecer la figura de un determinado dirigente. Y así podíamos estar deconstruyendo mitos, leyendas y tabúes que siguen girando alrededor de la Biblia. Porque no se trata de atentar contra una fe sino de darle un sentido, fortalecerla desde la verdad. Por eso la mirada crítica es necesaria y la objetividad más que nunca. Deconstruir desde el pensamiento crítico probablemente sea el mayor favor que le podamos hacer a cualquier proceso religioso o de fe, aunque mejor llamarle manifestación de la espiritualidad. Si el motivo real, auténtico, veraz, hubiese sido la espiritualidad de un pueblo jamás se construirían relatos desde la falsedad en cuya categoría incluyo la manipulación, ni hubiera existido una religión oficial de un imperio simplemente porque la espiritualidad trasciende al hecho meramente de religión, porque no necesita de nadie que te distraiga de tu camino. Cuando la religión se convierte en factor clave de poder (ideológico) -que es control de la mayoría por una minoría- está privando a las personas de su verdadera naturaleza esencial que conecta con lo divino. Esto es lo que lleva ocurriendo desde que tenemos datos del fenómeno religioso en cualquier civilización. Su punto en común, el control y sometimiento de las masas. Cuando la palabra temor se convierte en recurrente en unos escritos supuestamente religiosos estamos, entonces, ante la generación y mantenimiento del miedo a algo superior invisible, vengativo, inmisericorde. Y el miedo es una potente arma de destrucción masiva de la buena fe de la gente, de la libertad, de la capacidad de generar cosas buenas y bellas, siendo capaces de amputar lo más noble que podamos tener como la dignidad, la libertad, el amor. Y los miedos se infundían, en la antigüedad, mediante relatos fantásticos disfrazados de cualquier forma o recursos literarios poco comprensibles para la mayoría iletrada. Relatos mistéricos, mágicos, de milagros, pueden generar un imaginario colectivo perdurable por siglos de que, por ejemplo, el milagro existe. El milagro ajeno, ese que alguien superior a uno hace con chasquear un dedo pero esa potestad podría decirse que no es humana. Por tanto, y de igual manera, podríamos pensar que el milagro es necesario para fortalecer la figura de un líder a sabiendas que no existe. David contra Goliat, un ser pequeñito contra un nefilim o gigante que lo abate de una pedrada. En realidad el gigante no existía, y si fuera así no hubiera dado muchas opciones al renacuajo David. La cuestión es si Yahveh está de mi parte o no, y al estarlo estoy transfiriendo ese poder divino a un humano concreto para que se le honre y venere. O sea delegar mi naturaleza en ese personaje. Y es que, como se puede comprobar, nuestra relación en el mundo externo es de delegación o subordinación, no de autonomía y libertad. El depositario de una verdad divina no puede ser un simple plebeyo, tiene que ser alguien investido de autoridad emanada de la divinidad y eso, claro está, es mediante la figura del sacerdocio. Si no estudias Teología, aunque escudriñes las escrituras por años, no podrás interpretarlas correctamente porque eso de la exégesis está para gente privilegiada que puede acceder a otros documentos más antiguos sin que, por ello, reparen en si son o no falsos o, en realidad, son verdaderos pero siendo el origen de un entramado de la farsa que vivimos.

Cuando Moisés establece una alianza con un dios es con Amón y no con Yahveh. Lo contrario es alterar la historia. Cuando un personaje, quien quiera que sea, no existe en una época pero aparece es alterar la historia. Pero en este relato actualizado -que intento mantener con honestidad en este apartado- la alianza de los hebreos con los hititas, de vasallos con sus protectores, fue considerada una traición por Ramsés II, una deslealtad, al entender que la alianza con los hititas en base al culto se tenía que haber producido con el pueblo egipcio en su persona, adorador de Amón en lugar de un pacto con los hititas por Yahveh-Seth-Enlil . Y probablemente éste sea el eje central de la expulsión de los hebreos de Egipto, algo que -obviamente- nadie en el relato oficial nos va a explicar. Como, igualmente, tampoco nos explicarán que el hebreo no tenía patria, raíces, porque su naturaleza originaria era errante, nómada, tanto como lo era el árabe, el ismaelita, también semita. Y que esa falta de raíces, con el tiempo, iba generando la necesidad de construir una identidad de nación para lo cual debían tener referentes morales claros pero, muy importante, una tierra de pertenencia. Los hebreos, divididos en tribus, van tomando conciencia a partir del relato de Jacob -llamado Israel- que se asientan y van colonizando progresivamente las tierras de Judá, un reino donde la población mayoritaria -judía- era aramea y no hebrea. Como ya expliqué más arriba el hebreo no era judío ni el judío necesariamente hebreo. Había hebreos que vivían al norte de Judá o Judea como población minoritaria pero que, con toda seguridad, al retorno de la expulsión por Ramsés II se van asentando no solamente en las tierras de Canáan más al norte sino, obviamente, en el reino de Judea siendo, primeramente, los residentes israelitas no migrantes quienes impulsaran dicho sentimiento dominado por el hecho religioso. Pero para la construcción de la identidad nacional, como acabo de explicar, necesitaban un claro referente -digamos- espiritual. Si no lo había pues se inventaba, como todo lo visto hasta ahora. David significa amado. De Psusenes I, el faraón, se escoge un epíteto “la estrella que amanece en la ciudad, el amado de Amón”. La estrella de David, probablemente, no sea otra que la transcripción del faraón si bien es cierto que en algún jeroglífico debe constar el hexagrama geométrico de seis puntas. Transcripción como la estrella del amado o la estrella de David que podría encontrarse en la propia tumba de dicho faraón cuyo arquitecto bien podría ser conocido por algunos de los líderes de la comunidad hebrea con vínculos en Egipto. Por tanto hablamos, desde ya, de un personaje ficticio como “pegamento” o referente de un pueblo pero, claro está, eso nos lleva a otro igual de importante -también ficticio- llamado Salomón. Pero, ojo al dato, porque solamente serían irreales estos dos pero no las descendencias al completo. David y Salomón son fabricados por y para una identidad nacional a quienes se les adjudica una descendencia que bien podría ser real aunque no sean ellos, precisamente, los progenitores al respecto.

