LA RELIGION, EL PODER DEL CHANTAJE


 Auto de fe de La Inquisión. Cuadro de Goya



La religión, en abstracto, es un poder fáctico. Un poder ejercido sobre ingentes cantidades de masa humana que vehicula la sumisión a cualquier nivel mediante la configuración de un corpus doctrinal basado en interesadas interpretaciones de quienes lo construyen. Pero para ejercer poder hay que tener capacidad de influencia social, así que nadie mejor para ello que las élites del momento que son quienes, en definitiva, van a ir conformando la jerarquía a través de la creación de una iglesia. En el judaísmo era el Sanedrín quien tenía ese poder, y dentro de ese órgano la facción de los saduceos. O sea la rama creyente ultraconservadora y más materialista que prácticamente podría considerarse un lobby político-religioso. En el nuevo credo emergente, llamado inicialmente el de los egipcios, los del camino o los mesiánicos, su expansión se lleva fuera de los dominios de Judea, hacia lo que llamaban gentiles, asentándose en el mediterráneo a través de lo que hoy conocemos como Turquía, Chipre, Siria, Grecia, Italia, Egipto por poner ejemplos más destacados siguiendo, además, lo que podríamos llamar la línea de puntos del imperio romano, siendo Turquía el epicentro de ese nuevo credo emergente y las dos lenguas dominantes en estas tareas, el latín y el griego. Una sociedad esclavista basaba su economía justo en este modelo de relación, el de la esclavitud que -además- podría darse por contraer una deuda no saldada. Una sociedad de desiguales con una amplia base social sometida a la fuerza por el poder político militar de Roma. Una sociedad extractivista de mano de obra gratis para la grandeza del imperio de la que el nuevo credo no permanecía al margen ya que no ponía en cuestión dicho modelo de relación. Chocante pero cierto. Ahora, bien, la pregunta ya es quiénes iban engrosando las filas del nuevo credo (futuro cristianismo) y la respuesta es que esa fe la iban abrazando gente con influencia social, no esclavos. Desde el liberto o esclavo liberado por algún decreto de Roma e integrado, con posterioridad, en las estructuras sociales hasta administradores, magistrados, militares, mercaderes... O sea cierta casta que engrosaban las filas de la división social del momento como, por ejemplo, Patricios o la aristocracia cuyo rango podría ser superior al de un Senador que podría ser un plebeyo, además de los mercaderes y militares, prácticamente todos ellos plebeyos. Estos, digamos, grupos sociales conformaban la parte solvente de la sociedad romana del momento siendo los mercaderes una de las figuras que, lógicamente, más pudieron contribuir a la expansión de la nueva fe.

La influencia social, pues, podría llegar al mismo corazón del imperio, a Roma sobre la que, además, el postrer cristianismo asienta su poder institucional. El Papa es el Obispo de Roma, y la sede vaticana es un microestado asentado en la ciudad de Roma con una extensión de 44 hectáreas de terreno. Su estatus puede ser el de una monarquía absoluta, o al menos esa es la perspectiva.

Expresado lo anterior, pues, quizá se entienda mejor que si las filas del credo emergente las engrosaban, principalmente, élites sociales, políticas y económicas del momento, el nuevo credo se estaba configurando para ejercer de contrapoder al mismísimo imperio. Y entonces llegamos al punto en el que comienzan a inventarse los mártires de la fe que no era otra cosa que mantener la llama viva del fuego creyente a base de echar leña, amplificando el mensaje mediante este tipo de bulos de los que mostraban un total desparpajo y habilidad en su manejo. La forma de intentar ejercer el contrapoder era desacreditar la figura del emperador a través de la crítica religiosa por no practica el nuevo credo, a lo que -entonces- el poder político respondía no autorizando el culto de forma pública, de ahí la existencia de catacumbas que -sin embargo- otros credos no tenían. El judaísmo se practicaba con libertad, por ejemplo, quizá por la tradición colaboracionista hebrea con el poder romano hasta que estalla la revuelta de grupos rebeldes, la guerra de los judíos descrita en el libro de Flavio Josefo, y es cuando -entonces- el ejército romano arrasa con el templo de Jerusalén, el símbolo de unidad del pueblo hebreo. La verdad es que nada de esto hoy debe sonarnos raro puesto que, bajo otro aspecto, se sigue utilizando la misma estrategia al menos en la iglesia española. Si eres del color azul o verde y tienes una gaviota entonces no ejerzo de contrapoder

