EL CATOLICISMO Y LA PRODUCCIÓN CONYUGAL

 




Al hablar de catolicismo vamos a decir Iglesia Católica y ya apuntamos maneras correctas. Expresada esta observación no sé si alguna vez alguien se ha preguntado por qué la Iglesia, desde la Edad Media, pone empeño máximo en que el fin del matrimonio -o relación conyugal consagrada por ella misma- ha sido, es y será la procreación. Considerando esto igual llegamos a entender por qué no se admiten medios contraconceptivos por ejemplo, por qué se promocionó el antiguo método Ogino y, también, la marcha atrás. O sea por qué promocionaba la Iglesia medios no seguros ni científicos es lo que nos debe llevar al origen, entonces, del matrimonio como sacramento y a la producción de hijos, los que Dios quisiera. Para ello debiéramos remitirnos a la Edad Media, entre los Siglos XI y XII, cuando el matrimonio pasa de ser una unión natural a ser una unión sacramental, o sea un totem sagrado católico, ya que hasta entonces el matrimonio no era una institución sacramental recogida en el cristianismo.

El contexto de la Edad Media es el del vasallaje, las Cruzadas, los reyezuelos de dominios geográficos concretos y los señores feudales que servían a ellos pero, también y mucho, la Iglesia como institución de poder absoluto que dominaba la vida de la gente. Y para dominar la vida de la gente tenías que dominar la alcoba, los impulsos sexuales, sus conciencias a través del concepto pecado y las doctrinas que se asentaban para que ello pudiera ser así. La Iglesia o el neo imperio romano trans-formado. Para dominar a la gente habíase de doblegar una curva de libertad sometiendo a los fieles a un vasallaje permanente pues la Iglesia, a través de sus órdenes monásticas y el clero convencional, era una de las mayores poseedoras de tierras, bienes y/ o propiedades solamente equiparable su poder al de un reyezuelo del momento. Quienes vivían en sus dominios servían a la Iglesia, desde un supuesto manto de fe ejercida con algo más que autoridad ya que la Inquisición fue la implementación de un estado de terror que condenaba a la disidencia a la muerte previa tortura. Disidencia de fe podía aducir la Iglesia pero a nadie se le escapa que ello conllevaba ejercer la libertad sin más o salirse de los cánones establecidos, de los convencionalismos, tener la osadía de pensar diferente. ¿Pero qué tiene que ver esto con la cuestión planteada al principio? Todo porque entender este modus operandi es entender lo que voy a plantear.

La Iglesia necesitaba fieles vasallos, o sea fieles seguidores de forma eufemística, que sirvieran, bajo el signo del miedo, que sirvieran a sus intereses. Y decir esto era decir servir a sus propiedades y bienes, servir a los representantes de Dios como señores, tanto directa como indirectamente, siendo en este caso sirviendo al señor feudal con quien la Iglesia tenía su eje de influencia. Servir en las guerras que la Iglesia libraba o de las que formaba parte interesada, servir en las tierras y el ganado del señor pero, para ello, habría de captarse continua mano de obra servil, cuasi esclava, desposeída de todo menos de la fe basada en el miedo al infierno imaginario o en el que te podías encontrar si desobedecías órdenes o voluntades arbitrarias del señor feudal de turno o de la institución eclesiástica. La Iglesia, por tanto, al asegurarse -a través de la fe- la mano de obra futura mediante la procreación matrimonial se estaba asegurando la pervivencia de su estatus de forma indefinida, tanto político, ideológico, económico y, también, militar en algunos casos. Si para su pervivencia hubiese sido necesario lo contrario lo hubiera hecho exactamente igual porque, en realidad, no se trata de un credo o religión sino de una institución de poder absoluto. Así, pues, la naturaleza real del origen del matrimonio como sacramento y la procreación dentro de él como doctrina de fe era y es asegurarse su dominio en un contexto histórico determinado, si bien es en el Siglo XV cuando se eleva a doctrina basada en teorías teológicas sacadas de la manga para justificar su posición de dominio. Se van creando los marcos adecuados a lo largo de los siglos que van cristalizando, con el devenir del tiempo, en un compendio de normas o cuerpo doctrinal que fije posiciones pero que, a su vez, se van adaptando a los nuevos modos de producción. Ni que decir tiene que no sea casual que la Iglesia católica eleve a doctrina el matrimonio y la procreación dentro de él como único fin durante el Siglo XV ya que se había iniciado o estaba en tránsito el fin del feudalismo y el nacimiento de un nuevo orden económico llamado capitalismo para lo cual, asimismo, se tendría que seguir fomentando la mano de obra no ya esclava pero sí muy barata si eras blanco de piel, claro está. Si venías de África acababas como un artículo en venta en Europa pero, sobre todo, en tierras americanas a través de las expediciones portuguesas, españolas, francesas, inglesas, y todo con la bendición siempre de la Iglesia. Por tanto no es baladí declararse laico, que no significa ser ateo, ni tampoco anticlerical que sí significa detestar y combatir el poder de la Iglesia como elemento coercitivo de las libertades de las personas y, por eso mismo, es importante desposeerla de ese poder que ha ido acumulando gracias al expolio de todo tipo y gracias, también, a la acumulación de riqueza consecuencia de sus actividades y de las transferencias de los Estados como el español, vía IRPF, vía clases de religión, vía cofradías de capillitas compradas con dinero público para pasear muñecos y muñecas enjoyadas de escayola cromada y vestida a todo trapo para perpetuar una fe de cartón piedra alejada de la esencia.