A día de hoy, por tanto, al hablar de David -desde la perspectiva cristiana- es hablar de realeza, de linaje humano que da cobijo al divino inserto en la tribu de Judá pero no sé si han reparado en un detalle nada baladí, ya que si mi hipótesis es que David es un personaje creado para una identidad nacional, la judía, entonces a ver qué hacemos con la profecía del vástago de la casa de David. Y entonces, ciertamente, nos adentramos en una especie de laberinto que pone patas arriba, aún más, una historia de caminos divergentes, el del cristianismo y el judaísmo si me lo permiten nombrarlos así, que convergen – a su vez- en una misma solución basada en una farsa, en una falacia. Si el judaísmo construye el relato en torno a David y Salomón para una identidad nacional que no tenía, el cristianismo hace lo suyo propio para que de esa misma estirpe pudiera nacer nada menos que el hijo de Dios. Algo extraño, además, que la Fuente de la Creación necesite de un útero terrenal para una existencia divina motivo de discordia a lo largo de la historia del nuevo credo-religión, con lo que algunas mentes brillantes, algunos cientos de años después, le dan cuerpo a una solución que pasaba por la generación de otra figura, la del Espíritu Santo que se incrusta en el relato oficial de Hechos como ya expuse más arriba. Una figura que, por otro lado, genera confusión, polémica y enfrentamiento en el seno del nuevo credo teodosiano1 que se categoriza como dogma de fe y punto final. Ya no hay más. La Trinidad, cuyo concepto no es nuevo ni mucho menos, hace posible que el nuevo credo se aleje de la simplicidad divina para adentrarse en la complejidad humana. Salirse uno de ese canon ya era herético y su consecuencia podría ser la muerte a través de procesos inquisitoriales cada vez más enardecidos por una secta que ya gozaba de dos cosas en la fase final del imperio romano: la inmunidad y la impunidad. El imperio me dotaba, a mí creyente y en la élite, de dos herramientas poderosas para actuar como quisiese contra el enemigo hereje porque nada me iba a suceder. La protección divina emanaba del emperador, la humana también pero nadie explicaría que la trinidad es un concepto anclado en otras culturas bajo el epíteto de triada o grupo de tres dioses o figuras míticas. Quiero recalcar bien que el nuevo credo teodosiano carece de originalidad. Solo hay que volver la mirada, por ejemplo, a las festividades o ritos procedentes del culto mosaico2, romano, griego, mitraico, egipcio...Navidad-solsticio de invierno= sol invictus, saturnalia o fiesta de fin de cosecha donde los esclavos compartían con sus señores y algunos pasaban a ser libertos. Pentecostés =fiesta judía de las semanas. Parroquias, diócesis = división administrativa en el imperio. Mitra, gorro episcopal = gorro del rito mitraico que rinde culto al sol, procedente de la antigua Persia.

