FLAVIO JOSEFO O EL ARTE DEL FRAUDE HISTORICO (2)
Siguiendo el hilo de la entrada anterior, con Josefo en el epicentro del seísmo que se avecina, ya tenemos algunos datos que van dándonos pistas o perspectivas diferentes a las tenidas hasta ahora. Tenemos importantes contradicciones históricas, un evangelista que no fue testigo de nada y, por tanto, extemporáneo y, en consecuencia, no se le puede considerar evangelista como tal ya que el documento -contrastado con el de Mateo- es un copia-pega de este último., relatos homónimos que establecen analogías entre un documento de historiador y otro llamado de Hechos*, personajes reales que nos conectan con la presencia de Josefo como el secretario de Nerón o el apóstol Matías que cubre la vacante de Judas Iscariote pero, sin embargo, nuestro historiador no aparece reseñado en documento cristiano alguno pero no porque fuera un desconocido precisamente ya que andaba de asesor del emperador Tito Flavio Vespasiano, hijo del emperador Vespasiano, que nació -según calendario actual- en el año 39 e.c. y, por tanto, coetáneo de Josefo quien nace en el año 37 e.c., coincidiendo ambos como contendientes y contrincantes en la primera guerra judeo-romana a partir de cuyo momento Josefo pasa de ser un acérrimo nacionalista judío a convertirse en un aliado romano al extremo de incluir en su nombre el de Flavio derivado de la dinastía Flavia a la que pertenecía Tito y sobre quien recayó acabar con las revueltas que, asimismo, llevó en su enfrentamiento a la destrucción del templo de Jerusalén siendo-por otro lado- su mandato como emperador de unos dos años.
Como ya comenté en la entrada anterior, Josefo narró y defendió la antigüedad de su pueblo (judío) aunque tengo mi sombra de dudas que, realmente, fuera ese el título original del libro La antigüedad de los judíos ya que no es lo mismo judío que hebreo ya que judío es el habitante de Judea y hebreo era un grupo humano procedente de las montañas de lo que hoy conocemos como Irán, Irak y Afganistán, nómadas en busca de otras tierras donde irse asentando y viviendo, básicamente, del pastoreo aunque se extendiera su actividad a actividades agrícolas que es la seña de identidad de las comunidades estables. Hecha esta salvedad, y continuando con nuestro historiador, Josefo emprende un camino de "conversión" en varias direcciones. En el caso que nos ocupa la conversión política aunque, eso sí, sin renunciar a su orígenes o raíces etnoculturales para lo cual ha de mantener un enorme equilibrio para no ofender a su pueblo y autoridades religiosas (ya sabemos cómo se las podían gastar los saduceos), así como a la memoria de su propia familia pero tampoco al imperio que lo acoge y le da cobertura. Y en línea con las conversiones entabla amistad con personajes de la nueva fe emergente, con los mesiánicos, siendo uno de ellos el secretario de Nerón y-aparentemente- con dos personajes de la misma fe llamados Pablo y Lucas cuyas profesiones, al parecer, eran las de militar romano y médico. ¿Clase acomodada? Eso parece. Josefo no era, precisamente, de clase humilde y justo, he aquí la cuestión, el credo emergente conectó mucho y bien con una parte de la élite del momento. Él de sí mismo no da testimonio de una conversión hacia el nuevo credo pero es harto sospechoso que un fariseo de pro como él tuviera la mano muy tendida con los mesiánicos lo cual me lleva a cuestionarme su aparente "neutralidad" o "equidistancia" en ciertos asuntos como, por ejemplo, el fenómeno del nuevo credo que emergía y se asentaba con fuerza fuera de las lindes de Judea, concretamente en lo que hoy conocemos como Turquía y siendo este área geográfica (Península de Anatolia) el faro-guía de esta nueva fe. Los considerados gentiles eran los no circuncisos y, por tanto, no judíos. Los que vivían allende las fronteras de las tierras de la antigua Palestina de tradición grecorromana en su manifestación cultural. El arameo y el hebreo como lenguas vernáculas de la zona y desde la que se escribía dieron paso al uso extendido del latin y griego como vehículos de comunicación oral y escrita más utilizados. Josefo debió manejar, no obstante, con cierta solvencia su lengua materna -el arameo- además del latin por cuestiones operativas obvias y el griego ya que era la lengua culta de entonces y a la que traduce su obra. Con este bagaje idiomático no sería, pues, de extrañar que estuviera mezclado en otras aventuras literarias además de la que conocemos. Una aventura quizá por encargo en una época de efervescencia a varios niveles. Pero en esa aventura él no podría aparecer, tendría que ser un agente anónimo y, por tanto, contrario a ese espíritu un tanto exhibicionista e hiperbólico que poseía. Alguien que escribiera fluido, con conocimientos de historia pero, muy importante, con conocimiento de la ley mosaica o de lo que venimos en llamar Antiguo Testamento y, por supuesto, con imaginación literaria para poder dramatizar adecuadamente personajes o situaciones.
