EL TRABAJO NO DIGNIFICA
Ante esa idea, procedente de una determinada forma de pensamiento que arranca en Aristóteles, debo decir que eso es una falsedad total. Solamente habría de leer algo de Marx sobre sus análisis del trabajo para entender la naturaleza de esa frase que, por demás, se apoya también en una moral concreta. Una moral productivista que, por otro lado, está muy implicada con el cristianismo en sus diversas corrientes y, cómo no, con una determinada forma de pensamiento llamada liberalismo que es la que le da cuerpo a la actuación capitalista en sus distintas fases históricas. Para que esta idea haya calado hasta la médula han sido necesarios muchos operadores de distinta índole. Políticos, religiosos, académicos (economistas, sociólogos...), mediáticos, sociales sobre todo a través de determinadas ONG´s o instituciones cuyo trabajo de acompañamiento, como tal, no debe criticarse pero sí, quizá, la forma en cómo orientan la ayuda a la persona vulnerable. Porque es justo aquí donde la persona debiera recibir un plus de conciencia no para asimilar la falsa de idea de trabajo liberador sino como elemento de una realidad concreta que lo va a explotar y que su estatus de pobreza pasa de ser de extrema pobreza a pobreza. Y esto también es ciencia, es empírico. Pero, también, determinadas posiciones sindicales justamente son favorecedoras de esta forma de entender la relación con el trabajo bajo el mantra pragmático de es lo que hay.
Cuando hemos empleado alguna que otra vez la expresión el trabajo dignifica o alguna otra similiar de igual significado ¿qué hemos querido expresar realmente? ¿No será que confundimos dignidad con tener un salario que te permita comer aunque no puedas irte de vacaciones una semana siquiera a tu pueblo de origen? Pues yo diría que, desde la lógica liberal imperante en las relaciones productivas, hemos identificado dignidad con un salario aunque no te llegue, igualmente, para pagar el alquiler. Hemos confundido trabajo como necesidad imperante y trabajo como un acto creativo que te vincula como tal a lo que haces, que forma parte de ti mismo y es una extensión de quien eres realmente. Hemos confundido dignidad con recibir a cambio una remuneración desagregándola del elemento que tiene de venta de tu fuerza de trabajo, sea quien sea el patrón que tienes enfrente porque el patrón aplica una lógica de beneficio y esto puede extenderse, bajo esta misma lógica, a las relaciones en un contexto más relajado de ONG´s pero no exentas de contradicciones. Hablamos de un modelo de pensamiento que lleva a cabo una forma de producción que consiste en que tú le regales al patrón (sea pequeño, mediano o corporativo) tu mano de obra, tu fuerza de trabajo, mediante la anexión de tu plusvalía o valor de la misma. Este es el mismo pensamiento que día y noche nos martillea el cerebro para que creamos que la riqueza la genera el empresario. ¡Menuda farsa imbécil! Si un empresario gana dinero es porque tiene personal a su servicio que saca el trabajo día a día, ya que de otra manera sería incapaz de hacerlo él solito o ella solita. Y su beneficio no solamente está en los márgenes que pueda aplicar a la relación existente entre el coste de origen y el precio de venta del producto en cuestión, incluyendo en el origen todos los elementos que pueda ser onerosos o una carga a la hora de desarrollarlo como tal, sea desde la compra de un miserable lápiz hasta un componente sofisticado de una maquinaria pasando por el gasto corriente de luz, agua, combustible para vehículos, tasas públicas, seguros sociales etc. En realidad la ecuación simple sería Ingresos-Gastos, pero en qué parte de la ecuación forma parte la mano de obra es la pregunta que debe hacerse quien quiera tener algo de más conciencia respecto a sí mismo que es a lo que podemos llamarle, realmente, dignidad. La mano de obra, como ya he expresado antes, no es un ente quimérico sino una realidad donde tú vendes o alquilas esa fuerza de trabajo desarrollada durante unas horas al día y por el tiempo convenido durante la vida contractual. Si tu hora te la pagan a 10 euros y la empresa gana por esa hora supongamos que 15 ¿qué le estás generando? Ey, cinco euros que es plusvalía tuya que se la queda íntegramente sin reparto de beneficios. Pero si, además, desarrollas horas extras y no te las pagan como les ocurre al personal de hostelería o limpieza, por poner algunos ejemplos, entonces el beneficio se multiplica mucho más. Ahora volvamos a hacernos la pregunta ¿dónde está ese trabajo que dignifica? Está claro que si no te abonan lo que te corresponde vete olvidando de ese concepto moral del trabajo solamente con este parámetro. Pero yo voy un paso más allá porque, en realidad, la dignidad no es un concepto que pueda cotizar en una bolsa de valores ni reflejarse en una cuenta corriente. Hay gente con muchos ceros en su cuenta pero de dignidad andan con bastante escasez o casi nula existencia. ¿Dónde está ese trabajo que pueda dignificar? Dime utópico y te lo acepto porque la utopía es el pensamiento de lo posible transformando lo que llaman imposible, pero el trabajo que dignifica sería y es ese que puedas realizar por vocación en el cual puedes desarrollar tus habilidades innatas como adquiridas que complementan a las anteriores. Cuando una persona realiza un trabajo que es vocacional y remunerado con justicia está desarrollando su talento humano, porque la persona es un talento y no un recurso y esta diferencia dice mucho, en el lenguaje, de qué percepción tenemos realmente del trabajo y de quien lo realiza. Si a mí me llaman recurso entonces algo está fallando y no soy yo. Es el puto sistema que hace que te mimetices con un ordenador, una silla o un bolígrafo, porque eso sí es un recurso. Decirle a alguien que trabaja recurso humano es degradarlo enajenando su capacidad de vincularse al trabajo que desarrolla, expoliando su yo profundo de su obra creada aunque sea hacer lazos. Este mensaje que nos envía el sistema capitalista, a través del lenguaje, es el de sois piezas de una cadena productiva que usamos según se nos antoje. El trabajo, per se, no dignifica. Lo que nos hace personas dignas es que podamos desarrollar nuestras habilidades, las que elevan el potencial creativo y posibilitan la identificación de la persona con lo que realiza y no desarrollada su labor más allá de 25 horas semanales, las actividades que hacen sentirnos personas realizadas y vivir con plenitud, las que por su realización no generan ansiedad ni estrés que finaliza en carga traumática etc. Si el ambiente laboral acompaña es posible que la persona se sienta orgullosa de sí misma, de la labor que desempeña, de la capacidad que tiene para proponer y ejecutar, para conciliar su vida laboral con la social o familiar, porque en ese ambiente previamente dejaste de ser un recurso para convertirte en un talento aprovechado. A partir de ahí comencemos a hablar de dignidad relacionada con el trabajo siempre que, además, se acompañe de la remuneración suficiente para vivir sin agobios pero, para ello, igualmente hace falta intervenir precios ajenos que imposibilitan tu crecimiento personal en lo social como los de la vivienda, energía, alimentación etc. Pero esto es materia para otro día ya que la indigestión puede ser grande...
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