Habiendo efectuado un recorrido hasta aquí de las similitudes por cooptación de ritos por parte del nuevo credo-religión, quizá tengamos que pararnos un poco más en la figura de David, del amado, ya que a ella se le asigna la creación de las órdenes sacerdotales, ese halo sagrado que hacía al ungido David aún más fuerte si cabe. Un rey, digamos, sagrado es la figura de un teócrata como centro de la voluntad divina en la tierra y a quien ni siquiera se le podía toser. Si David era un personaje creado ad hoc por los israelitas, retornados o no, por la razón explicada el credo teodosiano ya tenía una gran baza, un trabajo hecho para amplificar la importancia del linaje dándole lustre con la figura de otro ungido que, mira por dónde, pertenecía a dicha casa aunque, en realidad, no sabremos bien de qué orden sacerdotal ya que cualquiera de ellas muy probablemente no fuera creada por David sino, más bien, por Moisés importando -quizá- algún tipo de ritual egipcio o de estructura de casta sacerdotal egipcia que, posteriormente, acopló a su retorno. A ver si simplifico porque es fácil perderse. Si David no existe más que en la mente de un grupo de élite social israelita al igual que Salomón, todo lo que gira a su alrededor es la construcción de un relato que fortaleciera una determinada cosmovisión, una forma de estar y sentir como grupo que no tenía identidad nacional. Construir el relato de unos mandamientos escritos por el mismo Dios en piedra a los que había que custodiar, para lo cual generamos el mito y la leyenda. El arca, las luchas por ella y su devolución por unos filisteos que estaban asentados en las tierras de Palestina- Canáan antes que llegara Abraham- provenientes igualmente de esa corriente migratoria de la edad del Bronce desde las montañas del área de Afganistán- Irán- Irak hacia lo que conocemos como Próximo Oriente en cuyas tierras, entonces, se asentaron. La construcción de un relato desde un pensamiento dominante que, en el caso, nos sitúa a Yahveh como el centro absoluto de la vida de los israelitas. Olvidar que el pueblo hebreo estuvo impregnado totalmente del ser egipcio es mutilar el proceso histórico porque fue egipcio mientras vivió en las tierras de KMT (kemet) que es como se le conocía a Egipto, o como se le denominaba. Ese pueblo, ciertamente, tuvo que vivir principalmente de la agricultura, siguiendo sus costumbres sociales pero adoraban, como ya expliqué, a Amón. Y si labraban la tierra no sería, precisamente, bajo un régimen de esclavitud. Su entrada fue libre, su estancia bajo la mirada del poder del faraón, su salida forzada por el pacto de culto con los hititas en lugar con el egipcio. Construir, asimismo, un relato de victimización -que no es nada nuevo- le da a quien lo hace un plus de valentía, de espíritu ardiente cuando ha sido capaz de vencer a un gigante -Goliat- o con la intervención directa de Yahveh para destruir al enemigo. El pueblo escogido por Dios tenía que salir triunfante, sí o sí, bajo cualquier circunstancia o ante cualquier amenaza. Identidad nacional, símbolos y personajes creados ad hoc para fortalecer ese sentimiento. La religión, el rito-culto mosaico era el centro en la toma de decisiones y, por tanto, la creación de un amplio espectro de normas era necesaria para dar esa cohesión a un pueblo tribal con pasado pero sin un presente concreto y menos un futuro. David, Salomón, las tablas en el arca, las órdenes sacerdotales, la estrella de David, la destrucción del templo de Jerusalén..., son muestras de la creación de mitos y leyendas para la construcción identitaria. De todo esto último, salvo la destrucción del templo, he escrito algo. Pues bien, la destrucción -con toda seguridad- no sería más que otro relato farsario para dar alas a esa identidad que necesitaba el pueblo porque si, hemos observado, el templo es el alma mater sobre lo que pivota el culto mosaico, el centro de la vida, la gran obra donde podemos encontrarnos con YHWH de una forma especial, aunque no todo el mundo accedía a la sala. Encontrarnos con un dios erróneo porque era la representación de Seth- Enlil no Amón o el Amón-Ra unificado por Tutankamón en Egipto y asumido por Moisés aunque destronado según he explicado ya.