La comunidad de la nueva fe se fue caracterizando por ser, desde sus inicios, un tanto fanática, tocapelotas del emperador de turno y de la autoridad que ostentaba ya que lo consideraban enemigo al no profesar la fe mesiánica a lo que el emperador respondía con prohibiciones de culto en público. Nadie tenía problemas salvo los seguidores de la nueva fe. El rito judío estaba permitido por ejemplo. Era una cuestión de poder y, por tanto, si alguien de rito judío, fariseo para más señas, hubiera tenido la luz cayéndose del caballo y convertirse a la nueva fe no podría exponerse innecesariamente so pena de perder su estatus social. Este último ejemplo no es inventado, es una paráfrasis de la supuesta conversión de Saulo o Pablo de Tarso del cual, asimismo, sabemos que -también- era discípulo de Gamaliel al igual que nuestro historiador. Algunas concomitancias están saliendo a relucir entre Saulo y Josefo tales como ser oficial militar, judeo-romano, aparentemente de ciertas dotes dialécticas, inicialmente contrincante -digamos- religioso con la nueva fe al ser fariseo convencido, hiperbólico en sus expresiones. También concomitanccias con Lucas como ser amigo del secretario de Nerón aunque con Lucas disfrazado con otro nombre, aparentemente culto de origen griego lo que le asemeja a Josefo el gusto intelectual por esta lengua que él utiliza para traducir sus obras desde el arameo, su lengua vernácula y los hace coincidir en el tiempo supuestamente bajo el manto de una hipotética amistad con dos amigos sacerdotes. En realidad hay una pregunta que flota rápidamente en el ambiente ¿por qué Lucas no es un evangelista o notario de una realidad concreta en un tiempo determinado y aparece, sin saber muy bien de dónde, sin más como evangelista si no fue siquiera testigo de nada? Esto dice que técnicamente su evangelio no es tal y que de haber sido testigo tendría que haber aportado algo más que las concordancias existentes entre Mateo y Marcos y que, desde el ámbito eclesial, le llaman sinópticos. Tal categoría no podría aplicarse a Lucas por lo expuesto, por extemporáneo y por ser una mera copia de Mateo-Marcos. Quiere decir esto que podríamos estar ante alguien a quien la tradición oral le hizo llegar lo que le pareciera o fuera menester y él recogía lo que creía conveniente o entendiese adecuadamente. Pero si él no fue testigo de nada de lo que aconteció en el marco histórico de Jesús/ Josué tampoco lo fue Josefo. Una gran similitud también que no es baladí. Y llegado a este punto es cuando suelto la hipótesis-bomba bajo forma de interrogantes : ¿acaso se inspiró Josefo en su misma vida para crear dos personajes que disfrazaran su conversión a la nueva fe y sobre la que él no podría dar mucho detalle dada su posición social, de un lado, y su origen de otro? Pues explicado todo lo que me ha traído hasta aquí no es descabellado pensar que el relato de Lucas y Hechos* así como las epístolas atribuidas, pues, a Pablo fueron obra de su puño y letra. Personajes que le dieran el barniz de veracidad que la ocasión requería para colaborar con el crecimiento del nuevo credo entre las élites del momento de las que él formaría parte y que, en consecuencia, esa conversión o tránsito hacia la fe mesiánica fue motivada por el interés en afianzar su estatus y que, probablemente, su hermano Matías fuese el último apóstol, el suplente de Judas Iscariote, pero -asimismo- de una forma extemporánea tal como vamos viendo el devenir histórico ya que entre unos sucesos y otros han mediado no menos de 50 años según el calendario oficial.
Los personajes en un relato se crean para novelar una realidad donde se mezcla con la ficción como, por ejemplo, el relato de los milagros que debiéramos saber que solo existen en el imaginario de este credo. Los escritos de Pablo y Lucas están trufados de milagros y martirios que ¡oh casualidad! no pasa con ninguno de los anteriores según el mismo relato de Hechos* lo que, de alguna forma, nos refuerza como pista de quien escribía justamente no se iba a autoinmolar. No entraba en sus planes precisamente, de la misma forma que tampoco la de acusar a Nerón de incendiario de su ciudad y de perseguidor demencial contra la nueva fe crucificando a todo el mundo. Nada más lejos de la realidad puesto que si su secretario la abrazaba era porque se le toleraba, y si había administradores del imperio que la abrazaban pues lo mismo. Y en cuanto a la leyenda del incendio fue lo que hoy llamamos un bulo para socavar la autoridad del emperador del momento aunque éste fuera un tipo intelectual como Marco Aurelio. Es más, al parecer Nerón no se encontraba en Roma en el momento que se dice incendió la ciudad. Incendio moral era el que tenían los mesiánicos que no escatimaron esfuerzos desde el principio para mentir y manipular, hasta hoy.
Volviendo, pues, a nuestro personaje Josefo podríamos llegar a la conclusión que fue una importante pieza del fraude histórico que supuso la puesta en marcha de un credo-religión ya que generó unos relatos cuyos objetivos, personal y colectivo, eran los de agrandar leyendas, magnificas acontecimientos, ensanchar las bases de creyentes ya que necesitaban de la base popular para su sostén. El martirologio y la generación de milagros no podían ser otra cosa que afianzar esa nueva fe para ganar adeptos y que, en algún momento, pudieran llegar a suplantar la mismísima autoridad del emperador. Eso ocurrió cuando, con carácter oficial, el emperador Teodosio convierte la nueva fe en religión oficial del imperio. Se acabaron las disputas con el imperio y la nueva fe pasó de ser supuesta víctima a verdugo de sus contrincantes. Josefo fue una pieza importante en ese camino que se fue labrando durante unos cuatro siglos.
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