EL SEXO Y EL AMOR EN EL CRISTIANISMO


 


El título de esta entrada, ciertamente, da para mucho más que unas modestas líneas en el blog y sí para un estudio bastante extenso porque estamos hablando, nada más y nada menos, de la influencia del cristianismo en el placer sexual personal, en el modelo de familia y de relaciones. Así, a secas pero -para ello- deberíamos retrotraernos a los orígenes, acudir a la fuente de información que tenemos e indagar en el contenido del mensaje esencial que se contiene en los evangelios pero intentando separar el trigo de la paja, considerando como tal las interpolaciones o añadidos posteriores que pueden entrar en colisión con el mensaje.

Inicialmente en los evangelios lo más determinante acerca de las derivaciones que podemos encontrar es un pasaje sobre el amor que, a posteriori, se ha desconectado en su relación con el sexo y del amor solo debemos hablar, en este contexto, en su relación espiritual entre personas. Amor sí, pero fraternal no vaya a ser que al abrir la mano de la interpretación hubiera que reconocer que la gente debía amarse ya fuera entre hombre y mujer o entre hombres, o entre mujeres o, aún mejor, que ya se amaban así. El pasaje más determinante del amor lo encontramos en Juan 13, 34-35 "Os doy un mandamiento único que os améis como yo os he amado" aunque, literalmente, se expresa los unos con los otros que yo he adaptado porque el lenguaje es importante y debe ser incluyente, no masculinizado estando plenamente seguro que en su origen se omitió el sesgo masculino a menos que el auditorio fuese estrictamente masculino, algo improbable habida cuenta que las mujeres estuvieron muy presente en el proceso. Al suprimir los unos con los otros le doy una dimensión amplia, el amor entre la gente. Y el pasaje finaliza En eso conocerán que sois mis discípulos: si os tenéis amor.

Así, pues, esta nueva era que se estaba abriendo en la humanidad se fundamentaba en el amor a secas. Amor incondicional, sin dobleces, sin miedo al mismo amor y sin ataduras porque el amor no tiene puertas ni cerrojos. El amor sin interpretaciones torticeras, bastardas, interesadas y en el amor va implícito en sus expresiones cualquier manifestación. externa. En el amor expresado sin dobleces van implícitas las manifestaciones que lo ensalcen como besos, abrazos, acción solidaria, pero también revolcones sexuales, encuentros para el disfrute de una energía vivificante, erotismo y sensualidad. De esto último, en el devenir de la historia, el nuevo credo iba tomando cuerpo de institución dominante en cualquier ámbito de la vida. El matrimonio, al parecer, no fue un sacramento -o sea una obligación- hasta el S. XI lo que a partir de entonces suponía una carga para el cristiano. Si no te casabas y te amancebabas estabas en pecado mortal, fuera de la Iglesia, con lo que ello podría suponer, ya de entrada, en la Edad Media Inquisición mediante. Eso sí, el señor feudal tenía derecho de pernada sobre la esposa del vasallo antes que él pudiera estar en la cama con su amada. La religión avanzaba en el control de las vidas y, con ello, de las conciencias y los cuerpos aunque, eso sí, con un sesgo totalmente patriarcal. Pero este detalle, no menor de por sí, no está aislado de quienes previamente sentaron cátedra sobre el sexo, el amor, el matrimonio, el pecado, la procreación etc., tales como Agustin de Hipona o Tomás de Aquino si bien el primero está encuadrado en un contexto histórico muy relevante ya que nace en el año 354, o sea en los inicios del cristianismo como religión imperial, en la construcción del nuevo credo bajo la supervisión de Teodosio, proveniente de una familia pagana abrazando él mismo el maniqueísmo que, finalmente, abandona para abrazar la fe imperial romana, el cristianismo, y llegando a proclamar que el sexo era pecaminoso. Lo decía alguien que mantuvo una relación estable con una mujer durante 14 años y le nació un hijo. 