El centro de poder era el templo. Poder en la tierra bajo la atenta mirada del tetragramatón sin cuyo auxilio constante, máxime en procesos bélicos, no era posible nada. El templo era la guía física del hecho religioso y su pérdida por destrucción del enemigo daba alas a ese sentimiento identitario. La gente lloraría la pérdida, se conmovería por ella pero lucharía para levantar otro templo. Se crea otra leyenda que genere una necesidad, un sentimiento aún en ciernes o en fase de construcción. Y voy a explicarme un poco mejor. Si el primer templo hubiera existido habríamos tenido, seguramente, algún tipo de dato, arqueológico o no. No existió, al igual que tampoco Nazaret. Sí existe el templo, en su fase posterior, que es el que realmente es destruido por el ejército romano a tenor de lo escrito por Flavio Josefo en las luchas de judíos contra romanos ya que ese nacionalismo para entonces había prendido bien pero, nuevamente, condenado al éxodo. En este caso sí que ya le llamamos judíos (el propio Josefo lo era por pertenencia geográfica) que en su guerra nacionalista contra los romanos son vencidos y expulsados a otras tierras del imperio, concretamente al área de la Galia a la que, en concreto, pertenecía Hiberia (en latín) o Península Ibérica compuesta por Hispania y Lusitania. Por tanto en esa diáspora, exilio o éxodo, hubo judíos en su extensión de habitantes de Judea que podían ser arameos o hebreos pero no israelitas que se distinguían por pertenecer, fundamentalmente, a la secta de los saduceos o a la élite religiosa del momento. Se mantuvieron vasallos de Roma para conservar su estatus de élite que tenía el control ideológico de la población y, por tanto, sabedores del vacío que quedaba fueron quienes ocuparon las tierras del reino de Judá para que, a partir de entonces, ya no hubiese una diferencia entre judíos e israelitas. Directamente pasaron a ser judíos por religión, israelitas por nomenclatura tribal, aunque en la religión eran no creyentes de la resurrección, ultraconservadores en las costumbres y creencias, pragmáticos materialistas que no medían el medio para conseguir un fin. Era la casta periférica que necesitaba el poder central para el control de la población residente no romana, cuyo poder se lo había disputado a la secta de los fariseos y que, en ambos casos, Flavio Josefo les llama el partido dado que en sus cuitas existían claros elementos de influir políticamente para conservar el control ideológico a través del hecho religioso. El poder siempre entendió que solo se podía conservar y ampliar desde el control de las masas en una interacción de doble sentido, hacia lo político y viceversa, considerando que el relato dominante, desde lo religioso, allanaba el terreno a la élite por la alienación intelectual basada en prácticas sociales amparadas en una determinada moral que restringía cualquier posibilidad de crecimiento personal-espiritual. Quizá, pues, tengamos que hacer buena y vigente la frase de Karl Marx “La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, así como es el espíritu de una situación carente de espíritu. Es el opio del pueblo”.

Pero aún no hemos finalizado con la figura de David quien en su construcción, contiene todos los ingredientes: grandeza por realeza, valentía, conexión directa con la divinidad (YHWH) lo que lo convierte en un gobernante sagrado, ungido o lo que es igual en un Masiah o Mesías precursor, además, de la grandeza de la nación que se estaba construyendo en torno a otro símbolo todopoderoso como el templo de Jerusalén. Él era el custodio de los mandamientos dispuesto a todo para preservarlos e invencible por el apoyo de Yahveh, a quien se le debía temer por su poder y reacción vengativa si alguien osara disputar la hegemonía del israelita de turno, en este caso de David. Pero la cosa no debe quedarse aquí, tratándose de David, ya que en la Biblia observamos cómo en el libro de los Salmos se le atribuye una buena parte de los mismos lo que, de otra parte, debemos descartar al ser un personaje creado. Pero vayamos por partes. El salmo es una loa o alabanza que se ha descubierto, con el tiempo, que una gran parte de su origen -al menos lo correspondiente a Moisés y David- podría ser una inspiración egipcia. O dicho de otro modo una obra literaria egipcia de loas a la vida y/ o a seres amados con lo que, desde la reflexión, me lleva a la hipótesis -que para esto estamos en este punto- que aquellos salmos cuyo protagonista absoluto o añadido es Yahveh debemos atribuirlos a esa comunidad israelita celosa de esa identidad de la que aún carecía. Por tanto de un lado tenemos salmos de loas a la vida en general, incluyendo a seres amados, las estrellas, el cielo con sus cuerpos celestes etc., y de otro también a otras deidades a los que se les ha intercalado o interpolado expresiones que giran alrededor de Yahveh para darle ese lustre que en su origen no es tal. Si soy un escribano avezado, y sigo las instrucciones pertinentes, desde cualquier pergamino hago una traslación generando una copia donde incluyo un autor (David, Moisés...), intercalo el nombre de Yahveh- Dios que acompañe a frases que refuercen la idea religiosa y, desde ese punto de partida, puedo fabricar posteriormente mis propios salmos siguiendo más o menos la misma estructura en los que la figura central va a ser Yahveh que, curiosamente, va apareciendo con el acompañado de Dios con lo que, en realidad, se está yuxtaponiendo a dos deidades diferentes. Yahveh es Seth egipcio mientras Dios o Yahveh Sebaot es Amón. Y esto nos lo vamos a encontrar a lo largo de todo el AT, concretamente en los Salmos, donde ambos epítetos parecerían dirigidos a una misma deidad pero en este afán de construir relatos se olvidan que son diferentes y que, al parecer, la poderosa razón que movió a Ramses II expulsar a los hebreos fue su pacto de culto con los hititas en lugar de con los egipcios.

1Así es como creo que habría que rebautizar al cristianismo, como la gran obra de Teodosio. O sea el credo teodosiano para distinguirlo de su origen, del mensaje genuino

2Quizá sea más lógico agrupar en este término a lo que conocemos como judaísmo para evitar las confusiones ya explicadas


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