Estas pinceladas históricas vinculadas, por demás, al cristianismo deben servirnos para reflexionar sobre la naturaleza del poder en la religión y cómo se ejerce, de la capacidad de influencia en la gente a través del manejo de las conciencias y de los vocablos escogidos al efecto, de frases como -por ejemplo- el trabajo dignifica, esto es la voluntad de Dios, el pecado, el dogma para lo que no pueden explicar de otra forma etc. Las palabras son muy importantes y transmiten ideas concretas, planes. Transmiten ideología aunque sea la de la enajenación del individuo, la ideología de la servidumbre. Cuando se ejerce un poder la herramienta comunicativa es primordial. El poder ejercido por una religión, a través de su cuerpo doctrinal aglutinado en torno a un ente llamado iglesia, llega a las células de tu cuerpo, llega a la alcoba en noches de pasión a través del tabú, llega a la generación de miedos y fobias, llega desde el púlpito convertido en mítines contra las libertades de la gente porque el poder, en realidad, tiene miedo y mucho a la individuación del ser humano, a la autonomía de pensar y decidir. Llega a través de la enseñanza como clave de bóveda del entramado ya que de una forma directa estoy incidiendo en la juventud futura y en la presente a través de los padres. Estoy, desde el punto de vista económico, buscándome la vida ayudado por subvenciones mediante conciertos con la administración y de paso ejerzo ideología. De ahí que sea vital ser valientes y cortar todo esto desde la raíz acabando con el concierto y destinando todos esos fondos a la enseñanza pública universalizada donde ahí no hay distinción de gente bien y menos bien. Quien quiera que lo adoctrinen que lo pague íntegramente de su bolsillo, y la orden religiosa pague becas si es capaz de hacerlo que lo dudo.

La religión, en abstracto, marca la vida de millones de personas a través de sus múltiples y contradictorias sectas o movimientos en un mismo espacio llamado iglesia. El poder de la religión descansa en el control mental, en el manejo de las voluntades acríticas que practican un seguidismo ciego. Ser un fiel, da igual la tropelía que se cometa contigo o contra otros seres humanos. Pero no es un poder que no se pueda combatir igualmente, al que no se le pueda confrontar. Retirarle el oxígeno que se le da para que respire y se irá extinguiendo en su forma actual, depurándose. Es imprescindible actuar, individual o colectivamente, desconectándose de ese poder, empujando hacia una sociedad laica respetuosa con cualquier creencia pero en el ámbito privado. Probablemente hasta la llegada de una nueva República laica (en España) será difícil alcanzar este objetivo. Desconectarse del poder es dejar de acudir a eventos religiosos como bodas, bautizos, misas de difuntos, comuniones, dejar de acudir a las procesiones, o a las romerías paseando el muñeco en lugar de ir a la comida directamente imprimiendo espiritualidad al evento compartiendo con la gente sin necesidad de más teatro. Y esto no es dejar de creer sino separar la paja del trigo. Cualquier evento religioso como los descritos no son más que la maquinaria en marcha de ese poder que no debemos perpetuar si queremos que las cosas cambien, si realmente queremos promover ese cambio en nuestras vidas. Hace muchos años (bastantes) decidí que si me invitaban a una boda eclesiástica me quedaba en la puerta y luego iba a la comida, y así con los demás eventos. En los sepelios con misa me quedaba, igualmente, en la puerta si es que tenía que ir por fuerza mayor de compromiso y eso me ha ocurrido quizá unas 4 veces. Rompí como quien rompe con el tabaco dejando de fumar. Mientras menos poder le entreguemos a la religión más autonomía existencial tendremos. Si una amiga o un amigo nos invita a una hipotética renovación del compromiso matrimonial (vaya tela...) pues amablemente le decimos dime dónde es la comida porque no voy a entrar. Y no pasa nada si es amiga o amigo. Y con todo lo demás igualmente, ya sea el lazo familiar más cercano. Perder esa capacidad de decisión, de autonomía, es lo que hace que perviva una forma de vida que lleva pareja la decadencia de civilización. Las estadísticas dicen que cada vez hay menos vocaciones. Pues bienvenidas esas estadísticas pero, aún así, no es suficiente. Los ritos están vacíos de contenido y, por tanto, no tienen cabida en nuestras vidas. Cuando acudimos como masa informe, alienada, a una semana de procesiones no nos quejamos por los cortes de tráfico pero sí lo hacemos cuando hay una manifestación pidiendo condiciones laborales justas. Eso es lo que el poder consigue, que te quejes de lo justo pero no de lo arbitrario. Que te quejes por unas horas pero no por una semana con presencia militar incluida, algo -cuanto menos- kafkiano totalmente. Claro, nos vamos a tomar copas o tapas decimos. Cierto, pero las tapas se las puede uno tomar en su pueblo o en su barrio por donde no haya masificación. Qué ha hecho este poder, extenderlo también a barrios y, además, contraviniendo toda normativa en materia de ruido. Nadie protesta salvo quien tiene un familiar grave. Es la masa informe, desposeída del pensamiento y de la voluntad propia, entregada a la turba, a la marea con olor a incienso y cera pegada al suelo. Pero mola salir a divertirse oyendo bandas de tambores y cornetas, capirotes tipo KKK, cofradías -en definitiva- que practican el negocio del lujo, la ornamentación, más que el recogimiento que debe estar en el templo y en tu casa si te da la gana. Pero es el poder en alianza con otros poderes políticos y económicos. De cada cual, con su libre toma de decisiones, depende esa desconexión para dejarlo vacío de contenido y significado. Mientras tanto quien acuda a cualquier evento del poder religioso seguirá oliendo a vela encendida, quién sabe si como dice la frase poniendo una a Dios y otra al diablo...

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