Estos pensadores, considerados Patriarcas de la Iglesia, iban sentando las bases ideológicas de ese cuerpo llamado Iglesia y que en materia de sexo, además, solo podría mantenerse dentro del matrimonio y con fines procreadores. Esta aberración, a día de hoy, aún se mantiene en un montón de sectas dentro de la Iglesia como, por ejemplo, el Opus Dei por decir solo una. Cualquier relación sexual de una persona que se dice cristiana simplemente para pasárselo bien en la cama con otra persona (tiene que ser del sexo opuesto además...) puede ser considerada violar un mandato, una norma, una moral claro está. Una moral restrictiva que fue avanzando con el paso de los siglos hasta despojar al sexo del sentido que tiene de disfrute, de placer, de bienestar espiritual, para hincar su raíz en el pecado original y señalar a la mujer como culpable de esa lacra de la humanidad al haber engañado a Adán con una manzana. Joder, yo que soy heterosexual y me gustan las manzanas me dejaban a dos velas. Sarcasmo aparte, la historia del cristianismo al respecto es la de la represión, la de la asexualización de la vida, es la historia de la misoginia, del patriarcado más diabólico. Es la historia, también, de la hipocresía y la doble moral cuando aparecía en la parroquia una hermana o una sobrina pero era tu amante, la de los abusos sexuales a menores o a mujeres con hábitos... La doble moral del señor casado que se podía permitir amante, sostenida o mantenida que se decía, pero la señora tenía que estar atada a la pata de la cama porque, de lo contrario, sería una adúltera pecaminosa, una furcia con anillo de boda, o de quien iba de putas porque a la santa mujer, unida eternamente en matrimonio, le daba asco su propio marido. Follaron 5 veces y 5 vástagos, y hasta ahí toda la experiencia sexual en vida matrimonial y la extensión de una sociedad llena de seres infelices, incompletos, porque la sexualidad libre ha sido anulada o perseguida tanto dentro como fuera del matrimonio. Una doble moral, unida históricamente a regímenes monárquicos o con sesgos autoritarios como el franquismo, donde la Iglesia ha bendecido el robo de bebés de familias pobres, en su caso de madres solteras, para dárselos a los impotentes ricos o, también, el nacimiento de muchos hijos bastardos fuera del matrimonio. La nueva fe iba avanzando en restricciones que distrajeran como, por ejemplo, imponer el celibato y el resultado histórico ya lo hemos ido viendo pero, también, en la prohibición y persecución de prácticas radicalmente prohibidas como las relaciones entre personas del mismo sexo. Hasta hoy.