Es importante fijar el contexto de las cosas, analizarlas leyendo entre líneas que se ocultan tras la realidad para darles la luz que otros opacan. No es casual, ni mucho menos, que las ideas políticas de derecha, tanto las ligth como las de extrema derecha, mimeticen el discurso de una parte reaccionaria de la Iglesia en torno al matrimonio, la salud sexual y/o la salud reproductiva de las personas, la familia y el modelo único hegemónico de hombre-mujer. No es casual que la Iglesia (española, para más señas), ante unas elecciones, se crea con el derecho a expresar sus opiniones políticas alentando a votar aquellas opciones que preserven la vida, en referencia al aborto pero luego no hablan de genocidio en Gaza, que preserven los valores tradicionales de la familia bla bla bla. No es casual que se contemporice, desde determinadas opciones, con la Iglesia en lugar de ponerla en su sitio que está en los templos y fuera de las aulas. No es casual porque interesa tener a la gente distraída con una fe sobre la que no conocen absolutamente nada mientras engendran hijos productivos para el sistema capitalista. Sectas ultraconservadoras en el seno de la Iglesia no son expulsadas porque al poder interno le interesa, ya que son la avanzadilla de ese control ideológico en el que se mezclan conceptos como patria, Dios, familia, tradición, creando una sociedad donde solo cabe la gente de las sectas representadas casualmente en política a través de todo el arco de la derecha. Por tanto si me dices que no entiendes de política o que no quieres saber de política te estás engañando inútilmente, a mí no. La política nace en uno cuando uno nace porque cualquier acto que hagamos es político y tiene su relación. ¿O acaso no es política la historia de la Iglesia según lo que acabo de expresar brevemente? Es política pero de la mala, de la que hace daño, cuando se ha ido generando una infinita legión de gente infeliz a lo largo de la historia. Gente que no se ha querido pero no se podía divorciar porque el divorcio estaba prohibido (España franquista), gente que ha tenido hijos porque Dios lo quería a pesar de no poder sostenerlos económicamente y no poner medios anticonceptivos por cuestiones morales, de conciencia de pecado. Infelices sí, pero hipócritas también. La gente rica se ha podido mantener el lujo de tener amantes que en unos casos eran mantenidos o mantenidas según el caso, han tenido vástagos fuera del matrimonio, han acudido a prostitutas para satisfacer las fantasías que no podían con sus señoras esposas, pero luego iban a misa y comulgaban. El pobre quería imitar al rico, siempre la misma imbecilidad, y también se echaba una amante el señor trabajador que casi no podía mantener su familia aunque aquí la cosa podía pintar de otra manera. Y entretanto la Iglesia iba bendiciendo matrimonios y nacimientos como quien hace churros, también primeras comuniones que es todo un negocio para el cepillo eclesial, y como el sacerdote de turno no podía tener hijos directamente, tampoco la monja, pues si nacía alguno igual acababa enterrado en algún lugar, dado a alguna familia rica, y los niños acababan siendo víctimas de abusos sexuales impunemente en manos de clérigos o religiosos pederastas que, además, no han sido pocos en el orbe terrestre. Y la jerarquía cómplice con sus silencios. Y llega un golpe de Estado (1936) y al finalizar ese proceso la Iglesia ejerce un poder omnipresente en la vida de la gente. Y volvemos al matrimonio porque hay una historia, que no leyenda, de ingente cantidad de bebés robados hasta bien entrada la modélica Transición española. Bebés robados a sus madres, pobres y muchas de ellas con antecedentes republicanos directos o indirectos en una operación donde intervenían personal médico y personal eclesiástico en total connivencia creando todo un entramado que duró desde la posguerra. Familias pobres que habían sido aleccionadas para que produjeran niños que luego, en algunos casos, fueran transferidos a familias ricas de gente infértil que no podían vivir sin eso de la paternidad. Es una desposesión más de las habidas a lo largo de la historia por manos de la Iglesia católica, donde ya no importaba que menguara la mano de obra del pobre al servicio del capital sino que se transfiriera recursos al propio capital para perpetuar su especie, su linaje, y así continuar con la historia de expolio y, también, de negocio. Porque mucho me temo, a fuerza de no equivocarme, que la gente de la Iglesia que intervino en esta operación de sustracción de bebés sacó su tajada económica o de continuar con privilegios. La Iglesia, desde su posición, ha sido la mayor generadora de ateos de la historia de la humanidad. Es el Anticristo que se describe en el Apocalipsis, y es el obstáculo del progreso del que ya decía El Quijote a Sancho, con la Iglesia hemos topado.






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