EL SUPREMACISMO RELIGIOSO


 Imagen de Ku-Klus-Klan. El supremacismo racial no surge de la nada. Surge de la bendición religiosa de estas actitudes




La miseria religiosa es a la vez la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una situación sin alma. Es el opio del pueblo. Se necesita la abolición de la religión entendida como felicidad ilusoria del pueblo para que pueda darse su felicidad real. La exigencia de renunciar a las ilusiones sobre su condición es la exigencia de renunciar a una condición que necesita de ilusiones. La crítica a la religión es, por tanto, en germen, la crítica del valle de lágrimas, cuyo halo lo constituye la religión” (Karl Marx, Crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel, 1844)


A partir de este texto de Marx sobre religión y felicidad ilusoria, me quedo con la siguiente frase para enlazarla con este artículo y la idea que quiero trasladar en él:


Se necesita la abolición de la religión entendida como felicidad ilusoria del pueblo para que pueda darse su felicidad real.


Cualquiera de las religiones que conocemos, particularmente las de la órbita del cristianismo, judaísmo y el islamismo, contienen esa felicidad ilusoria que te venden como anestésico, como opio, para adormecer conciencias basándose en la promesa de un cielo reparador en lugar de este valle de lágrimas cargado de desgracias. Cualquiera que tenga sus neuronas en plenas facultades y en óptimo rendimiento sabe que la religión, per se, es un mecanismo de poder que se ejerce sobre las personas mediante el control de sus conciencias, o sea sobre determinados actos, pensamientos, deseos etc. Un poder absoluto bajo el signo o mantra de la redención, de la voluntad divina pero mucho me temo que se les escapa que al mismo Dios le importa poco o nada la religión y sí que el corazón sea noble sin abandonar, además, sus principios éticos o valores individuales que ensalzan y hacen del ser humano un ser, también, divino sea hombre o mujer con o sin apariencia de género (puede ser trans). Lo que llamamos ser buena persona y, de ahí, que ninguna religión haya entrado nunca en los planes divinos para que la humanidad sea feliz. Cómo se preguntarán. Pues haciendo cada cual aquello que le hace sentir feliz y procura el bienestar ajeno, el bien común, algo que justamente ha impedido la religión cualquiera que sea su adscripción o nomenclatura. Si una religión, como una opción política, no trata del bien común, entonces ejerce de opiáceo que puede llegar a la sobredosis mortal como es el caso de las sectas de fanáticos que se han ido construyendo, armando, alrededor de una determinada posición de fe. Y no desvarío cuando expreso que la religión es un mecanismo de poder, de control de masas. Solo hemos de remitirnos a los hechos y la opinión cae para convertirse en una demostración de hechos.

En nuestra área occidental es el cristianismo, sea el de occidente o el ortodoxo oriental, quien ejerce de vendedor de felicidad ilusoria que, en realidad, no es otra cosa que alienarte de tu propia tarea de autoliberación interna, de un lado, y de la liberación externa basada en la servidumbre basada en una conciencia de clase. Los ricos tienen la suya, pero el no rico también se ha ido desposeyendo de la suya desde sí mismo y con la inestimable ayuda de agentes externos, siendo uno de ellos -y clave en el proceso- las distintas iglesias que conforman el cristianismo, a cada cual más reaccionaria. Una prueba la tenemos en el auge del movimiento evangélico en latinoamérica alineado con la ideología de extrema derecha pero, también, en España por poner un ejemplo cercano aunque aquí tiene competencia con la iglesia católica a través de determinadas figuras de la Conferencia Episcopal o de cargos como el Obispo de Oviedo y sus declaraciones islamófobas. Pues bien, este es un ejemplo no menor de ese aire de supremacismo religioso que puede contener cualquier religión si se le deja oxígeno para que respire. La misma actitud que pueda tener un radical islámico o un ultraortodoxo judío, y todos en el mismo bando de la alienación mental de la gente.

Así, pues, el supremacismo religioso es una tendencia innata en cada religión para anatematizar a la gente que no la practica o a otras religiones por considerarlas inferiores. El cristianismo, en sus comienzos cuando aún no se llamaba así, ya daba señales de ese supremacismo al estar en disputa con la figura del emperador hasta el punto que el mismo emperador filósofo Marco Aurelio tuvo que salirles al paso. Desde este sentimiento de supremacismo fue creciendo el cristianismo arrasando con aquello que no era de su cuerda, de su forma de ver el mundo. Asesinatos o ejecuciones públicas, delaciones, promover guerras santas, bendecir la esclavitud o el genocidio español en las américas contra los indígenas, bendecir golpes de Estado modernos como en España, Chile, Argentina, silencio ante el auge nazi, y todo esto sin mencionar la aparición de la Inquisición, la influencia en las decisiones cortesanas de reyes y emperadores y un largo etcétera que nos llevaría rellenar aquí el espacio de una biblioteca. Ninguna religión es mejor que otra cuando se trata de ejercer control, poder, a través de la sumisión o la ilusión de un mundo futuro, o directamente a través del engaño, o sea del fraude.