En realidad la Iglesia no fue nunca un motor de progreso sino de freno, un componente reaccionario en términos políticos, donde ha primado el poder ejercido sobre el control de las vidas de las personas y, en concreto, sobre sus cuerpos. Nunca fue, tampoco, un motor de igualdad entre los sexos ya que la mujer fue eliminada, incluso, como figura relevante en la vida de la comunidad inicial. Si hay una institución misógina y patriarcal, rancia hasta el tuétano, esa es la Iglesia católica aunque no debemos olvidar algo simple, y es que la religión no sirve a un interés alguno de igualdad entre sexos. Mantener la segregación de sexos, por ejemplo, es muy propio de determinadas entidades religiosas cuyos valores no son otros que perpetuar el estatus quo, el patriarcado y, por tanto, extender la dominación del hombre sobre la mujer, la confección de un modelo de familia arcaico o cavernícola pero, en lo que concierne aquí, poner un manto de silencio generando -con ello- el tabú sobre el sexo y sus prácticas amatorias. Solo debemos mirarnos hacia nosotros mismos y cómo lo consideramos. Como un totem escondido en el rincón de un templo, del que no se habla y cuando se hace es con la boca pequeña y mirando de reojo. Por esta razón histórica de culpabilidades, de asexualización de la vida, hemos generado una sociedad enferma y enfermiza que, a día de hoy, aún no se atreve a romper el molde con una educación sexual integral en las escuelas. Y no decirme que en la familia se habla mucho de sexo porque es mentira. Esa moral judeocristiana te impide hablar con tus hijos e hijas de sexo, de lo bien que te lo pasas con tu pareja o tus parejas si tienes una relación abierta, que ya pienso que no. Hablar enseñando y no con un lenguaje ñoño. La historia del cristianismo, respecto al sexo y al amor, nos ha ido legando el silencio como expresión del tabú, el sentido de la incorrección cuando ni siquiera somos capaces de bromear o de usar un lenguaje más de la calle y menos académico. Por eso inventamos la expresión hacer el amor que es correcta si realmente el sexo fuera con amor, pero entonces en vez de hacer el amor pues digamos follar con amor porque sin amor no hay disfrute pleno. Y digo bien, si empleamos nuestro tiempo en relaciones que no nos aportan amor ni le aportamos amor el polvo puede ser bueno una o dos veces, luego ya menos porque no hay pasión, intensidad emocional, conexión entre dos energías o almas, solo monotonía y más de lo mismo. El cristianismo nos ha hecho que heredemos un patrón cultural muy concreto de dependencia emocional, de sentirnos esclavos de nuestra propia sombra de duda, de sentirnos miserables por masturbarnos aunque tengamos pareja. Como si la práctica masturbatoria no fuera un acto de amor hacia ti y de conexión con otras almas con las que te gustaría revolcarte presencialmente vía fantasías sexuales. Un patrón que ha dañado nuestra conducta, nuestra forma de ver la vida integralmente a través del sexo y el amor, porque sin estos elementos no hay mucha vida, nuestra relación con nuestro entorno y nuestra relación con nuestro ser interno, algo muy importante pero enterrado en la historia. Un patrón que influye en el lenguaje académico como, por ejemplo, hablamos de salud sexual siempre o casi y le añadimos y reproductiva. ¡Qué coño hacen los dos vocablos juntos! Salud sexual plena puede tener alguien que no pueda engendrar hijos o no quiera engendrar hijos. No me dirán que la influencia de sexo y reproducción no se deja notar. Es hora de ir rompiendo con este lazo para que al hablar de salud sexual pongamos el foco en las respuestas sexuales, en las prácticas amatorias, en los modelos de relaciones más allá de la monogamia, en el descubrimiento de nuestra sexualidad individual como un tesoro, más allá de lo biológico. Que se cruzan en el discurso los caminos de ambas es cierto por la interrelación. Un ejemplo palmario es cuando asoma la menopausia en la mujer pero, también, la andropausia en el hombre. Al estar culturalmente vinculada sexualidad con reproducción dejamos de sentirnos útiles, nos vemos aparcados en un rincón con esa ignorancia que hemos mamado durante siglos y siglos. Esto es un hecho, no una opinión. Mujeres y hombres, a partir de una edad, contraen un sentimiento de inutilidad vital pensando que lo de follar con plenitud quedó para la juventud. ¡Craso error, mujeres y hombres de poca fe! Una sexualidad sana y bien llevada puede aportarnos una vida longeva además. Pero de esto igual hablo en otro momento. Más sexo y menos reproducción para darle mano de obra al capitalismo que es, en realidad, a quien ha servido la Iglesia en los últimos doscientos años. Antes al poder feudal, a reyes y emperadores. Porque el control de la sexualidad es ejercer un poder enorme sobre la gente a través de la formación de una determinada moral, de una determinada conciencia, que te impide actuar con libertad. Cuando hablo de Iglesia me refiero a las estructuras jerárquicas ya que por la base gente cristiana de bien hizo lo que pudo o le dejaron para ir viviendo su sexualidad con más plenitud, dentro o fuera de una pareja consagrada.

Y expongo sobre el cristianismo porque es el pensamiento dominante en occidente pero su legado podría compararse con el de otras creencias que, igualmente, generan su propio patrón cultural y qué casualidad que, generalmente, son de corte patriarcal y misógino. Luchar contra estructuras mentales interiorizadas es hacerlo contra una herencia de la que debemos desconectar si aún no lo hemos hecho aunque, para ello, tengamos que emplear todo el tiempo en desaprender lo aprendido y volver al origen. Que la única religión posible y verdadera -como sinónimo de filosofía- es la del amor y, con ello, el disfrute del sexo sin más. Revertir la situación sí es una obligación moral si, realmente, queremos una humanidad más libre de cargas de culpabilidad simplemente por querer ser más felices y vivir con más plenitud. Romper con el cordón umbilical que nos une a ese patrón es hacerlo con la hipocresía, con la doble moral, con la represión, con la dependencia emocional, es creer que nuestra naturaleza es más divina cuando somos más felices y cuidamos de nuestra energía sexual sin tope de edad para disfrutarla., es desaprender lo aprendido En realidad habría que comenzar porque nuestros menores supieran más de sexualidad y menos de pornografía en familia, pero esto ya tal...

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