Muchas veces nos hemos preguntado que busca la gente en la religión, en la práctica de determinadas creencias. Y es que, mire usted, depende de la gente. El rico no creo que busque en la religión lo mismo que el pobre porque cree poseerlo todo. El pobre ha buscado, al parecer, una redención que siendo suya la ha delegado en una creencia, en un agente externo que le ha vendido la ilusión de un mundo futuro cuando muera. Ahora, eso sí, si te levantas contra el mismo rico que va a la misma iglesia que tú estás cometiendo un cuasi pecado y, entonces, la iglesia tradicionalmente no se ha puesto del lado del pobre oprimido sino del rico opresor, del señorito andaluz o del burgués allegado a España de Francia o Inglaterra durante el S. XIX y nos dejó apellidos ilustres en actividades fabriles o vitivinícolas, o quienes han heredado el latrocinio de sus antepasados para seguir expoliando la vida de la gente a su servicio y que, además, se construían sus propias capillas en sus terrenos. Esto ha sido una realidad y aún hay vestigios de ello en cortijos andaluces, pero hay otro más lacerante que es la apropiación indebida por la iglesia católica española de propiedades mediante la figura de la inmatriculación, el desahucio de edificios con familias vulnerables para venderlos a un fondo buitre por ejemplo. Esta es una realidad, cruda además, que nos indica cuál ha sido la posición dominante de la iglesia católica. Supremacismo respecto a otras creencias, explotación hacia los fieles considerados como súbditos o seres inferiores cuyas almas debían estar agradecidas por tener unas migajas del pastel que poseía sin rechistar, obediente. El camino de la obediencia es una forma opiácea de anestesia de la voluntad cuando se entablan relaciones entre no iguales sino de superior a inferior. Esa es la pirámide de poder levantada sobre una estafa de la misma forma. Estafa a los sentimientos, emociones, pensamientos, deseos, a la libertad, a la dignidad de las personas en definitiva. Cómo se acabaría, pues, con el supremacismo religioso y, por tanto, con las relaciones de poder establecidas desde cualquier religión, sería que cada cual derribe en su persona (abolir individualmente) la necesidad de tener una religión y un gurú intérprete de la voluntad divina (o voluntad del Cielo) para ser buena persona. Simplemente atendiendo a su corazón y seguir la guía superior que tenemos dentro cada persona para vibrar con la vida acorde a lo que sentimos y pensamos. Pero, ojo a esto, desde el Estado dejar de legislar para favorecer a las religiones disfrazando de medida democrática que todas sean iguales. No. Se legisla para que no haya subvenciones o transferencias directas o indirectas, se legisla para que la religión salga de las aulas de la enseñanza pública, para que las privadas no tengan privilegios desde lo público y quien la quiera que la pague de su bolsillo, para que no se destine un uso de terreno público para la construcción sea de mezquita, sinagoga o parroquia. El laicismo está para algo, y es ahí donde se acaba el supremacismo institucional de una religión sobre otra cuando operamos a la inversa y no en la dirección actual. Y acabar con los privilegios significa, además, acabar otras cuestiones como poner al servicio de cofradías, para sus negocios particulares, servicios públicos de policía, ejército, bomberos etc. Volvemos a lo de siempre y es que no abolir privilegios es mantenerlos y es, directa o indirectamente, convertirse en cómplice de la felicidad ilusoria o de la infelicidad real de la gente que cree que va a haber un milagro por pasear un muñeco enjoyado o tocarle el manto cuando vas de penitente o espectador. Es espolear , además, el chantaje emocional a lo divino. Si me ayudas yo salgo descalzo... Esto da para mucho más. Me conformo con haber expuesto con claridad la conexión entre esa frase de Marx y la realidad histórica a la que nos hemos tenido que ir enfrentando y a la que aún queda. Si realmente existieran los milagros entonces habrían desaparecido las religiones como mecanismo de poder. Pero todo se anda en el camino aunque yo no lo vea


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